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8 feb 2012

CAPÍTULO 19: LA CARRERA

Llegamos a tiempo de subir a nuestro vuelo por los pelos, y entonces comenzó la verdadera tortura. El avión haraganeaba ocioso en la pista, mientras los auxiliares de vuelo paseaban por el pasillo con toda tranquilidad, al tiempo que palmeaban las bolsas de los portaequipajes superiores para cerciorarse de que estaban bien sujetas. Los pilotos permanecían apoyados fuera de la cabina de mando y charlaban con ellos cuando pasaban. La mano de Alice me aferraba con fuerza por el hombro para tranquilizarme mientras yo, devorada por la ansiedad, no dejaba de moverme en el asiento de un lado para otro.
—Se va más deprisa volando que corriendo —me recordó en voz baja.
Me limité a asentir una única vez sin dejar de moverme.
Al final, el avión se alejó rodando muy despacio desde el punto de partida y comenzó a adquirir velocidad con una paulatina regularidad que luego me traería por la calle de la amargura. Esperaba disfrutar de un reposo cuando hubiéramos completado el despegue, pero mi impaciencia y mi frenesí no disminuyeron.
Alice sacó el móvil del respaldo del asiendo de delante antes de que hubiéramos dejado de ascender y le dio la espalda a la azafata, quien la observó con desaprobación. Hubo algo en mi expresión que la disuadió de acercarse para protestar.
Intenté dejar de escuchar lo que Alice le decía a Jasper entre susurros, porque no quería espiarla de nuevo, pero aun así, oía algunas frases sueltas.
—No estoy segura del todo. Le veo hacer cosas diferentes, continúa cambiando de parecer... Salir a matar a todo el que se ponga por delante, atacar a la guardia, alzar un coche por encima de la cabeza en la plaza mayor... En su mayoría, son hechos que lo descubrirían... Él sabe que ésa es la forma más rápida de obligarles a reaccionar.
»No, no puedes —Alice habló todavía más bajo, hasta que su voz resultó casi inaudible a pesar de encontrarme a escasos centímetros de ella. Hice lo contrario a lo que me proponía y escuché con más interés—. Dile a Emmett que él tampoco... Bueno, pues ve tras Emmett y Rosalie y haz que vuelvan... Piénsalo, Jasper. Si nos ve a cualquiera de nosotros, ¿qué crees que va a hacer...? —asintió con la cabeza—. Exactamente...
»Me parece que Bella es la única oportunidad, si es que hay alguna... Haré cuanto esté en mi mano, pero prepara a Carlisle. Las posibilidades son escasas...
Después, se echó a reír y dijo con voz temblorosa:
—He pensado en ello... Sí, te lo prometo —su voz se hizo más suplicante—. No me sigas. Te lo juro, Jasper, de un modo u otro me las apañaré para salir de ahí... Te quiero.
Colgó y se reclinó sobre el respaldo del asiento con los ojos cerrados.
—Detesto mentirle.
—Alice, cuéntamelo todo —le imploré—. No entiendo nada. ¿Por qué le has dicho a Jasper que detenga a Emmett? ¿Por qué no pueden venir en nuestra ayuda?
—Por dos motivos —susurró sin abrir los ojos—. A él sólo le he explicado el primero. Nosotras podemos intentar detener a Edward por nuestra cuenta... Si Emmett lograra ponerle las manos encima, seríamos capaces de detenerle el tiempo suficiente para convencerle de que sigues viva, pero entonces no podríamos acercarnos hasta él a hurtadillas, y si nos viera ir a por él, se limitaría a actuar más deprisa. Arrojaría un coche contra un muro o algo así, y los Vulturis le aplastarían.
»Ése es el segundo motivo, por supuesto, el que no le podía decir a Jasper. Bella, se produciría un enfrentamiento si ellos acudieran y los Vulturis mataran a Edward. Las cosas serían muy distintas si tuviéramos la más mínima oportunidad de ganar, si nosotros cuatro fuéramos capaces de salvar a mi hermano por la vía de la fuerza, pero no es posible, Bella, y no puedo perder a Jasper de ese modo.
Entendí por qué sus ojos imploraban que la entendiera. Estaba protegiendo a Jasper a nuestra costa y quizás también a la de Edward, pero la comprendía, y no pensé mal de ella. Asentí.
—Una cosa —le pregunté—, ¿no puede oírte Edward? ¿No se va a enterar de que sigo viva en cuanto escuche tus pensamientos y, por tanto, de que no tiene sentido seguir con esto?
En cualquier caso no tenía sentido, no existía ninguna justificación. Seguía sin ser capaz de creer que Edward pudiera reaccionar de esa manera. ¡No tenía ni pies ni cabeza! Recordé con dolorosa claridad aquel día en el sofá, mientras contemplábamos cómo Romeo y Julieta se mataban el uno al otro. No estaba dispuesto a vivir sin ti, había afirmado como si eso fuera la conclusión más evidente del mundo. Y sin embargo, en el bosque, al plantarme, había hablado con convicción cuando me hizo saber que no sentía nada por mí...
—Puede... si es que está a la escucha —me explicó Alice—; y además, lo creas o no, es posible mentir con el pensamiento. Si tú hubieras muerto y aun así yo quisiera detenerle, estaría pensando con toda la intensidad posible «está viva, está viva», y él lo sabe.
Enmudecí de frustración y me rechinaron los dientes.
—No te hubiera puesto en peligro si existiera alguna forma de conseguirlo sin ti, Bella. Esto está muy mal por mi parte.
—No seas tonta. Mi persona es lo último por lo que debes preocuparte —sacudí la cabeza con impaciencia—. Explícame a qué te referías con lo de mentir a Jasper.
Esbozó una sonrisa macabra.
—Le prometí que me iría de la ciudad antes de que me mataran a mí también. Eso es algo que no puedo garantizar ni por asomo... —enarcó las cejas como si deseara que me tomara más en serio el peligro.
—¿Quiénes son los Vulturis? —inquirí en un susurro—. ¿Qué los hace muchísimo más peligrosos que Emmett, Jasper, Rosalie y tú?
Resultaba difícil concebir algo más aterrador que eso.
Ella respiró hondo y luego, de repente, dirigió una oscura mirada por encima de mis hombros. Me giré a tiempo de ver cómo el hombre del asiento que había al otro lado del pasillo desviaba la vista, parecía que nos hubiera estado escuchando de tapadillo. Tenía pinta de ser un hombre de negocios. Vestía traje oscuro y corbata grande, y sostenía un portátil encima de las rodillas. Levantó la tapa del ordenador y se puso unos cascos de forma ostensible mientras yo le miraba con irritación.
Me incliné más cerca de Alice, que pegó los labios a mis oídos mientras me contaba la historia en susurros.
—Me sorprendió que reconocieras el nombre —admitió—, y que cuando anuncié que se había ido a Italia comprendieras lo que significaba. Pensé que tendría que explicártelo. ¿Cuánto te contó Edward?
—Sólo me dijo que se trataba de una familia antigua y poderosa, algo similar a la realeza... y que nadie les contrariaba a menos que quisiera... morir —respondí en cuchicheos.
—Has de entender —continuó, ahora hablaba más despacio y con mayor mesura— que los Cullen somos únicos en más sentidos de los que crees. Es... anómalo que tantos de nosotros seamos capaces de vivir juntos y en paz. Ocurre otro tanto en la familia de Tanya, en el norte, y Carlisle conjetura que la abstinencia nos facilita un comportamiento civilizado y la formación de lazos basados en el amor en vez de en la supervivencia y la conveniencia. Incluso el pequeño aquelarre de James era inusualmente grande, y ya viste con qué facilidad los abandonó Laurent. Por regla general, viajamos solos o en parejas. La familia de Carlisle es la mayor que existe, hasta donde sabemos, con una única excepción: los Vulturis.
»En un principio eran tres: Aro, Cayo y Marco.
—Los he visto en un cuadro del estudio de Carlisle —dije entre dientes.
Alice asintió.
—Dos hembras se les unieron con el paso del tiempo, y los cinco constituyeron la familia. No estoy segura, pero sospecho que es la edad lo que les confiere esa habilidad para vivir juntos de forma pacífica. Deben de tener los tres mil años bien cumplidos, o quizá sean sus dones los que les otorgan una tolerancia especial. Al igual que Edward y yo, Aro y Marco tienen... talentos —ella continuó antes de que le pudiera hacer pregunta alguna—. O quizá sea su común amor al poder lo que los mantiene unidos. Realeza es una descripción acertada.
—Pero si sólo son cinco...
—La familia tiene cinco miembros —me corrigió—, pero eso no incluye a la guardia.
Respiré hondo.
—Eso suena... temible.
—Lo es —me aseguró—. La última vez que tuve noticias, la guardia constaba de nueve miembros permanentes. Los demás son... transitorios. La cosa cambia. Y por si esto fuera poco, muchos de ellos también tienen dones, dones formidables. A su lado, lo que yo hago parece un truco de salón. Los Vulturis los eligen por sus habilidades, físicas o de otro tipo.
Abrí la boca para cerrarla después. Me iba pareciendo que no deseaba saber lo escasas que eran nuestras posibilidades.
Alice volvió a asentir, como si hubiera adivinado exactamente lo que pasaba por mi cabeza.
—Ninguno de los cinco se mete en demasiados líos y nadie es tan estúpido para jugársela con ellos. Los Vulturis permanecen en su ciudad y la abandonan sólo para atender las llamadas del deber.
—¿Deber? —repetí con asombro.
—¿No te contó Edward su cometido?
—No —dije mientras notaba la expresión de perplejidad de mi rostro.
Alice miró una vez más por encima de mi hombro en dirección al hombre de negocios y volvió a rozarme la oreja con sus labios glaciales.
—No los llaman realeza sin un motivo, son la casta gobernante. Con el transcurso de los milenios, han asumido el papel de hacer cumplir nuestras reglas, lo que, de hecho, se traduce en el castigo de los transgresores. Llevan a cabo esa tarea inexorablemente.
Me llevé tal impresión que los ojos se me salieron de las órbitas.
—¿Hay reglas? —pregunté en un tono de voz tal vez demasiado alto.
—¡Shhh!
—¿No debería habérmelo mencionado antes alguien? —susurré con ira—. Quiero decir, yo quería... ¡quería ser una de vosotros! ¿No tendría que haberme explicado alguien lo de las reglas?
Alice se rió entre dientes al ver mi reacción.
—No son complicadas, Bella. El quid de la cuestión se reduce a una única restricción y, si te detienes a pensarlo, probablemente tú misma la averiguarás.
Lo hice.
—No, ni idea.
Alice sacudió la cabeza, decepcionada.
—Quizás es demasiado obvio. Debemos mantener en secreto nuestra existencia.
—Ah —repuse entre dientes. Era obvio.
—Tiene sentido, y la mayoría de nosotros no necesitamos vigilancia —prosiguió—, pero al cabo de unos pocos siglos, alguno se aburre o, simplemente, enloquece. Los Vulturis toman cartas en el asunto antes de que eso les comprometa a ellos o al resto de nosotros.
—De modo que Edward...
—Planea desacatar abiertamente esa norma en su propia ciudad, el lugar cuyo dominio ostentan en secreto desde hace tres mil años, desde los tiempos de los etruscos. Se muestran tan protectores con su ciudad que ni siquiera permiten cazar dentro de sus muros. Volterra debe de ser el lugar más seguro del mundo... por lo menos en lo que a ataques de vampiros se refiere.
—Pero dijiste que no salían, entonces ¿cómo se alimentan?
—No salen, les traen el sustento del exterior, a veces desde lugares bastante lejanos. Eso mantiene distraída a la guardia cuando no está aniquilando disidentes o protegiendo Volterra de cualquier tipo de publicidad o de...
—... situaciones como ésta, como la de Edward —concluí su frase. Ahora resultaba sorprendentemente fácil decir su nombre. No estaba segura de dónde radicaba la diferencia. Tal vez se debía a que en realidad no había planeado vivir mucho tiempo sin verle si llegábamos tarde y todo lo demás. Me confortaba saber que tendría una salida fácil.
—Dudo de que se les haya planteado nunca una situación similar a ésta —murmuró Alice, disgustada—. No hay muchos vampiros suicidas.
Se me escapó de los labios un sonido muy contenido, pero ella pareció percatarse de que era un grito de dolor. Me pasó su brazo delgado pero firme por encima de los hombros.
—Haremos cuanto podamos, Bella. Esto todavía no ha terminado.
—Todavía no —dejé que me consolara, aunque sabía que nuestras posibilidades eran mínimas—. Además, los Vulturis vendrán a por nosotras si armamos jaleo.
Alice se quedó rígida.
—Lo dices como si fuera algo positivo.
Me encogí de hombros.
—Alto ahí, Bella, o de lo contrario damos media vuelta en el aeropuerto de Nueva York y regresamos a Forks.
—¿Qué?
—Tú sabes perfectamente a qué me refiero. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que regreses con Charlie si llegamos tarde para salvar a Edward, y no quiero que me des ningún problema. ¿Lo comprendes?
—Claro, Alice.
Se dejó caer hacia atrás levemente para poder mirarme.
—Nada de problemas.
—Palabra de boy scout—contesté entre dientes.
Puso los ojos en blanco.
—Ahora, déjame que me concentre. Voy a intentar ver qué trama.
Aunque no retiró el brazo de mis hombros, dejó caer la cabeza sobre el respaldo para luego cerrar los ojos. Apretó un lado del rostro con la mano libre al tiempo que se frotaba las sienes con las yemas de los dedos.
La contemplé fascinada durante mucho tiempo. Al final, acabó quedándose totalmente inmóvil. Su rostro parecía un busto de piedra. Transcurrieron los minutos y hubiera pensado que se había quedado dormida de no haberla conocido mejor. No me atreví a interrumpirla para preguntar qué estaba sucediendo.
Deseé tener un tema seguro sobre el que cavilar. No podía permitirme el lujo de especular con los horrores que teníamos por delante o, para ser más concreta, la posibilidad de fracasar, a menos que quisiera ponerme a dar gritos.
Tampoco podía anticipar nada. Quizá pudiera salvar a Edward de algún modo si tenía mucha, mucha, mucha suerte, pero no era tan tonta como para creer que podría estar con él después de haberle salvado. Yo no era diferente ni más especial de lo que lo había sido con anterioridad, así que no había ninguna razón nueva por la que ahora me quisiera, aunque verle para perderle otra vez...
Reprimí la pena. Ése era el precio que debía pagar para salvarle. Y lo pagaría.
Echaron una película y mi vecino se puso los auriculares. Miraba de vez en cuando las figuras que se movían por la pequeña pantalla, pero ni siquiera fui capaz de discernir si era una de miedo o una romántica.
El avión comenzó a descender rumbo a la ciudad de Nueva York después de lo que me pareció una eternidad. Alice permanecía sumida en su trance. Me puse nerviosa y estiré una mano para tocarla, sólo para retirarla otra vez. Ese movimiento se repitió una docena de veces antes de que el avión efectuara un aterrizaje movidito.
—Alice —la llamé al fin—. Alice, hemos de irnos.
Le toqué el brazo.
Abrió los ojos con suma lentitud y durante unos instantes sacudió la cabeza de un lado a otro.
—¿Alguna novedad? —pregunté en voz baja, consciente de que el hombre que tenía al otro lado estaba a la escucha.
—No exactamente —cuchicheó en voz tan baja que apenas la lograba escuchar—. Se encuentra más cerca. Ha decidido la forma en que va a plantear su petición.
Tuvimos que apresurarnos para no perder el trasbordo, pero eso nos vino bien, mejor que si nos hubiéramos visto obligadas a esperar. Alice cerró los ojos y se hundió en el mismo sopor, igual que antes, en cuanto estuvimos en el aire. Aguardé con toda la paciencia posible. Cuando se hizo de noche, descorrí el estor para mirar la monótona oscuridad del exterior, que no era mucho más agradable que el hueco cubierto de la ventana.
Me sentía muy agradecida por haber tenido tantos meses de práctica a la hora de controlar mis pensamientos. En vez de detenerme en las aterradoras posibilidades del futuro a las que —no importaba lo que dijera Alice— no pretendía sobrevivir, me concentré en problemas de menor calado, como qué iba a decirle a Charlie a mi vuelta. Era una cuestión lo bastante espinosa como para ocupar varias horas. ¿Y a Jacob? Había prometido esperarme, pero ahora ¿seguía vigente esa promesa? ¿Acabaría tirada en casa, sola en Forks, sin nadie a mi alrededor? Quizá no quería sobrevivir, pasara lo que pasara.
Unos segundos después, Alice me sacudió el hombro. No me había dado cuenta de que me había dormido.
—Bella —susurró con la voz un poco más alta de la cuenta para un avión a oscuras repleto de humanos dormidos.
No estaba desorientada... No había permanecido traspuesta durante mucho tiempo.
—¿Algo va mal?
Los ojos de Alice refulgieron a la tenue luz de la lámpara de lectura encendida en la parte posterior de nuestra fila.
—No, por ahora todo va bien. Han estado deliberando, pero han decidido responderle que no.
—¿Los Vulturis? —musité, todavía un poco alelada.
—Por supuesto, Bella. Mantengo el contacto, ahora se lo van a decir.
—Cuéntame.
Un auxiliar de vuelo acudió de puntillas, por el pasillo, hacia nosotras.
—¿Desean una almohada las señoras?
El tono bajo de su pregunta constituía una reprimenda por el volumen relativamente alto de nuestra conversación.
—No, gracias.
Alice le embelesó con una sonrisa radiante e increíblemente afectuosa. La expresión del hombre fue de aturdimiento mientras daba la vuelta y regresaba a su puesto con paso poco firme.
—Cuéntame—musité, hablando casi para mí.
—Se han interesado por él —me susurró al oído—. Creen que su don puede resultarles útil. Le van a ofrecer un lugar entre ellos.
—¿Y qué va a contestar?
—Aún no lo he visto, pero apostaría a que el lenguaje va a ser subido de tono —volvió a esbozar otra gran sonrisa—. Ésta es la primera noticia buena, el primer respiro. Están intrigados y en verdad no desean acabar con él... Aro va a emplear el término «despilfarro»... Quizá eso le obligue a ser creativo. Cuanto más tiempo invierta en hacer planes, mejor para nosotras.
Aquello no bastó para hacerme concebir esperanzas ni compartir el evidente respiro de Alice. Seguía habiendo muchas probabilidades de que llegáramos tarde, y si no conseguía traspasar los muros de la ciudad de los Vulturis, no podría impedir que Alice me arrastrara de vuelta a casa.
—¿Alice?
—¿Qué?
—Estoy desconcertada. ¿Cómo es que hoy lo ves con tanta claridad y sin embargo, en otras ocasiones, vislumbras cosas borrosas, hechos que luego no suceden?
Cuando la vi entrecerrar los ojos me pregunté si adivinaba en qué estaba pensando.
—Lo veo claro porque se trata de algo inmediato, cercano, y estoy realmente concentrada. Las cosas lejanas que vienen por su propia cuenta son simples atisbos, tenues posibilidades, además de que veo a mi gente con más facilidad que a los humanos. Con Edward es incluso más fácil, ya que estoy en sintonía con él.
—En ocasiones, me ves —le recordé.
Meneó la cabeza.
—No con la misma claridad.
Suspiré.
—¡Cuánto me habría gustado que hubieras acertado conmigo! Al principio, cuando tuviste visiones sobre mí incluso antes de conocernos...
—¿Qué quieres decir?
—Me viste convertida en una de vosotros —repuse articulando para que me leyera los labios.
Ahora suspiró ella.
—Era posible en aquel tiempo...
—En aquel tiempo —repetí.
—La verdad, Bella... —vaciló, y luego pareció hacer una elección—. Te seré sincera, creo que todo esto ha ido más allá de lo ridículo. Estoy considerando si debería limitarme a transformarte por mi cuenta.
Me quedé helada de la impresión y la miré fijamente. Mi mente opuso una resistencia inmediata a sus palabras. No podía permitirme el lujo de albergar ese tipo de esperanza si luego cambiaba de parecer.
—¿Te he asustado? —inquirió con sorpresa—. Creí que eso era lo que querías.
—¡Y lo quiero! —repuse con voz entrecortada—. ¡Alice, Alice, hazlo ahora! Podría ayudarte mucho, y no... te retrasaría. ¡Muérdeme!
—¡Chitón! —me avisó. El auxiliar volvía a mirar en nuestra dirección—. Intenta ser razonable —susurró—. No tenemos tiempo suficiente. Mañana debemos entrar en Volterra y tú estarías retorciéndote de dolor durante días —hizo una mueca—. Y creo que el resto del pasaje no reaccionaría bien.
Me mordí el labio.
—Cambiarás de opinión si no lo haces ahora.
—No —torció el gesto con expresión desventurada—. No creo que cambie de opinión. Él se enfurecerá, pero ¿qué puede hacer al respecto?
Mi corazón latió más deprisa.
—Nada de nada.
Se rió quedamente y volvió a suspirar.
—Depositas mucha fe en mí, Bella. No estoy segura de poder. Lo más probable es que acabara matándote.
—Me arriesgaré.
—Eres un bicho muy raro, incluso para ser humana.
—Gracias.
—Bueno, de todos modos, esto es pura hipótesis. Antes debemos sobrevivir al día de mañana.
—Tienes razón.
Al menos, tenía algo a lo que aferrarme si lo lográbamos. Si Alice cumplía su promesa —y no me mataba—, Edward podía correr todo lo que quisiera en busca de distracciones, ya que entonces le podría seguir. No iba a dejarle distraerse. Quizá no quisiera distracciones cuando yo fuera hermosa y fuerte.
—Vuelve a dormirte —me animó ella—. Te despertaré en cuanto haya novedades.
—Vale —refunfuñé, persuadida de que retomar el sueño era ahora una batalla perdida.
Alice recogió las piernas sobre el asiento y las abarcó con los brazos para luego apoyar la cabeza encima de las rodillas. Se balanceó adelante y atrás mientras se concentraba.
Recliné la cabeza sobre el asiento mientras la observaba y lo siguiente que supe fue que ella corría de golpe el estor para evitar la entrada de la tenue luminosidad del cielo oriental.
—¿Qué ha pasado? —pregunté entre dientes.
—Le han comunicado la negativa —contestó en voz baja. Noté que había desaparecido el entusiasmo de su voz.
Las palabras se me agolparon en la garganta a causa del pánico.
—¿Qué va a hacer?
—Al principio todo era caótico. Yo atisbaba detalles, pero él cambiaba de planes con demasiada rapidez.
—¿Qué clase de planes? —le urgí.
—Hubo un mal momento... cuando decidió ir de caza —susurró. Me miró, y al leer en mi rostro que no la comprendía, agregó—: En la ciudad. Le ha faltado poco. Cambió de idea en el último momento.
—No ha querido decepcionar a Carlisle —musité. No, no le quería defraudar en el último momento.
—Probablemente —coincidió ella.
—¿Vamos a tener tiempo? —se produjo un cambio en la presión de la cabina mientras hablaba y el avión se inclinó hacia abajo.
—Eso espero... Quizá sí... a condición de que persevere en su última decisión.
—¿Y cuál es?
—Ha optado por elegir lo sencillo. Va a limitarse a caminar por las calles a la luz del sol.
Caminar por las calles a la luz del sol. Eso era todo.
Bastaría.
Me consumía el recuerdo de la imagen de Edward en el prado, con la piel deslumbrante y refulgente como si estuviera hecha de un millón de facetas diamantinas. Los Vulturis no lo iban a permitir, no si querían que su ciudad siguiera pasando desapercibida.
Contemplé el tenue resplandor gris que entraba por las ventanas abiertas.
—Vamos a llegar demasiado tarde —susurré, aterrada, con un nudo en la garganta.
Ella negó con la cabeza.
—Ahora mismo se ha decantado por lo melodramático. Desea tener la máxima audiencia posible, por lo que elegirá la plaza mayor, debajo de la torre del reloj. Allí los muros son altos. Va a tener que esperar a que el sol esté en su cenit.
—Entonces, ¿tenemos de plazo hasta mediodía?
—Si hay suerte y no cambia de opinión.
El comandante se dirigió al pasaje por el interfono para anunciar primero en francés y luego en inglés el inminente aterrizaje. Se oyó un tintineo y las luces del pasillo parpadearon para indicar que nos abrocháramos los cinturones de seguridad.
—¿A qué distancia está Volterra de Florencia?
—Eso depende de lo deprisa que se conduzca... ¿Bella?
—¿Sí?
Me estudió con la mirada.
—¿Piensas oponerte mucho a que robemos un buen coche?
Un Porsche reluciente de color amarillo chirrió al frenar a pocos centímetros de donde yo paseaba. La palabra TURBO, garabateada en letra cursiva, ocupaba la parte posterior del deportivo. En la atestada acera del aeropuerto todo el mundo —además de mí— se giró para mirarlo.
—¡Rápido, Bella! —gritó Alice con impaciencia por la ventana abierta del asiento del copiloto.
Corrí hacia la puerta y la abrí de un tirón sin poder evitar la sensación de que ocultaba el rostro bajo una media negra.
—¡Jesús! —me quejé—, ¿no podías haber robado otro coche menos llamativo, Alice?
El interior era todo de cuero negro y las ventanas tenían cristales tintados. Dentro me sentía segura, como si fuera de noche.
Alice ya se había puesto a zigzaguear a toda pastilla por el denso tráfico del aeropuerto y se deslizaba por los minúsculos espacios que había entre los vehículos de tal modo que me encogí y busqué a tientas el cinturón de mi asiento.
—La pregunta importante —me corrigió— es si podía haber robado un coche más rápido, y creo que no. Tuve suerte.
—Va a ser un verdadero consuelo en el próximo control de carretera, seguro.
Gorjeó una carcajada y dijo:
—Confía en mí, Bella. Si alguien establece un control de carretera, lo hará después de que pasemos nosotras.
Entonces le dio más gas al coche, como si eso demostrara que tenía razón.
Probablemente debería haber contemplado por el cristal de la ventana primero la ciudad de Florencia y luego el paisaje de la Toscana, que pasaban ante mis ojos desdibujados por la velocidad. Éste era mi primer viaje a cualquier sitio, y quizá también el último. Pero la conducción de Alice me llenó de pánico a pesar de que sabía que era una persona fiable al volante. Además, la ansiedad me atormentó en cuanto empecé a divisar las colinas y los pueblos amurallados tan semejantes a castillos desde la distancia.
—¿Ves alguna cosa más?
—Hay algún evento —murmuró Alice—, un festival o algo por el estilo. Las calles están llenas de gente y banderas rojas. ¿Qué día es hoy?
No estaba del todo segura.
—¿No estamos a día diecinueve?
—Menuda ironía, es el día de San Marcos.
—¿Y eso qué significa?
Se rió entre dientes.
—La ciudad celebra un festejo todos los años. Según afirma la leyenda, un misionero cristiano, el padre Marcos —de hecho, es el Marco de los Vulturis— expulsó a todos los vampiros de Volterra hace mil quinientos años. La historia asegura que sufrió martirio en Rumania, hasta donde había viajado para seguir combatiendo el flagelo del vampirismo. Por supuesto, todo es una tontería... Nunca salió de la ciudad, pero de ahí es de donde proceden algunas supersticiones tales como las cruces y los dientes de ajo. El padre Marcos las empleó con éxito, y deben funcionar, porque los vampiros no han vuelto a perturbar a Volterra —esbozó una sonrisa sardónica—. Se ha convertido en la fiesta de la ciudad y un acto de reconocimiento al cuerpo de policía. Al fin y al cabo, Volterra es una ciudad sorprendentemente segura y la policía se anota el tanto.
Comprendí a qué se refería al emplear la palabra «ironía».
—No les va a hacer mucha gracia que Edward la arme el día de San Marcos, ¿verdad?
Alice sacudió la cabeza con expresión desalentadora.
—No. Actuarán muy deprisa.
Desvié la vista mientras intentaba evitar que mis dientes perforaran la piel de mi labio inferior. Empezar a sangrar en ese momento no era la mejor idea.
—¿Sigue planeando actuar a mediodía? —comprobé.
—Sí. Ha decidido esperar, y ellos le están esperando a él.
—Dime qué he de hacer.
Ella no apartó la vista de las curvas de la carretera. La aguja del velocímetro estaba a punto de tocar el extremo derecho del indicador de velocidad.
—No tienes que hacer nada. Sólo debe verte antes de caminar bajo la luz, y tiene que verte a ti antes que a mí.
—¿Y cómo conseguiremos que salga bien?
Un pequeño coche rojo que iba delante pareció ir marcha atrás cuando Alice lo adelantó zumbando.
—Voy a acercarte lo máximo posible, luego vas a tener que correr en la dirección que te indique.
Asentí.
—Procura no tropezar —añadió—. Hoy no tenemos tiempo para una conmoción cerebral.
Gemí. Arruinarlo todo, destruir el mundo en un momento de torpeza supina sería muy propio de mí.
El sol continuaba encaramándose a lo alto del cielo mientras Alice le echaba una carrera. Brillaba demasiado, y me entró pánico de que, después de todo, no sintiera la necesidad de esperar a mediodía.
—Allí —informó de pronto Alice mientras señalaba una ciudad encastillada en lo alto del cerro más cercano.
Mientras la miraba, sentí la primera punzada de un miedo diferente. Desde el día anterior por la mañana —se me antojaba que había transcurrido una semana por lo menos—, cuando Alice pronunció su nombre al pie de las escaleras, sólo había sentido una clase de temor. Pero ahora, mientras contemplaba sus antiguos muros de color siena y las torres que coronaban la cima del empinado cerro, me sentí traspasada por otro tipo de pavor más egoísta y personal.
Había supuesto que la ciudad sería muy bonita, pero me dejó totalmente aterrorizada.
—Volterra —anunció Alice con voz monocorde y fría.

CAPÍTULO 18: EL FUNERAL

Bajé las escaleras a todo correr y abrí la puerta de un tirón.
Era Jacob, por supuesto. Incluso aunque no le pudiera ver, Alice era muy intuitiva.
Se había quedado a metro y medio de la puerta y arrugaba la nariz con gesto de desagrado, pero aparte de eso su rostro estaba en calma, como el de una máscara. No me engañó. Vi el débil temblor de sus manos.
Emanaba oleadas de hostilidad, lo cual me retrotrajo a aquella espantosa tarde en la que había preferido a Sam antes que a mí y respondí a la defensiva irguiendo el mentón.
El Golf de Jacob permanecía al ralentí con el freno echado. Jared estaba al volante y Embry en el asiento del copiloto. Me di cuenta de lo que eso significaba: temían dejarle venir solo, lo que me entristeció y sorprendió, ya que el comportamiento de los Cullen no justificaba semejante actitud.
—Hola —dije finalmente al ver que él seguía sin hablar.
Jake frunció los labios y continuó a la misma distancia que había mantenido con respecto a la puerta. Repasó la fachada de la casa con la mirada.
Apreté los dientes y pregunté:
—No está aquí. ¿Necesitas algo?
Él vaciló.
—¿Estás sola?
—Sí.
Suspiré.
—¿Podemos hablar un minuto?
—Por supuesto, Jacob. Vamos, entra.
Miró por encima de su hombro a sus amigos, sentados en el coche. Vi a Embry mover la cabeza de forma casi imperceptible. No supe la razón, pero eso me fastidió un montón.
Me rechinaron los dientes y murmuré en voz muy baja:
—Gallina.
Los ojos de Jacob relampaguearon y se centraron en mí. Encima de sus ojos hundidos, sus pobladas cejas negras adoptaron un ángulo que les confería un aspecto airado. Apretó los dientes y desfiló —no existía otra palabra para describir la forma en que se movía— por la vereda y se encogió de hombros al pasar junto a mí para entrar en la casa.
Antes de cerrar de un portazo, mi mirada se encontró primero con la de Jared y luego con la de Embry. No me gustó la dureza con la que me observaban. ¿De veras pensaban que iba a dejar que le sucediera algo malo a Jacob?
Él se quedó detrás de mí en el vestíbulo sin dejar de mirar el lío de mantas del salón.
—¿Qué? ¿Una fiesta de pijamas? —inquirió con sarcasmo.
—Sí —repliqué con el mismo tono de acidez. No me gustaba nada Jacob cuando se comportaba de esa manera—. ¿Qué se te ofrece?
Volvió a arrugar la nariz como si oliera algo desagradable.
—¿Dónde está tu «amiga»? —pude oír el entrecomillado de la palabra en la inflexión de su voz.
—Tenía que hacer algunos recados. Bueno, Jacob, ¿qué quieres?
Había algo en la estancia que le ponía los nervios a flor de piel. Los brazos le temblaban. No respondió a mi pregunta, sino que se desplazó a la cocina lanzando con impaciencia miradas en todas las direcciones.
Le seguí. Paseaba arriba y abajo junto a la pequeña encimera.
—Eh —le dije al tiempo que me interponía en su camino. Detuvo sus pasos y fijó en mí su mirada—. ¿Qué te ocurre?
—Me disgusta tener que venir aquí.
Aquello me hirió profundamente. Me estremecí y él entrecerró los ojos.
—En tal caso, lamento que hayas tenido que hacerlo —musité—. ¿Por qué no me dices ya lo que necesitas? De ese modo podrás marcharte.
—Sólo quería hacerte un par de preguntas. No te llevará mucho tiempo. Debemos volver al funeral.
—De acuerdo, terminemos con esto.
Probablemente me estaba comportando con demasiada agresividad, pero no quería que viera cuánto daño me hacía. No me había portado bien, cierto, y después de todo, hacía dos noches había preferido a la chupasangre en vez de a él. Yo le había herido primero.
Respiró hondo y de pronto los dedos temblorosos se quedaron quietos. Su rostro se sosegó hasta convertirse en una máscara serena.
—Un miembro de la familia Cullen ha estado aquí contigo —expuso.
—Sí, Alice Cullen.
Asintió con gesto pensativo.
—¿Cuánto tiempo va a quedarse?
—Todo el que quiera —repliqué, todavía con tono beligerante—. Puede venir cuando le plazca.
—¿Crees...? ¿Podrías explicarle lo de la otra, lo de Victoria, por favor?
Palidecí.
—Ya la he informado.
El asintió.
—Has de saber que mientras los Cullen estén en este lugar, sólo podemos vigilar nuestras tierras. El único sitio donde tú estarías a salvo sería en La Push. Aquí ya no puedo protegerte.
—De acuerdo —contesté con un hilo de voz.
Entonces apartó la vista y miró al exterior a través de las ventanas traseras sin decir nada más.
—¿Eso es todo?
Mantuvo los ojos fijos en el cristal mientras contestaba:
—Sólo una última cosa.
Esperé, pero él no prosiguió, por lo que al final le urgí:
—¿Sí?
—¿Van a regresar los demás? —inquirió con voz fría y calmada. Me recordó al comportamiento sereno de Sam. Jacob se parecía cada vez más a él. Me pregunté por qué me molestaba tanto.
Ahora fui yo quien permaneció callada y él clavó sus ojos perspicaces en mi rostro.
—¿Y bien? —preguntó mientras se esforzaba en ocultar la tensión detrás de su expresión serena.
—No —respondí al fin, a regañadientes—. No van a volver.
Jacob no se inmutó.
—Vale. Eso es todo.
Mi enfado resurgió y le fulminé con la mirada.
—Bueno, venga, ahora vete. Ve a decirle a Sam que los monstruos malos no te han atrapado.
—Vale —volvió a decir, aún calmado.
Era lo que parecía. Jacob salió a toda prisa de la cocina. Esperé a oír la puerta de la entrada, pero no fue así. Escuché el tictac del reloj de la cocina y me maravillé una vez más de lo silencioso que se había vuelto.
¡Menudo desastre! ¡¿Cómo podía haberme alejado tanto de él en tan breve lapso de tiempo?!
¿Me perdonaría cuando Alice se hubiera marchado? ¿Y qué ocurriría si no lo hiciera?
Me dejé caer contra la encimera y enterré mi rostro entre las manos. ¿Cómo podía haberlo complicado todo de este modo? En cualquier caso, ¿me podía haber comportado de otra manera? No se me ocurrió ninguna alternativa, ningún otro modo de proceder.
—¿Bella...? —preguntó Jacob con voz atribulada.
Alcé el rostro, que mantenía entre mis manos, para ver a Jacob, dubitativo, en la entrada de la cocina. No se había marchado, tal y como yo había pensado. Sólo entonces vi gotas cristalinas en las palmas de mis manos y comprendí que estaba llorando.
La expresión serena había desaparecido del rostro de Jacob, que ahora se mostraba inseguro y ansioso. Caminó rápidamente para acercarse a mi lado y agachó la cabeza hasta que sus ojos y los míos estuvieron a la misma altura.
—Lo he vuelto a hacer, ¿verdad?
—¿Hacer? ¿El qué? —pregunté con voz rota.
—Romper mi promesa. Perdona.
—No te preocupes —repuse entre dientes—. Esta vez empecé yo.
Su rostro se crispó.
—Sabía lo que sentías por ellos. No debería haberme sorprendido de ese modo.
Vi la repulsa en sus ojos y quise explicarle cómo era Alice en realidad, defenderla, desmentir la opinión que se había formado de ella, pero algo me previno de que no era el momento.
Por tanto, me limité a decir:
—Lo siento.
Una vez más.
—No hay de qué preocuparse, ¿vale? Sólo está de visita, ¿no? Se irá y las aguas volverán a su cauce.
—¿No puedo ser amiga de los dos al mismo tiempo? —pregunté. Mi voz no ocultó ni una pizca del dolor que me embargaba.
Movió la cabeza muy despacio negando esa posibilidad.
—No, no creo que sea posible.
Sollocé y clavé la vista en sus pies enormes.
—Pero ¿me esperarás, verdad? ¿Seguirás siendo mi amigo aunque también quiera a Alice?
No alcé los ojos, temerosa de lo que iba a pensar de la última parte. Necesitó un minuto para responder, por lo que probablemente fue un acierto no mirarle.
—Sí, siempre seré tu amigo —dijo con brusquedad— sin tener en cuenta a quién ames.
—¿Prometido?
—Prometido.
Me rodeó con los brazos y yo apoyé la cabeza sobre su pecho sin dejar de sollozar.
—¡Qué asco de situación!
—Sí —entonces, olisqueó mi pelo y dijo—: Puaj.
—¡¿Qué?! —pregunté y levanté la vista para verle arrugar la nariz—. ¿Por qué os ha dado a todos por hacerme eso? ¡No huelo!
Esbozó una leve sonrisa.
—Sí, sí hueles, hueles como ellos. Demasiado dulce y empalagoso... y helado... Me arde la nariz.
—¿De verdad? —aquello resultaba muy extraño. Alice olía increíblemente bien, al menos para un humano—. Entonces, ¿por qué Alice cree también que yo huelo?
Aquello le borró la sonrisa de la cara.
—¿Qué...? Tal vez mi olor tampoco sea de su agrado, ¿no?
—Bueno, a mí me gusta cómo oléis los dos.
Volví a apoyar la cabeza sobre su pecho. Le iba a echar mucho de menos en cuanto saliera por la puerta. Era una situación peliaguda y sin escapatoria. Por una parte, deseaba que Alice se quedara para siempre, y me iba a morir —metafóricamente hablando— cuando me dejara, pero ¿cómo se suponía que iba a seguir sin ver a Jacob ni un segundo? ¡Menudo lío!, pensé una vez más.
—Te echaré de menos cada minuto —susurró Jacob, haciéndose eco de mis pensamientos—. Espero que se largue pronto.
—La verdad, Jake, no tiene por qué ser así.
Suspiró.
—Sí, Bella, sí ha de ser así. Tú... la quieres, y sería conveniente que yo no estuviera cerca de ella. No estoy seguro de mantenerme siempre lo bastante sereno como para poder manejar la situación. Sam se enfadaría si se enterase de que he quebrantado el tratado y —su voz se tornó sarcástica— no creo que te hiciera demasiado feliz que matara a tu amiga.
Le rehuí cuando dijo eso, pero él se limitó a hacer más fuerte la presa de sus brazos, negándose a soltarme.
—No hay forma de evitar la verdad. Así están las cosas, Bella.
—Pues no me gusta.
Jacob liberó un brazo para sostener mi mentón con la mano ahuecada y lo levantó para obligarme a que le mirase.
—Sí, era más sencillo cuando los dos sólo éramos humanos, ¿verdad?
Suspiré.
Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo. Su mano ardía sobre la piel de mi rostro. Sabía que allí no había otra cosa que nostalgia y tristeza. No quería despedirme, por breve que llegara a ser la separación. Al principio su rostro fue un reflejo del mío, pero luego, sin que ninguno de los dos desviara la mirada, su expresión cambió.
Me soltó y alzó la otra mano para acariciarme la mejilla con las yemas de los dedos y terminar descendiendo hasta la mandíbula. Noté el temblor de sus dedos, aunque en esta ocasión no era a causa de la ira. Colocó la palma de su mano sobre mi mejilla, de modo que mi rostro quedó atrapado entre sus manos abrasadoras.
—Bella —susurró.
Me quedé helada.
¡No! Aún no había tomado una decisión al respecto. No sabía si era capaz de hacerlo, y ahora no tenía tiempo para pensar, pero hubiera sido una necia si hubiera pensado que un rechazo en ese momento no iba a tener consecuencias.
A su vez, también yo clavé en él mi mirada. No era mi Jacob, pero podía serlo. Su querido rostro era el de siempre. Yo le amaba de verdad en muchos sentidos. Era mi consuelo, mi puerto seguro, y en ese preciso momento yo podía escoger que me perteneciera.
Por el momento, Alice había regresado, pero eso no cambiaba nada. La persona a quien amaba de verdad se había marchado para siempre. El príncipe no iba a regresar para despertarme de mi letargo mágico con un beso. Al fin y al cabo, tampoco yo era una princesa, por lo que ¿cuál era el protocolo de los cuentos de hadas para otros besos? ¿Acaso la gente corriente y moliente no necesitaba romper ningún conjuro?
Tal vez sería fácil, algo así como cuando sostenía su mano o me rodeaba con sus brazos. Quizá sería agradable. Quizá no me diera la impresión de estar traicionándole. Además, ¿a quién traicionaba en realidad? Sólo a mí misma.
Sin apartar sus ojos de los míos, Jacob comenzó a inclinar el rostro hacia mí. Yo todavía no había tomado ninguna decisión.
El repiqueteo estridente del teléfono nos hizo pegar un bote a los dos, pero él no perdió su centro de atención. Apartó la mano de mi barbilla y la alargó para tomar el auricular, pero aún sostenía férreamente mi mejilla con la otra mano. Sus ojos negros no se apartaron de los míos. Estaba hecha un lío, demasiado confusa para ser capaz de reaccionar ni aprovechar la ventaja de la distracción.
—Casa de los Swan —contestó Jacob en voz baja, ronca y grave.
Alguien le contestó y Jacob se alteró al momento. Se envaró y me soltó el rostro. Se apagó el brillo de sus ojos, se quedó lívido, y hubiera apostado lo poco que quedaba de mis ahorros para ir a la universidad a que se trataba de Alice.
Me recuperé y extendí la mano para tomar el auricular, pero él me ignoró.
—No está en casa —Jacob pronunció esas palabras con un tono amenazador. Hubo una réplica breve, parecía una petición de información, ya que Jacob añadió de mala gana—: Se encuentra en el funeral.
A continuación, colgó el teléfono.
—Asqueroso chupasangre —murmuró por lo bajini. Volvió el rostro hacia mí, pero ahora volvía a ser una máscara llena de amargura.
—¿A quién le acabas de colgar mi teléfono en mi casa? —pregunté de forma entrecortada, enojadísima.
—¡Cálmate! ¡Él me colgó a mí!
—¿Quién era?
—El doctor Carlisle Cullen —pronunció el título con sorna.
—¡¿Por qué no me has dejado hablar con él?!
—No ha preguntado por ti —repuso Jacob con frialdad. Su rostro era inexpresivo y estaba en calma, pero las manos le temblaban—. Preguntó dónde estaba Charlie y le respondí. No me parece que haya quebrantado las reglas de la cortesía.
—Escúchame, Jacob Black...
Pero era obvio que no lo hacía. Volvió la vista atrás, como si hubiera oído su nombre en otra habitación. Abrió los ojos y se quedó rígido; luego comenzó a estremecerse. Yo también agucé el oído, pero sin oír nada.
—Adiós, Bella —espetó, y dio media vuelta para dirigirse a la puerta de la entrada.
Corrí tras él.
—¿Qué pasa?
Choque contra él, que se balanceó hacia atrás, despotricando en voz baja. Me golpeó en un costado al girar otra vez. Perdí pie y me caí al suelo, con la mala suerte de que mis piernas se engancharon con las suyas.
—¡Maldita sea, ay! —me quejé mientras él se apresuraba a sacudir las piernas para liberarse cuanto antes.
Forcejeé para incorporarme y Jacob se lanzó como una flecha hacia la puerta trasera. De pronto, se quedó petrificado.
Alice permanecía inmóvil al pie de las escaleras.
—Bella —dijo con voz entrecortada.
Me levanté como pude y acudí a su lado dando tumbos. Alice tenía la mirada ausente, lejana; el rostro, demacrado y blanco como la cal. Su cuerpo esbelto temblaba a resultas de una enorme conmoción interna.
—¿Qué pasa, Alice? —chillé.
Tomé su rostro entre mis manos en un intento de calmarla. De pronto, centró en mí sus ojos abiertos y colmados de dolor.
—Edward —logró articular.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente fuera capaz de comprender las implicaciones de su respuesta. Al principio, no entendí por qué la que la habitación daba vueltas ni de dónde venía el eco del rugido que me pitaba en los oídos. Me devané los sesos, pero no fui capaz de encontrarle sentido al rostro funesto de Alice ni de averiguar qué relación podía guardar con Edward; entretanto, empecé a tambalearme en busca del alivio de la inconsciencia antes de que la realidad me hiciera daño.
La escalera se inclinó en un ángulo extraño.
De pronto, llegó a mi oído la voz furiosa de Jacob profiriendo un torrente de blasfemias. Me invadió una suave ola de desaprobación. Resultaba evidente que sus nuevos amigos eran una mala influencia.
Me encontré encima del sofá antes de comprender cómo había llegado hasta allí. Jacob seguía soltando tacos. Me daba la impresión de que se había desatado un terremoto a juzgar por el modo en que el sofá se agitaba debajo de mi cuerpo.
—¿Qué le has hecho? —preguntó él.
Alice le ignoró.
—¿Bella? Reacciona, Bella, tenemos prisa.
—Mantente lejos —le previno Jacob.
—Cálmate, Jacob Black —le ordenó Alice—. No querrás transformarte tan cerca de ella.
—No creo que tenga problemas en recordar cuál es mi verdadero objetivo —replicó, pero su voz sonó un poco más apaciguada.
—¿Alice? —intervine con voz débil—. ¿Qué ha pasado? —pregunté incluso a pesar de no querer oírlo.
—No lo sé —se lamentó inopinadamente—. ¡¿Qué se le habrá ocurrido?!
Hice un esfuerzo por incorporarme a pesar de los vahídos. No tardé en darme cuenta de que lo que aferraba en realidad para recuperar el equilibrio era el brazo de Jacob. Era él quien temblaba, y no el sofá.
Alice había sacado un móvil plateado del bolso cuando la reubiqué en la estancia. Tecleaba los números a tal velocidad que se le desdibujaban los dedos.
—Rose, necesito hablar con Carlisle ahora mismo —soltó de sopetón—. Bien, pero que me llame en cuanto llegue. No, habré tomado un vuelo. Oye, ¿sabes algo de Edward?
Alice hizo una pausa en ese momento para escuchar cada vez con expresión más horrorizada a medida que transcurrían los segundos. Entreabrió la boca en forma de «o» a causa del espanto y el móvil le tembló en la mano.
—¿Por qué? —preguntó con voz entrecortada—. ¿Por qué lo has hecho, Rosalie?
Fuera cual fuera la respuesta, el mentón de Alice se tensó a causa de la ira. Le centellearon los ojos y luego los entrecerró.
—En fin, te has equivocado en ambos casos, aunque, Rosalie, era fácil suponer que iba a ser un problema, ¿a que sí? —preguntó con sarcasmo—. Sí, exacto, ella se encuentra perfectamente... Me equivoqué... Es una larga historia, pero en eso también te equivocas. Ésa es la razón por la que llamo... Sí, eso es exactamente lo que vi —Alice habló con dureza. Fruncía los labios hasta el punto de dejar los dientes al descubierto—. Es un poco tarde para eso, Rose. Guárdate tu remordimiento para quien te crea.
Cerró el móvil con un movimiento vertiginoso de dedos. Se volvió hacia mí y me miró con ojos atormentados.
—Alice, Carlisle ya ha regresado —mascullé rápidamente sin dejar que me contara nada. Necesitaba unos segundos más de tregua antes de que hablara y sus palabras destruyeran lo poco que me quedaba de vida—. Acaba de llamar...
Se me quedó mirando sin comprender y luego preguntó con voz apagada:
—¿Cuánto hace de eso?
—Medio minuto antes de tu aparición.
—¿Qué dijo? —ahora me estaba prestando atención, quedó a la espera de mi respuesta.
—Yo no hablé con él.
Mis ojos volaron en pos de Jacob, y Alice clavó su penetrante mirada en él, que reaccionó con un estremecimiento, pero no se apartó de mi lado. Se sentó con torpeza, casi como si pretendiera escudarme con su cuerpo.
—Preguntó por Charlie y le respondí que no se encontraba aquí —musitó Jacob con resentimiento.
—¿Nada más? —inquirió Alice con voz glacial.
—Después me colgó el teléfono —le espetó Jacob. Un temblor le recorrió la columna vertebral y me hizo estremecer.
—Le dijiste que Charlie estaba en el funeral —le recordé.
Alice sacudió la cabeza hacia mí.
—¿Cuáles fueron las palabras exactas?
—Jacob dijo: «No está en casa», y cuando Carlisle preguntó por el paradero de Charlie, respondió: «Se encuentra en el funeral».
Alice gimió y cayó de rodillas.
—Cuéntamelo, Alice —susurré.
—No fue Carlisle quien telefoneó —explicó con desesperanza.
—¿Me estás llamando mentiroso? —gruñó Jacob, que seguía junto a mí.
Alice le ignoró y se concentró en mi rostro perplejo.
—Era Edward —las palabras borbotearon en un susurro entrecortado—. Cree que has muerto.
La mente empezó a funcionarme otra vez. No era eso lo que tanto temía oír, por lo que el alivio me aclaró las ideas. Después de suspirar, me relajé y aventuré:
—Rosalie le dijo que me había suicidado, ¿verdad?
—Sí —admitió Alice. Los ojos le relampaguearon de ira una vez más—. He de decir en su defensa que ella pensaba que era verdad. Confían más de lo debido en mi visión, que funciona con muchas imperfecciones, pero eso fue lo que la impulsó a decírselo a Edward. ¿No comprendía... ni le preocupaba...?
Su voz se fue apagando horrorizada.
—Y Jacob le habló de un funeral cuando llamó aquí, y él creyó que era el mío —comprendí.
Me dolió mucho saber lo cerca que habíamos estado el uno del otro. Había tenido su voz a pocos centímetros. Hundí las uñas en el brazo de Jacob, pero éste se mantuvo imperturbable.
Alice me miró de un modo extraño y susurró:
—No te has alterado.
—Bueno, se ha malogrado una ocasión, pero todo se arreglará. Alguien le dirá la próxima vez que llame... que... en... realidad... —no pude seguir. Su mirada agolpó las palabras en mi garganta.
¿Por qué tenía Alice tanto pavor? ¿Por qué su rostro se había crispado de pena y horror? ¿Qué le había dicho a Rosalie por teléfono hacía unos momentos? Algo sobre lo que había visto, y luego había mencionado el remordimiento de Rosalie. Ella jamás hubiera sentido remordimiento alguno por nada de lo que me hubiera pasado a mí, pero si eso causaba algún mal a su familia, a su hermano...
—Bella —susurró Alice—, Edward no va a volver a llamar. Ha creído a Rosalie.
—No... lo... comprendo...
Mi boca formó cada una de esas tres palabras, pero me faltó aliento para pronunciarlas y pedirle que me explicara las implicaciones.
—Se va a Italia.
Tardé un latido de corazón en comprenderla.
Cuando la voz de Edward volvió a sonar en mi interior, no era la perfecta imitación de mis delirios, sino el tono apagado de mis recuerdos, pero las palabras bastaron para desgarrarme el pecho y dejar abierto un enorme hueco. Eran palabras de un tiempo en que yo hubiera apostado todo lo que poseía o podría poseer a que él me amaba.
Bueno, no estaba dispuesto a vivir sin ti, me había asegurado en aquella misma habitación mientras contemplábamos la muerte de Romeo y Julieta. Aunque no estaba seguro sobre cómo hacerlo. Tenía claro que ni Emmett ni Jasper me ayudarían..., así que pensé que lo mejor sería marcharme a Italia y hacer algo que molestara a los Vulturis. (...) Lo mejor es no irritar a los Vulturis. No a menos que desees morir.
No a menos que desees morir.
—¡No! —el rechazo expresado en un grito restalló con tanta fuerza después de los susurros que nos hizo dar un salto a todos. Sentí que la sangre me huía del rostro cuando intuí lo que había visto Alice—. ¡No, no, no! ¡No puede hacer eso!
—Adoptó esa decisión en cuanto tu amigo le confirmó que era demasiado tarde para salvarte.
—Pero... pero él se fue. ¡Ya no me quería! ¿Qué diferencia puede haber ahora? ¡Sabía que algún día tendría que morir!
—Creo que él siempre tuvo claro que no te sobreviviría por mucho tiempo —repuso Alice con discreción.
—¡Cómo tiene esa desfachatez! —chillé. Entonces, ya me había puesto en pie, y Jacob se alzó con aire vacilante para interponerse de nuevo entre Alice y yo—. Ay, Jacob, quita de en medio —con desesperación e impaciencia, aparté a codazos su cuerpo tembloroso—. ¿Qué podemos hacer? —le imploré a Alice. Algo teníamos que poder hacer—. ¿No es posible que le llamemos nosotras? ¿Y Carlisle?
Ella negó con la cabeza.
—Eso fue lo primero que intenté, pero ha tirado su móvil a un cubo de la basura en Río de Janeiro... Alguien lo recogió y contestó —susurró.
—Antes dijiste que debíamos darnos prisa. ¿Prisa? ¿Cómo? ¡Hagámoslo, sea lo que sea!
—Bella, creo que no puedo pedírtelo... —indecisa, Alice se calló.
—¡Pídemelo! —le ordené.
Puso las manos sobre mis hombros y me sujetó. Movía los dedos de vez en cuando para enfatizar sus palabras.
—Quizá ya sea demasiado tarde. Le vi acudir a los Vulturis y pedirles que le mataran —la perspectiva nos desalentó y de pronto no vi nada. Las lágrimas me hicieron pestañear convulsivamente—. Todo depende de su decisión. Aún no he visto que adopten ninguna.
»Pero si optaran por negarse, y eso resulta bastante posible si tenemos en cuenta que Aro profesa un gran afecto a Carlisle, y no querría ofenderle, Edward tiene un plan B. Ellos mantienen una actitud muy protectora con su ciudad, y Edward piensa que los Vulturis actuarían para detenerle si él perturbara de algún modo la paz... Tiene razón, lo harían.
Apreté los dientes de pura frustración sin dejar de mirarla fijamente. Aún no me había dicho nada que explicara por qué seguíamos allí.
—Llegaremos tarde si están de acuerdo en concederle su petición, y en caso de una negativa por parte de los Vulturis, también llegaremos tarde si él lleva a cabo un plan rápido para ofenderlos. Sólo podríamos aparecer a tiempo si se entregara a sus inclinaciones más histriónicas.
—¡Vamos!
—Atiende, Bella. Lleguemos o no a tiempo, vamos a estar en el corazón de la ciudad de los Vulturis. Me considerarán cómplice de Edward si tiene éxito y tú serás una humana que no sólo sabe demasiado, sino que huele demasiado bien. Las posibilidades de que acaben con todos nosotros son muy elevadas, sólo que en tu caso no será un castigo, sino un bocado a la hora del almuerzo.
—¿Es eso lo que nos retiene aquí? —pregunté con incredulidad—. Iré sola si tienes miedo.
Efectué un cálculo mental del dinero que me quedaba en la cuenta y me pregunté si Alice me prestaría el resto.
—Mi único temor es que acabes muerta.
Bufé disgustada.
—¡Como si estar a punto de matarme no fuera moneda corriente en mi vida! ¡Dime qué he de hacer!
—Escríbele una nota a Charlie. Yo telefonearé a las líneas aéreas.
—Charlie —repetí con voz entrecortada.
No es que mi presencia le protegiera, pero ¿podía dejarle solo para que afrontara...?
—No voy a dejar que le suceda nada malo a Charlie —intervino Jacob con voz bronca y enojada—. ¡Al carajo con el tratado!
Alcé los ojos para mirarle con disimulo. Puso cara de pocos amigos al ver el miedo escrito en mi rostro.
—Date prisa, Bella —me interrumpió Alice de forma apremiante.
 Corrí a la cocina, abrí de golpe los cajones y volqué el contenido en el suelo en busca de un bolígrafo. Una mano lisa y morena me tendió uno.
—Gracias —farfullé mientras quitaba el capuchón del boli con los dientes. En silencio, Jacob me entregó el bloc de notas donde escribíamos los recados telefónicos. Arranque la primera hoja y lo tiré a mis espaldas. Luego, escribí:

Papá:
Me voy con Alice. Edward está metido en un lío. Ya podrás castigarme a mi regreso. Sé que es un mal momento. Lo siento un montón. Te quiero mucho.
                                                                                                                                   Bella

—No vayas —susurró Jacob. La ira se había esfumado ahora que había perdido de vista a Alice.
No estaba dispuesta a perder el tiempo discutiendo con el.
—Por favor, por favor, por favor, cuida de Charlie —le dije antes de salir disparada hacia el cuarto de estar. Alice me aguardaba en la entrada con una bolsa colgada al hombro.
—Llévate la cartera. Necesitarás el carné... Por favor, dime que tienes pasaporte, no tenemos tiempo para falsificar uno.
Asentí con la cabeza y corrí escaleras arriba. Las piernas me temblaban de puro agradecimiento. Por fortuna, mi madre había querido casarse con Phil en una playa de México. El viaje se había quedado en nada, por supuesto, como la mayoría de sus planes, pero no antes de que yo hubiera tramitado todo el papeleo necesario para estar con ella.
Pasé como un obús por mi cuarto. Metí en la mochila mi viejo billetero, una camisa limpia, un pantalón de chándal; luego puse encima el cepillo de dientes y me lancé escaleras abajo, pero me invadió una agobiante sensación de déjà vu cuando llegué a ese momento. Al menos, a diferencia de la última vez, cuando tuve que huir precipitadamente de Forks para escapar de vampiros sedientos en vez de ir a su encuentro, no iba a tener que despedirme de Charlie.
Jacob y Alice se hallaban enzarzados en una especie de careo delante de la puerta abierta. Estaban lo bastante separados para que en un primer momento se pudiera pensar que mantenían una conversación. Ninguno de los dos pareció percatarse de mi bulliciosa llegada.
—Podrías controlarte de vez en cuando. Esas sanguijuelas de las que le has hablado a Bella... —le acusaba Jacob con encono.
—Sí, tienes razón, perrito —Alice gruñía también—. Los Vulturis son la personificación de nuestra especie, la razón por la que se te pone el vello de punta cuando me olfateas, la esencia de tus pesadillas, el pavor que hay detrás de tus instintos. No soy ajena a esa realidad...
—¡Y tú la vas a llevar ante ellos como una botellita de vino a una fiesta! —bramó él.
—¿Acaso crees que va estar mejor si la dejo aquí sola, con Victoria al acecho?
—Podemos encargarnos de la pelirroja.
—En ese caso, ¿por qué sigue de caza?
Jacob refunfuñó y un estremecimiento recorrió su torso.
—¡Dejad eso! —les grité a ambos, loca de impaciencia—. Discutid a nuestro regreso. ¡Vamos!
Alice se giró hacia el coche y desapareció en su interior a toda prisa. Me apresuré a seguir sus pasos, aunque de inmediato me detuve para cerrar la puerta. Jacob me tomó del brazo con mano temblorosa.
—Bella, por favor, te lo suplico.
Sus ojos negros refulgían llenos de lágrimas. Se me hizo un nudo en la garganta.
—Jake, debo...
—No, no debes, la verdad es que no, lo cierto es que te puedes quedar aquí conmigo. Quédate y vive. Hazlo por Charlie. Hazlo por mí.
El motor del Mercedes de Carlisle ronroneó. El ritmo del zumbido aumentó cuando Alice aceleró.
Negué con la cabeza y las lágrimas de mis ojos salieron despedidas a causa del brusco movimiento. Solté el brazo y él no se opuso.
—No mueras, Bella —dijo con voz estrangulada—. No vayas. No.
¿Y si nunca le volvía a ver? La idea se abrió camino entre las mudas lágrimas y un sollozo escapó de mi pecho. Le rodeé la cintura con los brazos y le abracé durante unos instantes demasiado breves al tiempo que hundía en su pecho mi rostro bañado de lágrimas. Puso su manaza en la parte posterior de mi cabeza, como si eso fuera a retenerme allí.
—Adiós, Jake —le aparté la mano de mi pelo y le besé el dorso. No fui capaz de soportar mirarle a la cara—. Perdona.
Después, me di la vuelta y eché a correr hacia el coche. La puerta del asiento de pasajeros me esperaba abierta. Arrojé la mochila por encima del reposacabezas y me deslicé dentro; al hacerlo, cerré de un portazo.
Me di la vuelta y grité:
—¡Cuida de Charlie!
Pero ya no se veía a Jacob por ninguna parte. Mientras Alice pisaba fuerte el acelerador y girábamos para ponernos de frente a la carretera —el aullido de las llantas se asemejaba mucho al de los gritos humanos—, atisbé un jirón blanco cerca de la primera línea de árboles del bosque. Era una zapatilla.