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8 feb 2012

CAPÍTULO 9: TRES RUEDAS

El tiempo comenzó a transcurrir mucho más deprisa de lo que lo había hecho hasta ese momento. El instituto, el trabajo y Jacob —no necesariamente en ese orden— trazaron un camino a seguir nítido y sencillo, y Charlie vio cumplido su deseo: dejé de estar abatida. Por supuesto, no me engañaba del todo, no podía ignorar las consecuencias de mi comportamiento cuando me detenía a hacer un balance de mi vida, lo cual procuraba que no sucediera a menudo.
Yo era como una luna perdida —una luna cuyo planeta había resultado destruido, igual que en algún guión de una película de cataclismos y catástrofes— que, sin embargo, había ignorado las leyes de la gravedad para seguir orbitando alrededor del espacio vacío que había quedado tras el desastre.
Empecé a mejorar montando en moto, y eso significaba unos cuantos vendajes menos con los que preocupar a Charlie, pero también el debilitamiento de la voz que me hablaba, hasta que al fin ya no la oí. Me sumí en un silencioso pánico. Me lancé con frenética desesperación a la búsqueda del prado y me devané los sesos para encontrar otras actividades que produjeran adrenalina.
No me fijaba en los días transcurridos —no había motivo alguno para que lo hiciera—, sino que intentaba vivir el presente al máximo, sin olvidar el pasado ni dificultar la llegada del futuro, por eso me sorprendió la fecha cuando Jacob la sacó a colación durante uno de nuestros sábados de estudio. Estaba delante de su casa esperando a que detuviera el coche.
—Feliz día de San Valentín —dijo Jacob con una sonrisa pero, al mismo tiempo, agachando la cabeza.
Me tendió una pequeña caja rosa que se balanceó sobre la palma de su mano. Eran los típicos caramelos con forma de corazón.
—Jo, me siento como una gilipollas —farfullé—. ¿Hoy es San Valentín?
Jacob asintió con la cabeza con fingida tristeza.
—Mira que a veces puedes estar en la inopia. Sí, hoy es catorce de febrero. Entonces, ¿vas a ser mi enamorada el día de hoy? Dado que no tienes una cajita de caramelos de cincuenta centavos, es lo menos que puedes hacer.
Comencé a sentirme incómoda. Estaba hablando de guasa, pero sólo en apariencia.
—¿Qué implica eso exactamente? —pregunté para intentar salirme por la tangente.
—Lo de siempre... Que seas mi esclava de por vida, y ese tipo de cosas.
—Ah, bueno, si es sólo eso...
Me tomé un dulce a la espera de idear la manera de dejar claros los límites. Una vez más. Parecían volverse muy, muy difusos con Jacob.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer mañana? ¿Senderismo o una visita a urgencias?
—Senderismo —decidí—. No eres el único capaz de obsesionarse con algo. Empiezo a creer que me he imaginado ese prado... —torcí el gesto al mencionar el lugar.
—Lo encontraremos —me aseguró—. Motos el viernes, ¿hace?
Entonces vi la ocasión y me lancé a ella sin pensarlo dos veces.
—El viernes voy a ir al cine. Siempre se lo estoy prometiendo a mis compis de la cafetería.
A Mike le iba a encantar...
... pero a Jacob se le descompuso el rostro y atisbé la decepción en sus oscuros ojos antes de que clavara la mirada en el suelo.
—Tú también vendrás, ¿no? —me apresuré a añadir—. ¿O será para ti un latazo soportar a un grupo de aburridos estudiantes de último año?
De ese modo, aproveché la ocasión para marcar una cierta distancia entre los dos. No soportaba la idea de hacer daño a Jacob. Existía cierta conexión entre nosotros, aunque fuera de un modo peculiar, y su pena me dolía. Además, la idea de disfrutar de su compañía durante el calvario —le había prometido a Mike lo del cine, pero no me hacía demasiada gracia la idea de llevarlo a cabo— resultaba también una tentación.
—¿Te apetece que vaya yo... con tus amigos?
—Sí —admití con franqueza, y continué con unas palabras que eran como pegarme un tiro en el pie—: Me divertiré mucho más si vienes tú. Invita a Quil, haremos una fiesta.
—Quil va a flipar. ¡Chicas del último curso!
Soltó una carcajada y puso los ojos en blanco. Ninguno de los dos mencionamos a Embry. Yo también me reí.
—Intentaré llevarle un grupo variado.

Le saqué a colación el tema a Mike cuando terminó la clase de Lengua y Literatura:
—Eh, Mike, ¿tienes libre este viernes por la noche?
Alzó los ojos azules en los que de inmediato relampagueó la esperanza.
—Sí, así es. ¿Quieres salir?
Formulé mi respuesta con sumo cuidado.
—Estaba pensado en formar un grupo para ir a ver Crosshairs —enfaticé la palabra «grupo». Esta vez había hecho los deberes e incluso me había leído los resúmenes de las películas para asegurarme de que no me iban a pillar desprevenida. Se suponía que dicho largometraje era un baño de sangre de principio a fin. No me había recuperado hasta el punto de poder aguantar sentada la visión de una película de amor—. ¿A que suena divertido?
—Sí —coincidió, visiblemente menos interesado.
—Guay.
Pareció recuperar su nivel de entusiasmo del principio al cabo de un momento y propuso:
—¿Qué te parece si invitamos a Angela y a Ben? ¿O a Eric y Katie?
Al parecer, se proponía convertir aquello en una especie de doble cita.
—¿Y qué tal si vienen todos? —sugerí—, y Jessica también, por supuesto. Y Tyler, y Conner, y tal vez Lauren —añadí a regañadientes. Le había prometido variedad a Quil.
—Vale —musitó Mike con frustración.
—Además —proseguí—, cuento con un par de amigos de La Push a los que voy a invitar, por lo que parece que vamos a necesitar tu Suburban si acude todo el mundo.
Mike entrecerró los ojos con recelo.
—¿Son ésos los amigos con los que ahora te pasas todo el tiempo estudiando?
—Sí, los mismos —respondí con desenfado—, aunque considéralo más bien unas clases particulares... Sólo son de segundo...
—Ah —repuso Mike, sorprendido, y sonrió después de considerarlo unos instantes.
Sin embargo, al final no se necesitó el Suburban de Mike.
Jessica y Lauren se disculparon alegando estar ocupadas en cuanto Mike dejó entrever que yo andaba de por medio. Eric y Katie ya tenían planes —celebraban el aniversario de sus tres semanas, o algo parecido—. Lauren se adelantó a Mike a la hora de hablar con Tyler y Conner, por lo que ambos estaban muy ocupados. Incluso Quil quedó descartado, castigado por pelearse en el instituto. Al final, sólo podían ir Angela, Ben y, por supuesto, Jacob.
Pese a todo, la escasa participación no disminuyó las expectativas de Mike. No sabía hablar de otra cosa que no fuera la salida del sábado.
—¿Estás segura de que no prefieres ir a ver Tomorrow and Forever?—preguntó durante el almuerzo, refiriéndose a la comedia romántica de moda que encabezaba la taquilla—. En la página web Rotten Tomatoes la ponen mejor.
—Prefiero ver Crosshairs —insistí—. Me apetece ver un poco de acción, busco algo de vísceras y sangre —Mike giró la cabeza en otra dirección, pero no antes de que pudiera ver su expresión, que decía: «Pues sí, está loca».
Un vehículo muy conocido estaba aparcado delante de mi casa cuando llegué después del instituto. Jacob permanecía apoyado en el capó. Una enorme sonrisa le iluminaba el rostro.
—¡Increíble! —grité mientras salía del coche de un salto—. ¡Lo has acabado! ¡No me lo puedo creer! ¡Has terminado el Volkswagen Golf!
Esbozó una sonrisa radiante.
—Esta misma noche... Éste es el viaje inaugural.
Alcé la mano para que chocara esos cinco. Y lo hizo, pero dejó allí la suya y retorció sus dedos a través de los míos.
—Así pues..., ¿conduzco yo esta noche?
—Segurísimo —contesté, y luego suspiré.
—¿Qué ocurre?
—Me rindo... No puedo superar esto. Tú ganas. Eres el mayor.
Se encogió de hombros sin sorprenderse por mi capitulación y contestó:
—Naturalmente que lo soy.
El Suburban dobló la esquina dando resoplidos. Yo retiré mi mano de la de Jacob, pero Mike nos vio y puso una cara que fingí no advertir.
—Recuerdo a ese tío —dijo Jacob con un hilo de voz mientras Mike aparcaba al otro lado de la calle—. Es el que se creía que eras su novia. ¿Sigue confundido?
Enarqué una ceja.
—Hay gente inasequible al desaliento.
—Puede que no —repuso Jacob con gesto pensativo—; a veces, la persistencia tiene su recompensa.
—Aunque la mayoría de las veces sólo es un fastidio.
Mike salió del coche y cruzó la calle.
—Hola, Bella —me saludó; luego, su mirada se llenó de cautela cuando alzó los ojos hacia Jacob. También yo le miré, intentando mostrarme objetiva. En realidad, no parecía un chico de segundo para nada. Era tan grande que la cabeza de Mike apenas le llegaba al hombro. No quería ni imaginar adonde le llegaba yo cuando estaba a su lado. Además, su rostro tenía un aspecto más adulto incluso que el del mes pasado.
—Hola, Mike. ¿Recuerdas a Jacob Black?
—La verdad es que no —le tendió la mano.
—Soy un viejo amigo de la familia —se presentó Jacob mientras le estrechaba la mano. Ambos apretaron con más fuerza de la necesaria. Mike dobló los dedos cuando cesó el saludo.
Oí sonar el teléfono de la cocina y antes de salir disparada hacia la casa les dije:
—Será mejor que conteste. Podría ser Charlie.
Era Ben. Angela había contraído una gripe estomacal y a él no le parecía bien venir sin ella. Se disculpó por ponernos en un apuro.
Caminé de regreso junto a los chicos que me esperaban moviendo la cabeza. En realidad, esperaba que Angela se recuperara pronto, pero debía admitir que este suceso me disgustaba por razones puramente egoístas. Aquella noche íbamos a estar sólo nosotros tres, Mike, Jacob y yo. Esto va a ir sobre ruedas, pensé con macabro sarcasmo.
No parecía que Mike y Jake hubieran empezado a hacerse amigos en mi ausencia. Se miraban el uno al otro a varios metros de distancia mientras me esperaban. Mike tenía una expresión huraña mientras que la de Jacob era tan jovial como siempre.
—Angela está enferma —les dije con desánimo—, por lo que ni ella ni Ben van a venir.
—Parece que la gripe ataca de nuevo. Austin y Conner faltaron hoy a clase. Tal vez deberíamos dejarlo para otro momento —sugirió Mike.
Jacob habló antes de que yo pudiera mostrarme de acuerdo.
—Yo todavía quiero ir, pero si prefieres retirarte, Mike...
—No, yo voy —le interrumpió Mike—. Sólo estaba pensando en Angela y Ben. Vamos.
Comenzó a andar hacia su vehículo, pero yo le pregunté:
—¿Te importa que conduzca Jacob, Mike? Se lo prometí porque acaba de terminar su coche. Lo ha hecho con sus propias manos partiendo de cero —alardeé, orgullosa como una mamá de la Asociación de Padres de Alumnos cuyo hijo figura en la lista del director.
—Estupendo —espetó Mike.
—En ese caso, vamos —dijo Jacob, como si eso lo arreglara todo. Era el que parecía más cómodo de los tres.
Mike se subió al asiento trasero del Golf con cara de enfado.
Jacob siguió con su alegría congénita y no dejó de parlotear hasta que no pude hacer otra cosa que olvidar a Mike, que se iba enfurruñando calladamente en el asiento de atrás.
Luego, cambió de estrategia. Se inclinó hacia delante hasta apoyar el mentón sobre el hombro del asiento, con su mejilla rozando la mía. Me giré hasta acabar de espaldas a la ventanilla para alejarme. Entonces, interrumpió a Jacob a media frase para preguntar con tonillo petulante:
—¿No funciona la radio de este trasto?
—Sí —contestó Jacob—, pero a Bella no le gusta la música.
Miré a Jake sorprendido. Yo nunca se lo había dicho.
—¿A Bella? —preguntó Mike atónito.
—Tiene razón —murmuré sin dejar de mirar el sereno semblante de Jacob.
—¿Cómo no te va a gustar la música? —inquirió Mike.
—No sé —me encogí de hombros—. Es sólo que... me molesta.
—Bah.
Mike se echó hacia atrás.
Jacob me entregó un billete de diez dólares cuando llegamos al cine.
—¿Y esto por qué? —objeté.
—No tengo la edad necesaria para entrar en este cine sin la compañía de un adulto.
Me reí con ganas.
—Y a propósito de los parientes adultos... ¿Va a matarme Billy si te meto de tapadillo a ver esta película?
—No, le dije que planeabas corromper la inocencia de mi juventud.
Me reí por lo bajo. En ese momento Mike apresuró el paso para darnos alcance.
Casi habría preferido que Mike hubiera optado por retirarse. Seguía de morros y sin participar en el grupo, pero tampoco quería que la noche terminara en una cita a solas con Jacob. Y aquella actitud suya no ayudaba en nada.
La película era exactamente lo que decía ser. Cuatro personas salían despedidas por los aires y otra resultaba decapitada en los títulos. La chica del asiento de delante se cubrió en ese momento los ojos con la mano y hundió la cabeza en el pecho de su acompañante. Él le palmeaba el hombro y de vez en cuando también se estremecía. Mike no parecía estar viendo el largometraje. Tenía el rostro crispado mientras contemplaba los flecos de la cortina que había justo encima de la pantalla.
Me acomodé para soportar las dos horas de película. Al principio miraba más los colores y el movimiento, en general, que a la gente, los coches y las casas; pero entonces Jacob comenzó a reírse por lo bajo.
—¿Qué ocurre? —susurré.
—¡Oh, vamos! —me contestó con un murmullo—. La sangre que chorrea ese tío llega a más de seis metros... ¡¿A quién pretenden engañar?!
Se rió entre dientes una vez más cuando el asta de una bandera dejó empalado a otro hombre en un muro de hormigón.
Después de eso, empecé a ver la película de verdad, y me reí con él a medida que las mutilaciones fueron más y más ridículas. ¿Cómo podía luchar por defender las borrosas fronteras de nuestra relación cuando me lo pasaba tan bien en su compañía?
Tanto Jacob como Mike habían tomado posesión de los apoyabrazos de los dos lados. Las manos de ambos descansaban en una posición forzada, con las palmas hacia arriba, abiertas y preparadas, como el cepo de una trampa para osos. Jacob tenía el hábito de tomarme la mano en cuanto se le presentaba la oportunidad, pero aquí, en la oscuridad del cine y bajo la mirada de Mike, iba a tener un significado diferente, y estaba convencida de que él lo sabía. No podía creer que Mike estuviera pensando lo mismo, pero su mano estaba situada exactamente igual que la de Jacob.
Crucé los brazos con fuerza encima del pecho y esperé a que se les durmieran las manos por falta de riego.
Mike se rindió primero, pero hacia la mitad de la película volvió a apoyar el brazo y se inclinó hacia delante para sujetar la cabeza entre las manos. Al principio, pensé que reaccionaba ante algo que había visto en la pantalla, pero luego se quejó y le pregunté en un susurro:
—Mike, ¿estás bien?
La pareja de delante se volvió a mirarle cuando se quejó de nuevo.
—No —contestó entrecortadamente—, creo que estoy enfermo.
La luz de la pantalla me permitió verle el rostro, bañado en sudor.
Mike gimió una vez más y salió disparado hacia la puerta. Me alcé para seguirle y Jacob me imitó de inmediato, pero yo le susurré:
—No, quédate. Voy a asegurarme de que está bien.
Vino conmigo de todos modos.
—No tenías que haber venido. Aprovecha tus ocho pavos de gore —insistí mientras subíamos hacia el pasillo.
—Ésa sí que es buena. Te los puedes quedar, Bella. Esa película es una mierda —contestó levantando la voz cuando salimos del cine.
Me alegré de que me hubiera acompañado al no ver señales de Mike en el pasillo. Jacob se coló en los servicios de caballeros para buscarle y estuvo de vuelta al cabo de unos segundos:
—Está ahí dentro. Todo en orden —dijo poniendo los ojos en blanco—. ¡Qué blandengue! Deberías haber buscado a alguien con más estómago, alguien que se ría en las películas gore que hacen vomitar a otros.
—Abriré bien los ojos en busca de alguien así.
Estábamos los dos solos en el pasillo, ya que ambas salas estaban a mitad de proyección de la película, e imperaba tal silencio que oíamos remover las palomitas en la tienda de la entrada.
Jacob fue a sentarse en un sillón tapizado de terciopelo pegado a la pared y dio unas palmaditas junto a él.
—Tenía pinta de que iba a estar ahí dentro durante un buen rato —dijo, estirando las largas piernas mientras se acomodaba para esperar.
Suspiré y me reuní con Jacob, que tenía el aspecto de estar pensando cómo difuminar más las líneas. Y tanto. Se acercó a mí en cuanto me senté y me pasó el brazo por los hombros.
—Jake —protesté a la vez que me alejaba.
Dejó caer el brazo sin que pareciera haberse molestado ni un ápice por el pequeño rechazo. Extendió la mano y tomó la mía con firmeza, rodeó mi muñeca con la otra mano libre cuando la fui a retirar. ¿De dónde sacaba la confianza?
—Espera, espera un momento, Bella —dijo con voz calmada—. Dime una cosa.
Hice una mueca de disgusto. No me apetecía pasar por eso. No sólo en ese momento, nunca. En mi vida no quedaba nada más importante que Jacob Black, pero él parecía decidido a estropearlo todo.
—¿Qué? —murmuré con acritud.
—Te gusto, ¿vale?
—Sabes que sí.
—¿Más que ese vacilón que está vomitando hasta la primera papilla? —indicó la puerta del baño con un movimiento de cabeza.
—Sí —suspiré.
—¿Más que cualquiera de los chicos que conoces? —permanecía tranquilo y sereno, como si mi respuesta no le importase o ya supiera cuál iba a ser.
—Y más que las chicas —señalé.
—Pero eso es todo —sentenció. No era una pregunta.
Era duro responderle, pronunciar esa palabra. ¿Se sentiría herido y me evitaría? ¿Cómo iba a poder soportarlo?
—Sí —susurré.
Me dedicó una gran sonrisa.
—Pues no hay problema, ya sabes, como tú eres la que más me gusta y crees que estoy bien... Estoy preparado para ser sorprendentemente persistente.
—No voy a cambiar —repuse; oí el tono triste de mi voz a pesar de que había intentado que sonara normal.
Permaneció pensativo, sin hacer bromas.
—Se trata aún del otro, ¿verdad?
Me encogí. Resultaba extraño que supiera que no debía pronunciar su nombre, así como lo de la música en el coche. Me había calado en muchas cosas que yo no le había dicho jamás.
—No tienes por qué hablar de ello —me dijo.
Asentí, agradecida.
—Pero no te enfades porque te ronde, ¿vale? —Jacob me palmeó el dorso de la mano—. No me voy a rendir. Tengo tiempo de sobra.
Suspiré.
—No deberías desperdiciarlo en mí —le respondí, aunque quería que lo hiciera, en especial si estaba dispuesta a aceptarme tal y como yo me encontraba, es decir, como algo muy parecido a un objeto estropeado.
—Es lo que quiero hacer, siempre y cuando que te guste estar en mi compañía.
—No logro imaginarme cómo no voy a querer estar contigo —le respondí sinceramente.
Jacob esbozó una sonrisa radiante.
—Puedo vivir con eso.
—No esperes nada más —le previne mientras intentaba retirar mi mano. Él la retuvo con obstinación.
—En realidad, esto no te molesta, ¿verdad? —inquirió mientras me estrechaba los dedos.
—No.
Suspiré. Era agradable en verdad. Sentía su mano mucho más caliente que la mía, que últimamente estaba demasiado fría.
—Tampoco te preocupa lo que él piense —alzó el pulgar en dirección a los servicios.
—Supongo que no.
—En tal caso, ¿cuál es el problema?
—El problema —le dije— es que esto tiene un significado diferente para mí que para ti.
—Bueno —su presa en torno a mi mano se tensó más—. Ése es mi problema, ¿no?
—Perfecto —refunfuñé—, pero no lo olvides.
—No voy a hacerlo. Ahora soy yo quien sujeta la granada sin el seguro, ¿no? —espetó mientras me codeaba las costillas.
Puse los ojos en blanco. Supuse que si le apetecía hacer un chiste al respecto, tenía todo el derecho del mundo.
Rió entre dientes y sin hacer ruido mientras la yema de su dedo trazaba distraídamente diseños sobre el dorso de mi mano.
—¡Qué cicatriz tan rara tienes ahí! —dijo de pronto mientras me giraba la muñeca para examinarla—. ¿Cómo te la hiciste?
El índice de su mano libre recorrió la línea de la gran media luna plateada que apenas era visible en mi pálida piel. Torcí el gesto.
—¿De verdad esperas que recuerde dónde me hice todas las cicatrices?
Esperé a que los recuerdos se abatieran sobre mí y abrieran de nuevo el hueco del pecho, pero, como ocurría tan a menudo, la presencia de Jacob me mantuvo de una pieza.
—Está fría —musitó mientras presionaba suavemente la zona donde James me había cortado con sus colmillos.
Fue entonces cuando Mike salió del baño dando tumbos, con el rostro lívido y sudoroso. Tenía un aspecto horrible.
—¡Mike! —exclamé de forma entrecortada.
—¿Te importa que nos vayamos ya? —susurró.
—No, por supuesto que no —liberé mi mano de un tirón y me precipité para ayudarle a caminar, ya que su paso parecía poco firme.
—¿Era demasiado fuerte para ti la película? —preguntó Jacob sin misericordia.
Mike le dirigió una mirada malévola y farfulló:
—En realidad, no he visto prácticamente nada. Sentí náuseas antes de que apagaran las luces.
—¿Por qué no lo dijiste? —le reprendí mientras nos tambaleábamos en dirección a la salida.
—Esperaba que se me pasase —respondió.
—Un segundito —dijo Jacob cuando llegamos a la puerta. Se encaminó a toda prisa al puesto de venta de palomitas y le preguntó a la dependienta:
—¿Podría darme un cartucho vacío de palomitas?
La chica miró a Mike una sola vez y le entregó uno enseguida.
—Llévelo fuera cuanto antes, por favor —suplicó.
Obviamente, ella debía de ser la encargada de limpiar el suelo.
Arrastré a Mike hasta la fría humedad de la noche. Respiró hondo. Jacob estaba detrás de nosotros y me ayudó a meter a Mike en la parte posterior del coche; le dedicó una mirada severa cuando le entregó el cartucho.
—Por favor —se limitó a decirle.
Bajamos los cristales de las ventanillas para dejar que el frío aire nocturno entrara en el coche, ya que albergábamos la esperanza de que eso ayudara a Mike. Enrosqué los brazos alrededor de mi cuerpo para mantenerme caliente.
—¿Tienes frío otra vez? —preguntó Jacob, que me rodeó con el brazo antes de que pudiera responderle.
—¿Tú no?
Negó con la cabeza.
—Debes de tener fiebre o algo así —refunfuñé. Estaba helando. Le toqué la frente con los dedos y tenía la cabeza caliente.
—Vaya, Jake... ¡Estás ardiendo!
—Me siento bien —se encogió de hombros—. Estoy sano como un roble.
Torcí el gesto y le volví a tocar la cabeza. La piel ardía al contacto con mis dedos.
—Tienes las manos heladas —se quejó.
—Tal vez sea yo —admití.
Mike gimió en el asiento de atrás y vomitó en el cubo. Hice una mueca de asco. Esperaba que mi estómago aguantara el sonido y el hedor. Jacob miró con ansiedad a su espalda para cerciorarse de que Mike no había «mancillado» su coche.
El viaje de vuelta se hizo más largo.
Jacob permaneció en silencio y pensativo. Su brazo me rodeaba y, con el viento que soplaba, lo agradecí, ya que así conservaba el calor.
Mantuve la mirada fija en el parabrisas, consumida por una inmensa culpa.
Era un gran error alentar a Jacob. Puro egoísmo. No importaba lo mucho que intentara dejarle clara mi posición, no lo había hecho lo bastante bien si él guardaba alguna esperanza de que aquello pudiera acabar en otra cosa que no fuera una amistad.
¿Cómo se lo podía explicar para que lo entendiera? Yo era una cáscara vacía. Había estado completamente huera, como una casa desocupada —y declarada en ruinas—, durante meses. Ahora había mejorado un poco. El salón estaba en mejor estado, pero eso era todo, sólo una pequeña habitación. Él se merecía algo mejor que eso, mejor que una casa con una sola habitación, en ruinas y a precio de saldo.
De alguna manera, sabía que no le iba a alejar de mí. Le necesitaba demasiado, aunque fuera egoísta por mi parte. Tal vez podía mostrarle con mayor claridad mi postura para que me dejara en paz. La idea me hizo estremecer y Jacob me estrechó con más fuerza.
Llevé a Mike a casa en su coche mientras Jacob seguía al Suburban para acercarme después a la mía. Durante el trayecto de vuelta estuvo inusualmente callado, y me pregunté si estaría pensando lo mismo que yo. Puede que estuviera cambiando de idea.
—Me autoinvitaría a entrar, en vista de que hemos llegado pronto —dijo en cuanto frenamos junto a mi vehículo—, pero creo que tal vez tengas razón sobre lo de la fiebre. Empiezo a sentirme un poco... extraño.
—Ay, no, ¡tú también! ¿Quieres que te lleve a casa?
—No —sacudió la cabeza con el ceño fruncido—. Aún no me siento enfermo, sólo... mal. Si tengo que acercarme al arcén y parar, lo haré.
—¿Me llamarás en cuanto llegues? —le pregunté con ansiedad.
—Claro que sí.
Arrugó la frente y miró fijamente la oscuridad sin dejar de morderse el labio.
Abrí la puerta para salir, pero me agarró suavemente por la muñeca y me retuvo. Volví a notar su piel candente sobre la mía.
—¿Qué ocurre, Jake?
—Hay algo que quiero decirte, Bella, pero me parece que va a sonar un tanto cursi.
Suspiré. Aquello iba a ser más de lo mismo, igual que en el cine.
—Adelante.
—Es sólo esto: sé lo infeliz que eres y que tal vez esto no te ayude en nada, pero quiero que sepas que siempre estaré aquí. No voy a dejarte caer, te prometo que siempre podrás contar conmigo. Guau, sí que suena cursi. Pero lo sabes, ¿no? ¿Sabes que nunca jamás te voy a hacer daño?
—Sí, Jake. Lo sé, y ya cuento contigo, probablemente más de lo que piensas.
La sonrisa rota se extendió por su rostro como un amanecer grabado a fuego en las nubes. Quise cortarme la lengua. No le había dicho ninguna mentira, pero debería haberlo hecho. La verdad era un error que le iba a hacer daño. Yo debería desanimarle.
Una expresión extraña cruzó por su rostro, y dijo:
—Creo que será mejor que me vaya a casa, de verdad.
Salí del coche a toda prisa.
—¡Llámame! —grité mientras se alejaba.
Observé cómo se iba. Al menos, parecía mantener el control del vehículo. Mantuve la vista fija en la calle vacía después de que se hubo marchado y me sentí un poco mal, pero no por una razón física.
¡Cuánto me hubiera gustado que Jacob Black hubiera sido mi hermano! Un hermano de carne y hueso, de modo que pudiera tener cierto derecho sobre él y verme libre de todo remordimiento. Dios sabía que nunca había pretendido aprovecharme de Jacob, pero no pude evitar pensar que la culpa que sentía en ese momento quería decir que lo había hecho.
Más aún, jamás había tenido intención de quererle. Había una cosa que sabía a ciencia cierta, lo sabía en el fondo del estómago y en el tuétano de los huesos, lo sabía de la cabeza a los pies, lo sabía en la hondura de mi pecho vacío... El amor concede a los demás el poder para destruirte.
A mí me habían roto más allá de toda esperanza.
Pero yo necesitaba a Jacob, le necesitaba como si fuera una droga. Le había usado como una muleta durante demasiado tiempo, y ahora estaba más enganchada de lo que había planeado volver a estar con nadie. No soportaba la idea de hacerle daño ni tampoco podía impedirlo. Él pensaba que el tiempo y la paciencia me cambiarían, y yo sabía que, a pesar de que era un error total, le iba a dejar intentarlo.
Era mi mejor amigo. Siempre iba quererle, pero eso nunca jamás iba a bastar.
Entré en la casa para sentarme junto al teléfono y morderme las uñas.
—¿Ya ha terminado la película? —preguntó Charlie, sorprendido al verme entrar. Estaba tumbado en el suelo, a treinta centímetros de la tele. Debía de ser un partido apasionante.
—Mike se puso enfermo —le expliqué—. Algún tipo de gripe estomacal.
—¿Y tú estás bien?
—Por ahora me siento bien —contesté con reservas. Había estado claramente expuesta.
Me apoyé sobre la encimera, con las manos a centímetros del teléfono, e intenté esperar pacientemente. Pensé en la extraña expresión del rostro de Jacob antes de que se marchara y empecé a tamborilear con los dedos. Debía de haber insistido en llevarle a casa.
Observé cómo avanzaban las manecillas de los minutos en el reloj. Diez. Quince. No se tardaba más de un cuarto de hora en llegar incluso aunque hubiera estado yo al volante, y Jacob conducía mucho más deprisa. Dieciocho minutos. Descolgué y marqué.
Sonó una y otra vez. Tal vez Billy estuviera durmiendo. Tal vez había marcado mal. Volví a intentarlo.
Billy respondió a la octava llamada, justo cuando estaba a punto de colgar.
—¿Diga? —contestó con voz cautelosa, como si esperase malas noticias.
—Billy, soy yo, Bella. ¿Aún no ha llegado Jake a casa? Se marchó hace casi veinte minutos.
—Está aquí —respondió con tono apagado.
—Se suponía que iba a llamarme —me enfadé un poco—. Se estaba poniendo malo cuando se fue, y me preocupaba.
—Estaba... demasiado enfermo para telefonear. Ahora mismo no se encuentra muy bien —Billy parecía frío. Comprendí que debía de querer estar con Jacob.
—Si necesitáis cualquier cosa, dímelo —me ofrecí. Pensé en Billy, pegado a la silla, y en Jake teniendo que arreglárselas solo—. Podría bajar...
—No, no —repuso Billy rápidamente—. Estamos bien. Quédate en casa.
La forma en que lo dijo resultó bastante antipática.
—De acuerdo —acepté.
—Adiós, Bella.
La línea se cortó.
—Adiós —murmuré.
Bueno, al menos había llegado a casa. Por extraño que parezca, no me sentí menos preocupada. Subí con dificultad las escaleras, poniéndome neurótica perdida. Tal vez pudiera bajar a echarle un vistazo mañana antes del trabajo. Y llevarles sopa. Debíamos de tener una lata de Campbell por algún sitio.
Comprendí que todos aquellos planes habían quedado cancelados cuando me desperté de madrugada —el reloj marcaba las cuatro y media de la mañana— y tuve que echar a correr hacia el baño. Charlie me encontró allí media hora después, tumbada sobre el suelo, con la mejilla pegada al frío borde de la bañera.
Me miró durante un buen rato y al final dijo:
—Gripe estomacal.
—Sí —gemí.
—¿Necesitas algo? —preguntó.
—Telefonea a los Newton por mí —le ordené con voz ronca—. Explícales que tengo lo mismo que Mike y que hoy no voy a poder ir. Diles que lo siento.
—Claro, sin problemas —me aseguró Charlie.
Pasé el resto del día en el suelo del baño. Dormí unas pocas horas con la cabeza apoyada sobre una toalla doblada. Charlie se quejó de que debía ir a trabajar, pero creo que sólo quería entrar en el baño. Dejó en el suelo, a mi alcance, un vaso de agua para que no me deshidratara.
Me desperté cuando volvió a casa. Pude ver que en mi habitación reinaba la oscuridad, ya había anochecido. Oí sus fuertes pisadas mientras él subía las escaleras para ver cómo estaba.
—¿Sigues viva?
—Algo parecido —contesté.
—¿Quieres algo?
—No, gracias.
Vaciló. Estaba fuera de su elemento de todas todas.
—Vale, pues —dijo antes de volver a bajar a la cocina.
Oí sonar el teléfono a los pocos minutos. Charlie habló con alguien en voz baja durante unos momentos y luego colgó. Gritó desde abajo para que le oyera:
—Mike se encuentra mejor.
Bueno, eso resultaba esperanzador. Sólo había enfermado unas ocho horas antes que yo. Ocho horas más. La idea me provocó un retortijón de estómago. Aparté la toalla y me incliné sobre el inodoro.
Volví a dormirme encima de la toalla, pero estaba en mi cama cuando me desperté, y la luz del exterior entraba en mi habitación por la ventana. No recordaba haberme movido, por lo que Charlie debía de haberme trasladado hasta allí. También había puesto el vaso de agua encima de la mesilla. Estaba muerta de sed. Lo vacié de un trago, aunque tenía ese sabor extraño del agua que lleva en el vaso toda la noche.
Me incorporé lentamente para no provocar otro ataque de náuseas. Estaba débil y tenía mal sabor de boca, pero mi estómago se encontraba bien. Miré el despertador.
Mis veinticuatro horas habían concluido.
No forcé las cosas y no desayuné nada más que galletas. Charlie parecía muy aliviado de verme recuperada.
Telefoneé a Jacob en cuanto estuve segura de no tener que pasar otro día en el suelo del baño.
Fue el propio Jacob quien me contestó, pero supe que aún no se había recobrado nada más oír su contestación.
—¿Diga?
Tenía la voz cascada, rota.
—Ay, Jake —rezongué con compasión—. ¡Qué mala voz...!
—Me encuentro fatal... —susurró.
—Cuánto siento haberte hecho salir conmigo. Te he fastidiado.
—Estoy contento de haber ido —su voz seguía siendo un susurro—. No te eches la culpa, no la tienes.
—Enseguida te vas a poner bien —le prometí—. Yo ya me sentía bien esta mañana, al despertar.
—¿Estabas enferma? —preguntó con voz débil.
—Sí, yo también la pillé, pero ahora me encuentro bien...
—Eso es estupendo —contestó con voz apagada.
—... así que probablemente estarás bien en cuestión de horas —le animé.
Su respuesta apenas fue audible.
—Dudo que tenga lo mismo que tú.
—¿No tienes una gripe estomacal? —le pregunté, confusa.
—No, esto es algo más.
—¿Qué es lo que te duele?
—Todo —susurró—, todo el cuerpo.
El dolor era casi tangible en su voz.
—¿Qué puedo hacer, Jake? ¿Qué te puedo llevar?
—Nada. No puedes venir —se mostró abrupto. Me recordó a Billy la otra noche.
—Ya he estado expuesta a lo que sea que tengas —puntualicé.
Me ignoró.
—Yo te llamaré en cuanto me sea posible. Te avisaré de cuándo puedes volver a venir.
—Jacob...
—He de irme —dijo con repentino apremio.
—Llámame cuando te encuentres mejor.
—De acuerdo —aceptó con una voz que tenía un cierto deje de amargura.
Permaneció en silencio durante un momento. Esperé a que se despidiera, pero él también esperó.
—Te veré pronto —dije al fin.
—Espera a que te llame —repitió.
—Vale... Adiós, Jacob.
—Bella...
Susurró mi nombre y luego colgó el teléfono.

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