El
interpelado se echó hacia atrás, apoyó la espalda en mis rodillas y jugueteó
con el perrito ensartado en un gancho de alambre estirado. Las llamas del borde
de la hoguera lamían la piel cubierta de ampollas de la salchicha. Lanzó un
suspiro y se palmeó el estómago. Yo no sabía cómo aún parecía plano, pues había
perdido la cuenta de los perritos calientes devorados a partir del décimo, y
eso sin mencionar la bolsa extra grande de patatas ni la botella de dos litros
de cerveza sin alcohol.
—Supongo
—contestó Jacob perezosamente—; tengo el estómago tan lleno que estoy a punto
de vomitar, pero creo que podré tragármelo —suspiró otra vez con tristeza—. Sin
embargo, no lo voy a disfrutar.
A pesar de
que Paul había comido tanto como Jacob, le fulminó con la mirada y apretó los
puños.
—Tranqui
—Jacob rió—. Era broma, Paul. Allá va.
Lanzó el
pincho casero a través del círculo de la fogata. Yo esperé que el perrito
aterrizara primero en la arena, pero Paul lo cogió con suma destreza por el
lado correcto sin dificultad alguna.
Iba a
acomplejarme como siguiera saliendo sólo con gente tan hábil y diestra.
—Gracias, tío —repuso Paul, a quien ya se le había pasado su amago de ataque de genio.
El fuego
chasqueó y la leña se hundió un poco más sobre la arena. Las chispas saltaron
en una repentina explosión de brillante color naranja contra el cielo oscuro.
Qué cosa más divertida, no me había dado cuenta de que se había puesto el sol.
Me pregunté por primera vez si no se me estaría haciendo demasiado tarde. Habia
perdido la noción del tiempo por completo.
Estar en
compañía de mis amigos quileute había sido mucho más fácil de lo previsto.
Mi
irrupción en la fiesta junto a Jacob empezó a preocuparme mientras llevábamos
la moto al garaje. Él admitía que lo del casco había sido una gran idea y,
arrepentido, sostenía que se le debía haber ocurrido a él. ¿Me considerarían
una traidora los hombres lobo? ¿Se enfadarían con mi amigo por llevarme?
¿Estropearía la fiesta?
Pero
cuando Jacob me condujo por el bosque hacia el punto de encuentro en lo alto de
una colina, donde el fuego chisporroteaba más brillante que el cielo oscurecido
por las nubes, todo sucedió de la forma más alegre y natural.
—¡Hola,
chica vampira! —me saludó Embry a voces.
Quil dio
un salto para chocar los cinco conmigo y besarme en la mejilla. Emily me apretó
la mano con fuerza cuando me sentó al lado de Sam y de ella en el suelo de fría
piedra.
Aparte de
algunas quejas en broma, la mayoría por parte de Paul, sobre que no me pusiera
a favor del viento para no inundar todo con la peste a vampiro, me trataron
como quien acude a donde pertenece.
No sólo
asistían los chicos. Billy también estaba allí, con la silla de ruedas situada
en lo que parecía ser el lugar principal del círculo. A su lado, en un asiento
plegable, se hallaba el Viejo Quil, el abuelo de Quil, un anciano de aspecto
frágil y cabello blanco. Sue Clearwater, la viuda del amigo de Charlie, Harry,
se sentaba en una silla al otro lado; sus dos hijos, Leah y Seth, también se
encontraban allí, acomodados en el suelo como todos los demás. Se veía
claramente que los tres estaban al tanto del secreto, lo cual me sorprendió. Me
dio la impresión de que Sue había ocupado el lugar de su marido en el Consejo
por el modo en que le hablaban Billy y el Viejo Quil. ¿Se habrían convertido
también sus hijos en miembros de la sociedad más secreta de La Push?
Pensé lo
terrible que debía de resultar para Leah sentarse en el círculo junto a Sam y
Emily. Su rostro encantador no delataba ningún tipo de emoción, pero no se
apartó en ningún momento de las llamas. Al mirar los rasgos perfectos del
rostro de Leah, era imposible no compararlos con la cara destrozada de Emily.
¿Qué pensaría Leah de las cicatrices de Emily, ahora que sabía la verdad que se
escondía detrás de ellas? ¿Las consideraría alguna especie de justicia?
En el
pequeño Seth Clearwater apenas quedaban ya vestigios de la infancia. Me
recordaba mucho a un Jacob más joven, con su gran sonrisa de felicidad y su
constitución desgarbada y larguirucha. El parecido me hizo sonreír y luego
suspirar. ¿Estaba también Seth condenado a sufrir un cambio en su vida tan
drástico como el resto de estos chicos? ¿Era éste el motivo por el cual se les
había permitido acudir a él y a su familia?
Estaba la
manada al completo: Sam con Emily, Paul, Embry, Quil, y Jared con Kim, la chica
a la que había imprimado.
Kim me
causó una excelente impresión. Era estupenda, algo tímida y poco agraciada.
Tenía una cara grande, donde destacaban unos pómulos marcados, pero sus ojos
eran demasiado pequeños para equilibrar las facciones. La nariz y la boca eran
excesivamente grandes para ser considerados bonitos dentro de los cánones
convecionales. Su pelo liso y negro se veía fino y ralo al viento que nunca
parecía amainar allí, en lo alto del acantilado.
Ésta fue
mi primera impresión, pero no volví a encontrar nada feo en ella después de
observar durante varias horas el modo en que Jared la contemplaba.
¡Y cómo la
miraba!
Parecía un
ciego que viera el sol por primera vez; un coleccionista que acabara de
descubrir un nuevo Da Vinci; la madre que ve por primera vez el rostro de su
hijo recién nacido.
Sus ojos
inquisitivos me hicieron advertir en ella nuevos detalles: su piel reluciente
como seda cobriza a la luz del fuego, la doble curva de sus labios, el destello
de sus dientes blancos en contraste con la negritud de la noche y la longitud
de sus pestañas cuando bajaba la mirada al suelo.
Su tez
enrojecía algunas veces cuando se encontraba con la mirada emocionada de Jared
e inclinaba los ojos como si se avergonzara, y ella intentaba por todos los
medios mantenerlos apartados de él durante el mayor tiempo posible.
Al
mirarlos a ambos, sentí que comprendía mejor lo que Jacob me había explicado
acerca de la imprimación: «Es difícil resistirse a ese nivel de compromiso y
adoración».
Kim se
estaba quedando dormida apoyada en el pecho de Jared y rodeada por sus brazos.
Supuse que allí iba a encontrarse muy calentita.
—Se me
está haciendo tarde —le cuchicheé a Jacob.
—No
empieces ya con eso —me replicó él con un hilo de voz, aunque lo cierto es que
la mitad de los allí presentes tenía el oído lo bastante agudo como para
escucharnos sin problemas—. Ahora viene lo mejor.
—¿Qué va a
suceder ahora? ¿Te vas a tragar una vaca entera tú solo?
Jacob se
rió entre dientes con su risa baja y ronca.
—No. Ése
es el número final. No sólo nos hemos reunido para zamparnos lo de una semana
entera. Técnicamente, ésta es una reunión del Consejo. Es la primera a la que
asiste Quil y él aún no ha oído las historias. Bueno, sí que las ha oído, pero
ésta es la primera vez que lo hace sabiendo que son verdad. Eso hará que preste
más atención. También es la primera vez de Kim, Seth y Leah.
—¿Historias?
Jacob
saltó a mi lado donde se acomodó en un pequeño borde rocoso. Me pasó el brazo
por el hombro y me habló al oído un poco más bajito.
—Las
historias que siempre habíamos considerado leyendas —repuso—. La crónica de
cómo hemos llegado a ser lo que somos. La primera es la historia de los
espíritus guerreros.
El susurro
de Jacob fue casi como la introducción. La atmósfera cambió de forma abrupta
alrededor de los rescoldos del fuego. Paul y Embry se enderezaron. Jared
sacudió a Kim con suavidad y la ayudó a erguirse.
Emily sacó
un cuaderno de espiral y un bolígrafo. Adquirió el aspecto atento de un
estudiante ante una lección magistral. Sam se giró ligeramente a su lado, para
quedar frente al Viejo Quil, que estaba al otro lado. De pronto, me di cuenta
de que los ancianos del Consejo no eran tres, sino cuatro.
El rostro
de Leah Clearwater era aún una máscara hermosa e inexpresiva, cerró los ojos, y
no a causa de la fatiga, sino para concentrarse mejor. Su hermano se inclinó
hacia delante para escuchar a sus mayores con interés.
El fuego
chasqueó, lanzando otra explosión de chispas brillantes hacia la noche.
Billy se
aclaró la garganta y, con voz rica y profunda, comenzó la historia de los
espíritus guerreros sin otra presentación que el susurro de su hijo. Las
palabras fluyeron con precisión, como si las supiera de memoria, aunque sin
perder por eso ni el sentimiento ni un cierto ritmo sutil, como el de una
poesía recitada por su propio autor.
—Los
quileute han sido pocos desde el principio —comenzó Billy—. No hemos llegado a
desaparecer a pesar de lo escaso de nuestro número porque siempre ha corrido
magia por nuestras venas. No siempre fue la magia de la transformación, eso
acaeció después, sino que al principio, fue la de los espíritus guerreros.
Nunca
antes había sido consciente del tono de majestad que había en la voz de Billy
Black, aunque en ese momento comprendí que esa autoridad siempre había estado
allí.
El
bolígrafo de Emily corría por las páginas de papel procurando mantener su
ritmo.
—En los
primeros tiempos, la tribu se estableció en este fondeadero y adquirió gran
destreza en la pesca y en la construcción de canoas. El puerto era muy rico en
peces y el grupo, pequeño; por ello, pronto hubo quienes codiciaron nuestra
tierra, pues éramos pocos para contenerlos. Tuvimos que embarcarnos en las
canoas y huir cuando nos atacó una tribu más grande.
»Kaheleha
no fue el primer espíritu guerrero, pero no han llegado hasta nosotros las
historias acaecidas con anterioridad. No recordamos quién fue el que descubrió
este poder ni cómo se usó antes de esta situación crítica. Kaheleha fue el
primer Espíritu Jefé de nuestra historia. Él se sirvió de la magia para
defender nuestra tierra en aquel trance.
ȃl y
todos los guerreros dejaron las canoas; no en carne y hueso, pero sí en
espíritu. Las mujeres se ocuparon de los cuerpos y las olas y los hombres
volvieron a tierra en espíritu.
»No podían
tocar físicamente a la tribu enemiga, pero disponían de otras formas de lucha.
La tradición detalla que hicieron soplar fuertes vientos sobre el campamento
enemigo; el viento aulló de tal modo que los aterrorizó. Las historias también
nos dicen que los animales podían ver a los espíritus guerreros y comunicarse
con ellos, de modo que ellos los usaron a su antojo.
»Kaheleha
desbarató la invasión con su ejército de espíritus. La tribu invasora traía
manadas de enormes perros de pelaje espeso que utilizaban para tirar de sus
trineos en el helado norte. Los espíritus guerreros volvieron a los canes
contra sus amos y luego atrajeron a una inmensa plaga de murciélagos desde las
cuevas de los acantilados. También usaron el aullido del viento para ayudar a
los perros a causar confusión entre los hombres. Al final, los perros y los
murciélagos vencieron. Los invasores supervivientes se dispersaron y
consideraron el fondeadero como un lugar maldito a partir de entonces. Los
perros se volvieron salvajes cuando fueron liberados por los espíritus
guerreros. Los quileute volvieron a sus cuerpos y con sus mujeres, victoriosos.
»Las otras
tribus vecinas, la de los hoh y los makah, sellaron tratados de paz con los
quileute, porque no querían tenérselas que ver con nuestra magia. Vivimos en
paz con ellos. Cuando un enemigo nos atacaba, los espíritus guerreros lo
dispersaban.
»Pasaron
muchas generaciones hasta la llegada del último Espíritu Jefe, Taha Aki,
conocido por su sabiduría y su talante pacífico. La gente vivía dichosa y feliz
bajo su cuidado.
»Pero
había un hombre insatisfecho: Utlapa.
Un siseo
bajo recorrió el círculo alrededor del fuego. Reaccioné tarde y no logré
detectar su procedencia. Billy hizo caso omiso al mismo y continuó con la
narración.
—Utlapa
era uno de los espíritus guerreros más fuertes del jefe Taha Aki, un gran
guerrero, pero también un hombre codicioso. Opinaba que nuestra gente debía
usar la magia para extender sus territorios, someter a los hoh y los makah y
erigir un imperio.
»Empero,
los guerreros compartían los pensamientos cuando eran espíritus, por lo que
Taha Aki tuvo conocimiento de la ambición de Utlapa, se encolerizó con él, le
desterró y le ordenó no convertirse en espíritu otra vez. Utlapa era fuerte,
pero los guerreros del jefe le superaban en número, así que no le quedó otro
remedio que irse. El exiliado, furioso, se escondió en el bosque cercano a la
espera de una oportunidad para vengarse del jefe.
»El
Espíritu Jefe estaba alerta para proteger a su gente incluso en tiempos de paz.
Con tal propósito, frecuentaba un recóndito lugar sagrado en las montañas en el
que abandonaba su cuerpo para recorrer los bosques y la costa y así cerciorarse
de que no había ningún peligro.
»Un día,
Utlapa le siguió cuando Taha Aki se marchó a cumplir con su deber. Al
principio, sólo planeaba matarle, pero aquello tenía desventajas. Lo más
probable sería que los espíritus guerreros le buscaran para acabar con él y le
alcanzaran antes de que lograra escapar. Mientras se escondía entre las rocas
observando cómo se preparaba el jefe para abandonar su cuerpo, se le ocurrió
otro plan.
»Taha Aki
abandonó su cuerpo en el lugar sagrado y voló con el viento para cuidar de su
pueblo. Utlapa esperó hasta asegurarse de que el espíritu del jefe se había
alejado una cierta distancia.
»Taha Aki
supo el momento exacto en que Utlapa se le unió en el mundo de los espíritus y
también se percató de sus propósitos homicidas. Volvió a toda velocidad hacia
el lugar sagrado, pero incluso los vientos fueron incapaces de ir lo bastante
rápido para salvarle. A su regreso, su cuerpo se había marchado ya y el de
Utlapa yacía abandonado, pero su enemigo no le había dejado ninguna vía de
escape, porque había cortado su propia garganta con las manos de Taha Aki.
»El
Espíritu Jefe siguió a su cuerpo mientras bajaba la montaña e increpó a Utlapa,
pero éste le ignoró como si no fuera más que viento.
»Taha Aki
presenció con desesperación cómo Utlapa usurpaba su puesto como jefe de los
quileute. Lo único que hizo el traidor durante las primeras semanas fue
cerciorarse de que nadie descubría su impostura. Luego, empezaron los cambios,
porque el primer edicto de Utlapa consistió en prohibir a todos los guerreros
entrar en el mundo de los espíritus. Alegó que había tenido la visión de un
peligro, pero lo cierto era que estaba asustado. Sabía que Taha Aki estaría
esperando el momento de contar su historia. Utlapa también temía entrar en el
mundo de los espíritus, sabiendo que en ese caso, Taha Aki reclamaría su cuerpo
rápidamente. Así pues, sus sueños de conquista con un ejército de espíritus
guerreros eran imposibles, por lo que se contentó con gobernar la tribu. Se
convirtió en un estorbo, siempre a la búsqueda de privilegios que Taha Aki
jamás había reclamado, rehusando trabajar codo a codo con los demás guerreros,
y tomando otra esposa joven, la segunda, y después una tercera, a pesar de que
la primer esposa de Taha Aki aún vivía, algo que nunca se había visto en la
tribu. El Espíritu Jefe lo observaba todo con rabia e impotencia.
»Hubo un
momento en que incluso Taha Aki quiso matar su propio cuerpo para salvar a la
tribu de los excesos de Utlapa. Hizo bajar a un lobo fiero de las montañas,
pero el usurpador se escondió detrás de sus guerreros. Cuando el lobo mató a un
joven que estaba protegiendo al falso jefe, Taha Aki sintió una pena terrible,
y por eso, ordenó al lobo que se marchara.
»Todas las
historias nos dicen que no era fácil ser un espíritu guerrero. Liberarse del
propio cuerpo resultaba más aterrador que excitante y ése es el motivo por el
que reservaban el uso de la magia para los tiempos de necesidad. Los solitarios
viajes de vigilia del jefe habían sido siempren una molestia y un sacrificio,
ya que estar sin cuerpo desorientaba y era una experiencia horrible e incómoda.
Taha Aki llevaba ya tanto tiempo fuera de su cuerpo que llegó a estar al borde
de la agonía. Se sentía maldito y creía que, atrapado para siempre en el
martirio de esa nada, jamás podría cruzar a la tierra del más allá, donde le
esperaban los ancestros.
»El gran
lobo siguió al espíritu del jefe a través de los bosques mientras se retorcía y
se contorsionaba en su sufrimiento. Era un animal muy grande y bello entre los
de su especie. De pronto, el jefe sintió celos del estúpido lobo que, al menos,
tenía un cuerpo y una vida. Incluso una existencia como animal sería mejor que
esa horrible conciencia de la nada.
»Y
entonces, Taha Aki tuvo la idea que nos hizo cambiar a todos. Le rogó al gran
lobo que le hiciera sitio en su interior para compartir su cuerpo y éste se lo
concedió. Taha Aki entró en el cuerpo de la criatura con alivio y gratitud. No
era su cuerpo humano, pero resultaba mejor que la incorporeidad del mundo de
los espíritus.
»El hombre
y el lobo regresaron al poblado del puerto formando un solo ser. La gente huyó
despavorida y reclamó a gritos la presencia de los guerreros, que acudieron a
enfrentarse a la bestia con sus lanzas. Utlapa, por supuesto, permaneció
escondido y a salvo.
»Taha Aki
no atacó a sus guerreros. Retrocedió lentamente ante ellos, hablándoles con los
ojos e intentando aullar las canciones de su gente. Los guerreros comenzaron a
darse cuenta de que no era un animal corriente y que lo poseía un espíritu. Un
viejo luchador, de nombre Yut, decidió desobedecer la orden del falso jefe e
intentó comunicarse con el lobo.
»Tan
pronto como Yut cruzó al mundo de los espíritus, Taha Aki dejó al lobo, el
animal esperó obedientemente su regreso, para hablar con él. Yut comprendió la
verdad al instante y dio la bienvenida al verdadero jefe a su casa.
»En
este momento, Utlapa apareció para ver si habían derrotado al carnívoro. Cuando
descubrió que Yut yacía sin vida en el suelo, rodeado por los guerreros que le
protegían, se dio cuenta de lo que estaba
ocurriendo. Sacó su cuchillo y corrió a matar a Yut antes de que pudiera
regresar a su cuerpo.
»—¡Traidor!
—exclamó, y los guerreros no supieron qué hacer. El jefe había prohibido los
viajes astrales y a él correspondía administrar el castigo a quienes
desobedecían.
»Yut saltó
dentro de su cuerpo, pero Utlapa tenía ya el cuchillo en su garganta y le había
cubierto la boca con una mano. El cuerpo de Taha Aki era fuerte y Yut estaba
debilitado por la edad, así que no pudo decir ni una palabra para avisar a los
otros antes de que Utlapa lo silenciara para siempre.
»Taha Aki
observó cómo el espíritu de Yut se deslizaba hacia las tierras del más allá,
que le estaban vedadas por toda la eternidad. Le abrumó una ira superior a
cualquier otro sentimiento que había experimentado hasta ese momento. Volvió al
cuerpo del gran lobo con la intención de desgarrar la garganta de Utlapa pero,
en cuanto se unió a la bestia, acaeció un gran acontecimiento mágico.
»La ira de
Taha Aki era la de un hombre, el amor que profesaba por su gente y el odio por
su opresor fueron emociones demasiado humanas, demasiado grandes para el cuerpo
del animal, así que éste se estremeció y Utlapa se transformó en un hombre ante
los ojos de los sorprendidos guerreros.
»El nuevo
hombre no tenía el mismo aspecto que el cuerpo de Taha Aki, sino que era mucho
más glorioso: la interpretación en carne del espíritu de Taha Aki. Los
guerreros le reconocieron al momento, porque ellos habían volado con el
espíritu de Taha Aki.
«Utlapa
intentó huir, pero el nuevo Taha Aki tenía la fuerza de un lobo, por lo que
capturó al suplantador y aplastó el espíritu dentro de él antes de que pudiera
salir del cuerpo robado.
»La gente
se alegró al comprender lo ocurrido. Taha Aki rápidamente puso todas las cosas
en su sitio, trabajando otra vez con su gente y devolviendo de nuevo a las
esposas con sus familias. El único cambio que mantuvo fue el fin de los viajes
espirituales, sabedor de su peligro ahora que ya existía la idea de robar vidas
con ellos. No hubo más espíritus guerreros.
»Desde
entonces en adelante, Taha Aki fue más que un lobo o un hombre. Le llamaron
Taha Aki, el Gran Lobo, o Taha Aki, el Hombre Espíritu. Lideró la tribu durante
muchos, muchos años, porque no envejecía. Cuando amenazaba algún peligro, volvía
a adoptar su forma de lobo para luchar o asustar al enemigo, y así la tribu
vivió en paz. Taha Aki tuvo una prolífica descendencia y muchos de sus hijos,
al llegar la edad de convertirse en hombres, también se convertían en lobos.
Todos los lobos eran diferentes entre sí, porque eran espíritus lobo y
reflejaban al hombre que llevaban dentro.
—Por eso
Sam es negro del todo —murmuró Quil entre dientes, sonriendo—. Corazón negro,
pelaje negro.
Yo estaba
tan inmersa en la historia que fue un shock regresar a la realidad, al círculo
en torno a las llamas agonizantes. Con sorpresa, me di cuenta de que el círculo
se componía de los tataranietos de los tataranietos de los tataranietos de Taha
Aki. O más aún. A saber cuántas generaciones habrían pasado.
El fuego arrojó
una lluvia de chispas al cielo, donde temblaron y bailaron, adquiriendo formas
casi indescifrables.
—¿Y qué es
lo que refleja tu pelambrera de color chocolate? —respondió Sam a Quil entre
susurros—. ¿Lo dulce que eres?
Billy
ignoró sus bromas.
—Algunos
de sus hijos se convirtieron en los guerreros de Taha Aki y tampoco
envejecieron. Otros se negaron a unirse a la manada de hombres lobo porque les
disgustaban las transformaciones, y éstos sí envejecían. Con los años, la tribu
descubrió que los licántropos podían hacerse ancianos como cualquiera si
abandonaban sus espíritus lobo. Taha Aki vivió el mismo periodo de tiempo que
tres hombres. Se casó con una tercera mujer después de que murieran otras dos y
encontró en ella la verdadera compañera de su espíritu, y aunque también amó a
las otras dos, con ésta experimentó un sentimiento más intenso. Así que decidió
abandonar a su espíritu lobo para poder morir con ella.
»Y así fue
como llegó a nosotros la magia, aunque no es el final de la historia...
Miró al anciano
Quil Ateara, que cambió de postura en su silla y estiró sus frágiles hombros.
Billy bebió de una botella de agua y se secó la frente. El bolígrafo de Emily
no paró y continuó garabateando furiosamente en el papel.
—Esa fue
la historia de los espíritus guerreros —comenzó el Viejo Quil con su aguda voz
de tenor—. Y ésta es la historia del sacrificio de la tercera esposa.
«Muchos
años después de que Taha Aki abandonara su espíritu lobo, cuando había
alcanzado la edad provecta, estallaron problemas en el norte con los makah a
causa de la desaparición de varias jóvenes de su tribu. Los makah culpaban de
ello a los lobos vecinos, a los que temían y de los que desconfiaban. Los
hombres lobo podían acceder al pensamiento de los demás mientras estaban en forma
lupina, del mismo modo que sus ancestros cuando adquirían su forma de espíritu,
por lo que sabían que ninguno de ellos estaba involucrado. Taha Aki intentó
tranquilizar al jefe de los makah, pero había demasiado miedo. Él no quería
arriesgarse a una lucha, pues ya no era un guerrero en condiciones de llevar a
la tribu al combate. Por eso, encomendó a su hijo lobo Taha Wi, el mayor, la
tarea de descubrir al verdadero culpable antes de que se desataran las
hostilidades.
»Taha Wi
emprendió una búsqueda por las montañas con cinco lobos de su manada en pos de
cualquier evidencia de las desaparecidas. Hallaron algo totalmente novedoso: un
extraño olor dulzón en el bosque que les quemaba la nariz hasta el punto de
hacerles daño.
Me encogí
un poco al lado de Jacob. Vi cómo una de las comisuras de sus labios se torcía
en un gesto de sonrisa y su brazo se tensó a mi alrededor.
—No
conocían a ninguna criatura que dejara semejante hedor, pero lo rastrearon
igualmente —continuó el Viejo Quil. Su voz temblorosa no tenía la majestad de
la de Billy, pero sí un extraño tono afilado, urgente, feroz. Se me aceleró el
pulso conforme sus palabras adquirieron velocidad—. Encontraron débiles
vestigios de fragancia y sangre humanas a lo largo del rastro. Estaban
convencidos de seguir al enemigo adecuado.
»El viaje
les llevó tan al norte que Taha Wi envió de vuelta al puerto a la mitad de la
manada, a los más jóvenes, para informar a Taha Aki.
»Taha Wi y
sus dos hermanos nunca regresaron.
»Los más
jóvenes buscaron a sus hermanos mayores, pero sólo hallaron silencio. Taha Aki
lloró a sus hijos y deseó vengar su muerte, pero ya era un anciano. Vistió sus
ropas de duelo y acudió en busca del jefe de los makah para contarle lo
acaecido. El jefe makah creyó en la sinceridad de su dolor y desaparecieron las
tensiones entre las dos tribus.
»Un año
más tarde, desaparecieron de sus casas dos jóvenes doncellas makah en la misma
noche. Los makah llamaron a los lobos quileute rápidamente, que descubrieron el
mismo olor dulzón por todo el pueblo. Los lobos salieron de caza de nuevo.
»Sólo uno
regresó. Era Yaha Uta, el hijo mayor de la tercera esposa de Taha Aki, y el más
joven de la manada. Se trajo con él algo que los quileute jamás habían visto
antes, un extraño cadáver pétreo y frío despedazado. Todos los que tenían
sangre de Taha Aki, incluso aquellos que nunca se habían transformado en lobos,
aspiraron el olor penetrante de la criatura muerta. Este era el enemigo de los
makah.
»Yaha Uta
contó su aventura: sus hermanos y él encontraron a la criatura con apariencia
de un hombre, pero duro como el granito, con las dos chicas makah. Una ya
estaba muerta en el suelo, pálida y desangrada. La otra estaba en los brazos de
la criatura, que mantenía la boca pegada a su garganta. Quizá aún vivía cuando
llegaron a la espantosa escena, pero aquel ser rápidamente le partió el cuello
y tiró el cuerpo sin vida al suelo mientras ellos se aproximaban. Tenía los
labios blancos cubiertos de sangre y los ojos le brillaban rojos.
»Yaha Uta
describió la fuerza y la velocidad de la criatura. Uno de sus hermanos se
convirtió muy pronto en otra víctima al subestimar ese vigor. La criatura le
destrozó como a un muñeco. Yaha Uta y su otro hermano fueron más cautos y
atacaron en equipo, mostrando una mayor astucia al acosar a la criatura desde
dos lados distintos. Tuvieron que llegar a los límites extremos de su velocidad
y fuerza lobuna, algo que no habían tenido que probar hasta ese momento. Aquel
ser era duro como la piedra y frío como el hielo. Se dieron cuenta de que sólo
le hacían daño sus dientes, por lo que en el curso de la lucha fueron
arrancándole trozos de carne a mordiscos.
»Pero la
criatura aprendía rápido y pronto empezó a responder a sus maniobras. Consiguió
ponerle las manos encima al hermano de Yaha Uta y éste encontró un punto
indefenso en la garanta del ser de hielo, y lo atacó a fondo. Sus dientes le
arrancaron la cabeza, pero las manos del enemigo continuaron destripando a su
hermano.
»Yaha Uta
despedazó a la criatura en trozos irreconocibles y los arrojó a su alrededor en
un intento desesperado de salvar a su hermano. Fue demasiado tarde, aunque al
final logró destruirla.
»O eso
pensó al menos. Yaha Uta llevó los restos que quedaron para que fueran
examinados por los ancianos. Una mano cortada estaba al lado de un trozo del
brazo granítico de la criatura. Las dos piezas entraron en contacto cuando los
ancianos las movieron con palos y la mano se arrastró hacia el brazo,
intentando unirse de nuevo.
»Horrorizados,
los ancianos incineraron los restos. El aire se contaminó con una gran nube de
humo asfixiante y repulsiva. Cuando sólo quedaron cenizas, las dividieron en
pequeñas bolsitas y las esparcieron muy lejos y separadas unas de otras,
algunas en el océano, otras en el bosque, el resto en las cavernas del acantilado.
Taha Aki anudó una bolsita alrededor de su cuello, con la finalidad de poder
dar la alarma en caso de que la criatura intentara rehacerse de nuevo.
El Viejo
Quil hizo una pausa y miró a Billy, que alzó una cuerda de cuero anudada a su
cuello de cuyo extremo pendía una bolsita renegrida por el paso del tiempo.
Varios oyentes jadearon. Probablemente yo fui una de ellas.
—Le
llamaron el Frío, el bebedor de sangre, y vivieron con el miedo de que no
estuviera solo pues la tribu contaba únicamente con un lobo protector, el joven
Yaha Uta.
»Enseguida
salieron de dudas. La criatura tenía una compañera, otra bebedora de sangre,
que vino a las tierras de los quileute clamando venganza.
»Las
historias sostienen que la Mujer Fría era la criatura más hermosa que habían
visto los ojos humanos. Parecía una diosa del amanecer cuando entró en el
pueblo aquella mañana; el sol brilló de pronto e hizo resplandecer su piel
blanca y el cabello dorado que flotaba hasta sus rodillas. Tenía una belleza
mágica, con los ojos negros y el rostro pálido. Algunos cayeron de rodillas y
la adoraron.
»Pidió
algo en una voz alta y penetrante, en un idioma que nadie había escuchado
antes. La gente se quedó atónita sin saber qué contestarle. No había nadie del
linaje de Taha Aki entre los testigos, salvo un niño pequeño. Este se colgó de
su madre y gritó que el olor de la aparición le quemaba la nariz. Uno de los
ancianos, que iba de camino hacia el Consejo, escuchó al muchacho y se dio
cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ordenó la huida a voz en grito. Ella le
mató a él en primer lugar.
»Sólo
sobrevivieron dos de los veinte testigos de la llegada de la Mujer Fría, y ello
gracias a que la sangre la distrajo e hizo una pausa en la matanza para saciar
su sed. Esos dos supervivientes corrieron hacia donde estaba Taha Aki, sentado
en el Consejo con los otros ancianos, sus hijos y su tercera esposa.
»Yaha Uta
se transformó en lobo en cuanto oyó las noticias y se fue solo para destruir a
la bebedora de sangre. Taha Aki, su tercera esposa, sus hijos y los ancianos le
siguieron.
»Al
principio no encontraron a la criatura, sólo los restos de su ataque: cuerpos
rotos, desangrados, tirados en el camino por el que había llegado. Entonces,
oyeron los gritos y corrieron hacia el puerto.
»Un puñado
de quileutes había corrido hacia las canoas en busca de refugio. Ella nadó
hacia ellos como un tiburón y rompió la proa de la embarcación con su fuerza
prodigiosa. Cuando la canoa se fue a pique, atrapó a quienes intentaban
apartarse a nado y los mató también.
»Se olvidó
de los nadadores que se daban a la fuga cuando atisbo al gran lobo en la playa.
Nadó tan deprisa que se convirtió en un borrón y llegó, mojada y gloriosa, a
enfrentarse con Yaha Uta. Le señaló con un dedo blanco y le preguntó algo
incomprensible. Yaha Uta esperó.
»Fue una
lucha igualada. Ella no era un guerrero como su compañero, pero Yaha Uta estaba
solo y nadie pudo distraerla de la furia que concentró en él.
«Cuando
Yaha Uta fue vencido, Taha Aki gritó desafiante. Calló hacia delante y se
transformó en un lobo anciano, de hocico blanco. Estaba viejo, pero era Taha
Aki, el Hombre Espíritu, y la ira le hizo fuerte. La lucha comenzó de nuevo.
»La
tercera esposa de Taha Aki acababa de ver morir a su hijo. Ahora era su marido
el que luchaba y ella había perdido la esperanza de que venciera. Había
escuchado en el Consejo cada palabra pronunciada por los testigos de la
matanza. Había oído la historia de la primera victoria de Yaha Uta y sabía que
su difunto hijo triunfó en aquella ocasión gracias a la distracción causada por
su hermano.
»La
tercera esposa tomó un cuchillo del cinturón de uno de los hijos que estaban a
su lado. Todos eran jóvenes, aún no eran hombres, y ella sabía que morirían
cuando su padre perdiera.
»Corrió
hacia la Mujer Fría con la daga en alto. Ésta sonrió, sin distraerse apenas de
la lucha con el viejo lobo. No temía ni a la débil humana ni al cuchillo, que
apenas le arañaría la piel. Estaba dispuesta ya a descargar el golpe de gracia
sobre Taha Aki.
»Y
entonces la tercera esposa hizo algo inesperado. Cayó de rodillas ante la
bebedora de sangre y se clavó el cuchillo en el corazón.
»La sangre
borbotó entre los dedos de la tercera esposa y salpicó a la Mujer Fría, que no
pudo resistir el cebo de la sangre fresca que abandonaba el cuerpo de la mujer
agonizante, y de modo instintivo, se volvió hacia ella, totalmente consumida
durante un segundo por la sed.
»Los
dientes de Taha Aki se cerraron en torno a su cuello.
»Ese no
fue el final de la lucha, ya que ahora Taha Aki no estaba solo. Al ver morir a
su madre, dos de sus jóvenes hijos sintieron tal ira que brotaron de ellos sus
espíritus lobo, aunque todavía no eran hombres. Consiguieron acabar con la
criatura, junto con su padre.
»Taha Aki
jamás volvió a reunirse con la tribu. Nunca volvió a convertirse en hombre.
Permaneció echado todo un día al lado del cuerpo de la tercera esposa, gruñendo
cada vez que alguien intentaba acercársele, y después se fue al bosque para no
regresar jamás.
»Apenas
hubo problemas con los fríos a partir de aquel momento. Los hijos de Taha Aki
protegieron a la tribu hasta que sus propios hijos alcanzaron la edad necesaria
para ocupar su lugar. Nunca hubo más de tres lobos a la vez, porque ese número
era suficiente. Algún bebedor de sangre aparecía por estas tierras de vez en
cuando, pero caían víctimas de la sorpresa, ya que no esperaban a los lobos.
Alguna vez moría algún protector, pero nunca fueron diezmados como la primera
vez, pues habían aprendido a luchar contra los fríos y se transmitieron el
conocimiento de unos a otros, de mente a mente, de espíritu a espíritu, de
padre a hijo.
»El tiempo
pasó y los descendientes de Taha Aki no volvieron a convertirse en lobos cuando
alcanzaban la hombría. Los lobos sólo regresaban en momentos esporádicos,
cuando un frío aparecía cerca. Los fríos venían de uno en uno o en parejas y la
manada continuó siendo pequeña.
«Entonces,
apareció un gran aquelarre y nuestros propios tatarabuelos se prepararon para
luchar contra ellos. Sin embargo, el líder habló con Ephraim Black como si
fuera un hombre y le prometió no hacer daño a los quileute. Sus extraños ojos
amarillos eran la prueba de que ellos no eran iguales a los otros bebedores de
sangre. Superaban en número a los lobos, así que no había necesidad de que los
fríos ofrecieran un tratado cuando podían haber ganado la lucha. Ephraim
aceptó. Permanecieron fieles al pacto, aunque su presencia sirvió de atracción
para que vinieran otros.
»El
aumento del aquelarre forzó a que la manada fuera la mayor que la tribu había
visto jamás —continuó el Viejo Quil y durante un momento sus ojos negros, casi
enterrados entre las arrugas de la piel que los rodeaban, parecieron pararse en
mí—, excepto, claro, en los tiempos de Taha Aki —luego, suspiró—. Y así los
hijos de la tribu otra vez cargan con la responsabilidad y comparten el
sacrificio que sus padres soportaron antes que ellos.
Se hizo un
profundo silencio que se alargó un rato. Los descendientes vivos de la magia y
la leyenda se miraron unos a otros a través del fuego con los ojos llenos de
tristeza. Todos menos uno.
—Responsabilidad
—resopló en voz baja—. A mí me parece guay —el grueso labio inferior de Quil
sobresalía un poco.
Al otro
lado del fuego, Seth Clearwater, cuyos ojos estaban dilatados por el halago de
pertenecer a la hermandad de protectores de la tribu, asintió, plenamente de
acuerdo.
Billy rió
entre dientes durante unos momentos y la magia pareció desvanecerse entre las
brasas resplandecientes. De pronto, sólo había un círculo de amigos y nada más.
Jared le tiró una piedrecilla a Quil y todo el mundo se rió cuando éste se
sobresaltó. El murmullo de las conversaciones en voz baja se extendió
alrededor, lleno de bromas y con naturalidad.
Leah
Clearwater mantuvo los ojos cerrados. Me pareció ver brillar en su mejilla algo
parecido a una lágrima, pero ya no había nada cuando volví a mirarla un momento
después.
Ni Jacob
ni yo hablamos. Él permanecía absolutamente inmóvil a mi lado; su respiración
era tan profunda y regular que creí que estaba a punto de dormirse.
Mi mente
estaba a miles de años de allí. No pensaba en Yaha Uta ni en los otros lobos ni
en la hermosa Mujer Fría, ya que podía imaginármela con mucha claridad. No, mi
mente buscaba algo totalmente alejado de la magia. Estaba intentando imaginarme
el rostro de la mujer sin nombre, la que había salvado a toda la tribu, la
tercera esposa.
Se trataba
de una simple mortal sin poderes especiales ni ningún otro don. Era más débil
que cualquiera de los otros monstruos que poblaban la historia, pero ella había
sido la clave, la solución. Había salvado a su marido, a sus hijos, a la tribu.
Me hubiera
gustado que recordaran su nombre...
Alguien me
sacudió el brazo.
—Eh,
vamos, Bella —me dijo Jacob al oído—. Regresa.
Parpadeé y
busqué el fuego, que parecía haber desaparecido. Miré hacia la inesperada
oscuridad, intentando ver a mi alrededor. Tardé casi un minuto en darme cuenta
de que ya no estábamos en los acantilados. Jacob y yo nos hallábamos solos.
Todavía estaba reclinada contra su hombro, pero no en el suelo.
¿Cómo
había llegado al coche de Jacob?
—Ay,
cielos —respiré entrecortadamente cuando me di cuenta de que me había quedado
dormida—. ¿Qué hora es? Maldita sea, ¿dónde he guardado ese estúpido móvil?
Palmeé mis
bolsillos, frenética, y no había nada en ellos.
—Calma,
aún no es medianoche y ya le he llamado yo. Mira, te está esperando.
—¿Medianoche?
—repetí de manera estúpida, todavía desorientada. Miré hacia la oscuridad y se
me aceleró el pulso cuando entrevi la forma del Volvo, a unos veintitantos
metros. Alcé la mano hacia la manilla.
—Toma
—dijo Jacob mientras depositaba un objeto pequeño en la palma de mi otra mano.
Era el móvil.
—¿Has
llamado a Edward en mi lugar?
Mis ojos
ya se habían acostumbrado lo suficiente a la oscuridad para ver el repentino
relumbrar de la sonrisa de mi amigo.
—Supuse
que podría pasar un rato más contigo si jugaba bien mis cartas.
—Gracias,
Jake —repuse, emocionada—. Te lo agradezco de verdad, y también por haberme
invitado esta noche. Ha sido... —me faltaban palabras—. Guau, ha sido algo
realmente especial.
—Y eso que
no te has quedado para ver cómo me tragaba una vaca entera —se echó a reír—.
Sí, me alegro de que te haya gustado. Ha sido... estupendo para mí. El tenerte
aquí, me refiero.
Atisbé un
movimiento en la lejanía, donde parecía pasear una especie de espectro cuya
blancura se recortaba contra los árboles oscuros.
—Vaya, no
es tan paciente, ¿a que no? —comentó Jacob, notando mi distracción—. Vete ya,
pero vuelve pronto, ¿vale?
—Seguro,
Jake —le prometí, abriendo el coche. El aire frío me recorrió las piernas y me
hizo temblar.
—Duerme
bien, Bella. No te preocupes por nada. Estaré vigilándote toda la noche. Me
paré, con un pie ya en el suelo.
—No, Jake.
Descansa un poco. Estaré bien.
—Vale,
vale —repuso, pero sonó más paternal que otra cosa.
—Buenas noches,
Jake. Gracias.
—Buenas
noches, Bella —me susurró, mientras yo me apresuraba a través de la oscuridad.
Edward me
recogió en la divisoria.
—Bella
—había un considerable alivio en su voz cuando sus brazos me ciñeron
apretadamente.
—Hola.
Siento llegar tan tarde. Me quedé dormida y...
—Lo se.
Jacob me lo explicó —avanzó hacia el coche y yo me tambalee rígidamente a su
lado— ¿Estas cansada? Puedo llevarte en brazos.
—Estoy
bien.
—Voy a
llevarte a casa para acostarte. ¿Te lo has pasado bien?
—Si ha
sido sorprendente, Edward. Me habría gustado que huvieras venido. No encuentro
palabras para explicarlo. El padre de Jake nos contó las viejas leyendas y fue
algo… algo mágico.
—Ya me lo
contaras, pero después de que hayas dormido.
—No me
acordaré de todo —le contesté; bostecé abriendo mucho la boca.
Edward se
rió entre dientes. Me abrió la puerta, me sentó en el asento y me puso el
cinturón de seguridad.
Unas
brillantes luces se encendieron de súbito y nos barrieron. Saludé hacia las
luces delanteras del coche, pro no supe si Jacob había visto mis gestos.
Mi padre
causó menos problemas de los esperados gracias a que Jacob también le había
telefoneado. Tras desearle buenas noches a Charlie, me apoyé junto a la ventana
mientras esperaba a Edward. La noche era sorprendentemente fría, casi invernal.
No me había dado cuenta de esto en los acantilados ventosos; supongo que tuvo
más que ver con estar sentada al lado de Jacob que con el fuego.
Me
salpicaron gotitas heladas en la cara cuando empezó a caer la lluvia.
Estaba
demasiado oscuro para distinguir otra cosa que los conos oscuros de los abetos
inclinándose y meciéndose al ritmo de los hostigos del viento, pero de todos
modos forcé la vista en busca de otras formas en la tormenta. Una silueta
pálida, que se movía como un fantasma en la oscuridad... o quizás el contorno
borroso de un enorme lobo, pero mis ojos eran demasiado débiles.
Entonces,
hubo un repentino movimiento en la noche, justo a mi lado. Edward se deslizó a
través de la ventana abierta. Tenía las manos más frías que la lluvia.
—¿Está
Jacob ahí fuera? —le pregunté, temblando cuando Edward me acercó al abrigo de
sus brazos.
—Sí, en
alguna parte. Y Esme va de camino a casa.
Suspiré.
—Hace
mucho frío y caen chuzos de punta. Esto es una tontería.
Me
estremecí de nuevo y él se rió entre dientes.
—Sólo tú
tienes frío, Bella.
Esa noche
también hizo frío en mis sueños, quizá porque dormí en los brazos de Edward,
pero soñé que estaba a la intemperie, bajo la tormenta, el viento me sacudía el
pelo contra la cara hasta cegarme. Permanecía en la costa en forma de media
luna de la playa Primera, intentando distinguir las formas que se movían con
tal rapidez que apenas podía verlas en la oscuridad y desde la orilla. Al
principio, no apreciaba más que los destellos de relámpagos negros y blancos
que se lanzaba unos contra otros, como en una danza, hasta que entonces, como
si la luna hubiera aparecido súbitamente entre las nubes, pude verlo todo.
Rosalie,
con dorada melena empapada y colgando hasta la parte de atrás de sus rodillas,
arremetía contra un lobo enorme, de hocico plateado, que instintivamente
reconocí como perteneciente a Billy Black.
Eché a
correr, pero lo único que conseguí fue ese frustrante movimiento lento y
pausado tan propio de los sueños. Intenté gritarles, decirles que se
detuvieran, pero el viento me privó de la voz y no logré proferir ningún
sonido. Sacudí los brazos en alto, esperando captar su atención. Algo
relampagueó a mi lado y me di cuenta por primera vez de que mi mano derecha no
estaba vacía.
Llevaba un
afilado cuchillo largo, antiguo y de color plateado, con manchas de sangre seca
y ennegrecida.
Solté el
cuchillo y abrí los ojos de golpe en la tranquila oscuridad de mi dormitorio.
Lo primero de lo que me percaté era que no estaba sola y me volví para enterrar
el rostro en el pecho de Edward, sabiendo que el dulce olor de su piel sería el
mejor remedio contra la pesadilla.
—¿Te he
despertado? —murmuró él. Hubo un sonido de papel, el de páginas de un libro
abierto y luego un ligero golpe sordo como si algo se hubiera caído al suelo de
parqué.
—No
—cuchicheé, suspirando contenta cuando sus brazos se apretaron a mi alrededor—.
He tenido un mal sueño.
—¿Quieres
contármelo?
Sacudí la
cabeza.
—Estoy muy
cansada. Quizá mañana por la mañana..., si me acuerdo.
Le sentí
estremecerse con una risa silenciosa.
—Por la
mañana —asintió.
—¿Qué
estás leyendo? —pregunté, aún adormilada.
—Cumbres
borrascosas —contestó él.
Fruncí el
ceño medio en sueños.
—Creía que
no te gustaba ese libro.
—Lo has
dejado aquí olvidado —susurró él; su dulce voz me acunaba, llevándome de nuevo
a la inconsciencia—. Además, cuanto más tiempo paso contigo, mejor comprendo
las emociones humanas. Estoy descubriendo que simpatizo con Heathcliff de un
modo que antes no creí posible.
—Aja
—farfullé.
Dijo algo
más, algo en voz baja, pero ya estaba dormida.
La mañana
siguiente amaneció de color gris perla y muy tranquila. Edward me preguntó por
mi sueño, pero no podía precisarlo con exactitud. Sólo recordaba el frío y mi
alegría de tenerle allí cuando me desperté. Me besó durante mucho rato, tanto
que se me disparó el pulso, antes de irse a casa para cambiarse de ropa y
recoger el coche.
Me vestí
con rapidez, aunque no tenía mucho donde elegir. Quienquiera que hubiera
saqueado mi cesta de la ropa, había dejado mi vestuario bastante perjudicado.
Estaría muy enfadada si el hecho no fuera tan aterrador.
Estaba a
punto de bajar a desayunar cuando noté mi baqueteado volumen de Cumbres
borrascosas abierto en el suelo, donde Edward lo había dejado caer por la noche
manteniéndose abierto por el sitio donde se había quedado leyendo, ya que la
encuadernación había cedido.
Lo recogí
con curiosidad mientras procuraba recordar sus palabras sobre la simpatía que
sentía por Heathcliff por encima de los demás personajes. Se me antojaba
imposible; quizá lo había soñado.
Habia tres
palabras que captaron mi atención en la página por la que estaba abierto el
volumen e incliné la cabeza para leer el párrafo con más atención. Hablaba
Heathcliff y conocía bien el pasaje.
Y ahí es
donde se puede ver la diferencia entre nuestros sentimientos: si él estuviera
en mi lugar y yo en el suyo, aunque le aborreciera con un odio que convirtiera
mi vida en hiél, nunca habría levantado la mano contra él. ¡Puedes poner cara
de incredulidad si quieres! Yo nunca podría haberle apartado de ella, al menos
mientras ella lo hubiera querido así. Mas en el momento en que perdiera su
estima, ¡le habría arrancado el corazón y me habría bebido su sangre! Sin
embargo, hasta entonces, y si no me crees es que no me conoces, hasta entonces,
¡preferiría morir con certeza antes que tocarle un solo pelo de la cabeza!
Las tres
palabras que captaron mi atención fueron «beber su sangre».
Me
estremecí.
Sí,
seguramente había soñado que Edward había dicho algo positivo sobre Heathcliff.
Y lo más probable es que esta página no fuera la que había estado leyendo. El
libro podría haber caído abierto por cualquier hoja.