Alice me
dejó en casa a la mañana siguiente para seguir con la farsa de la fiesta de
pijamas. No iba a pasar mucho tiempo antes de que apareciera Edward, que
oficialmente regresaba de su excursión. Empezaba a estar hasta el gorro de
tantos fingimientos. No iba a echar de menos aquella parte de mi vida humana.
Charlie
echó un vistazo a través de la ventana de la fachada cuando me oyó cerrar con
fuerza la puerta del coche. Saludó con los brazos a Alice y luego se dirigió a
la entrada para recibirme.
—¿Te has
divertido? —inquirió mi padre.
—Sí, ha
estado bien, ha sido... muy de chicas. Metí mis cosas dentro de la casa y las
dejé todas al pie de la escalera para dirigirme a la cocina en busca de un
tentempié.
—Tienes un
mensaje —me avisó Charlie, detrás de mí.
El bloc de
notas del teléfono estaba sobre la encimera de la cocina, apoyado en una
cacerola a fin de que se viera fácilmente.
«Te ha
telefoneado Jacob», había escrito Charlie.
Me contó
que no pretendía decir lo que dijo y que lo lamentaba mucho. Quiere que le
llames. Sé amable y dale un respiro. Parecía alterado.
Hice un
mohín. Era infrecuente que mi padre expresara su opinión acerca de mis
mensajes.
Jacob
podía estar agitado, pero saldría adelante. No quería hablar con él. Lo último
que había sabido es que las llamadas del otro lado no eran bien recibidas. Si
Jacob me quería muerta, sería mejor que se fuera acostumbrando al silencio.
Perdí el
apetito, di media vuelta y me fui a guardar mis bártulos.
—¿No vas a
llamar a Jacob? —inquinó Charlie, que me observaba recogerlos apoyado en la
pared del cuarto de estar.
—No.
Empecé a
subir las escaleras.
—Esa no es
forma de comportarse, Bella —me sermoneó—. El perdón es sagrado.
—Métete en
tus asuntos —murmuré lo bastante bajo para que no pudiera oírme.
Sabía que
se estaba amontonando la ropa sucia, por lo que después de cepillarme los
dientes y guardar la pasta dentífrica, eché mis prendas al cesto de la ropa y
deshice la cama de mi padre. Amontoné sus sábanas en lo alto de las escaleras y
fui a por las mías.
Me detuve
junto a la cama y ladeé la cabeza.
¿Dónde
estaba mi almohada? Me giré en círculo, recorriendo la estancia con la vista,
sin descubrir ni rastro de ella. Fue entonces cuando me percaté del excesivo
orden que reinaba en mi habitación. ¿Acaso no estaba mi sudadera gris arrugada
al pie de cama? Y habría jurado que había dejado un par de calcetines sucios
detrás de la mecedora, junto a la blusa roja que me había probado hacía dos
días antes de decidir que era demasiado elegante para ir al instituto y dejarla
encima del brazo de la mecedora. Di otra vuelta alrededor. El cesto de la ropa
no estaba vacío, pero tampoco lleno a rebosar, tal y como yo creía.
¿Habría
lavado la ropa Charlie? No le pegaba nada.
—¿Has
empezado a hacer la colada?
Esto…, no
—contestó a voz en grito. Parecía avergonzado—. ¿Querías que la hiciera?
—No, me
encargo yo. ¿Has buscado algo en mi cuarto?
—No, ¿por
qué?
—No
encuentro... una camiseta...
—N i
siquiera he entrado.
Entonces
caí en la cuenta de que Alice había entrado en busca de mi pijama. No me había
dado cuenta de que se había llevado mi almohada, probablemente porque había
evitado la cama. Daba impresión de que había ido limpiando mientras pasaba. Me
avergoncé de mi desorden.
Esa blusa
roja no estaba sucia, de modo que me encaminé al cesto de la ropa para sacarla.
Esperaba
encontrarla en la parte de arriba del montón, pero no se hallaba allí. Rebusqué
toda la pila sin localizarla. Sabía que me estaba poniendo paranoica, pero todo
apuntaba a que había perdido una prenda, quizás incluso más de una. En el cesto
no habia ni la mitad de la ropa que tendría que haber.
Deshice la
cama, tomé las sábanas y me dirigí al armario del lavadero, cogiendo las de
Charlie al pasar. La lavadora estaba vacía. Revisé la secadora, aún con la
esperanza de encontrar una carga de ropa lavada por obra y gracia de Alice. No
había nada. Puse cara de pocos amigos, perpleja.
—¿Has
encontrado lo que estabas buscando? —preguntó mi padre a gritos.
—Todavía
no.
Volví
escaleras arriba para registrar debajo de la cama, donde no había más que
pelusas. Comencé a rebuscar en mi tocador. Quizá lo había dejado allí y luego
lo había olvidado.
—Llaman a
la puerta —me informó Charlie desde el sofá cuando pasé dando saltitos.
—Voy, no
te vayas a herniar, papá.
Abrí la
puerta con una gran sonrisa en mi cara.
Edward
tenía dilatados sus dorados ojos, bufaba por la nariz fruncía los labios,
dejando los dientes al descubierto.
—¿Edward?
—mi voz se agudizó a causa de la sorpresa cuando entendí el significado de su
expresión—. ¿Qué pa... ?
—Concédeme
dos segundos —puso un dedo en mis labios y agregó en voz baja—: No te muevas.
Permanecí
inmóvil en el umbral y él... desapareció. Se movió a tal velocidad que mi padre
ni siquiera le vio pasar.
Estuvo de
vuelta antes de que lograra recobrar la compostura y contar hasta dos. Me rodeó
la cintura con el brazo y me condujo enseguida a la cocina. Recorrió la
habitación rápidamente con la mirada y me sostuvo contra su cuerpo como si me
estuviera protegiendo de algo. Eché un vistazo al sofá. Charlie nos ignoraba de
forma intencionada.
—Alguien
ha estado aquí —me dijo al oído después de haberme conducido al fondo de la
cocina. Hablaba con voz forzada. Era difícil oírle por encima del centrifugado
de la lavadora.
—Te juro
que ningún licántropo... —empecé a decir.
—No es uno
de ellos —me interrumpió de inmediato al tiempo que negaba con la cabeza—, sino
uno de los nuestros
El tono de
su voz dejaba claro que no se refería a un miembro de su familia.
La sangre
me huyó del rostro.
—¿Victoria?
—inquirí con voz entrecortada.
—No
reconozco el aroma.
—Uno de
los Vulturis —aventuré.
—Es muy
probable.
—¿Cuándo?
—No hace
mucho, esta mañana de madrugada, mientras Charlie dormía. Por ese motivo creo
que deben de ser ellos, y quienquiera que sea no le ha tocado, por lo que
debían perseguir otro fin.
—Buscarme.
No me
contestó, mas su cuerpo estaba inmóvil como una estatua.
—¿Qué
estáis cuchicheando vosotros dos ahí dentro? —preguntó mi padre con recelo
mientras doblaba la esquina llevando un cuenco vacío de palomitas.
Sentí un
mareo. Un vampiro había venido a buscarme dentro de la casa mientras dormía
allí mi padre. El pánico me abrumó hasta el punto de dejarme sin habla. Fui
incapaz de responder. Sólo pude mirarle horrorizada.
La
expresión de Charlie cambió y de pronto esbozó una sonrisa.
—Si estáis
teniendo una pelea..., bueno, no os voy a interrumpir.
Sin dejar
de sonreír, depositó el cuenco en el fregadero y se marchó de la estancia con
aire despreocupado.
—Vamonos
—me instó Edward con determinación.
—Pero...,
¿y Charlie?
El miedo
me atenazaba el pecho, dificultándome aún más la respiración.
Él caviló
durante unos segundos, y luego sacó el móvil.
—Emmett
—dijo entre dientes. Comenzó a hablar tan deprisa que no pude distinguir las
palabras. Terminó de hablar al medio minuto; luego, comenzó a arrastrarme hacia
la salida.
—Emmett y
Jasper están de camino —me informó al sentir mi resistencia—. Van a peinar los
bosques. Tu padre estará a salvo.
Entonces,
demasiado aterrada para pensar con claridad, le dejé que me arrastrara junto a
él.
El gesto
de suficiencia de Charlie se convirtió en una mueca de confusión cuando se
encontraron nuestras miradas, pero Edward me sacó por la puerta antes de que
papá lograra articular una palabra.
—¿Adonde
vamos? —no era capaz de hablar en voz alta ni aun cuando entramos en el coche.
—Vamos a
hablar con Alice —me contestó con su volumen de voz normal, pero con un tono
sombrío.
—¿Crees
que ha podido ver algo?
Entrecerró
los ojos y mantuvo la vista fija en la carretera.
—Quizá.
Nos
estaban aguardando, alertados por la llamada de Edward. Andar por la casa era
como caminar por un museo donde todos estaban quietos como estatuas en
diferentes poses que reflejaban la tensión.
—¿Qué
sucede? —quiso saber Edward en cuanto traspasamos la puerta.
Me sorprendió
verle con los puños cerrados de ira. Fulminó con la mirada a Alice, que
permaneció con los brazos cruzados fuertemente sujetos contra el pecho. Sólo
movió los labios al responder:
—No tengo
la menor idea. No vi nada.
—¿Cómo es
eso posible? —bufó él.
—Edward
—le llamé, en señal de reprobación. No me gustaba que se dirigiera a Alice de
ese modo.
Carlisle
intervino con ademán tranquilizador.
—Su don no
es una ciencia exacta, Edward.
—Estaba en
la habitación de Bella. Quizá aún esté ahí, Alice, esperándola.
—Eso lo
habría visto.
El alzó
los brazos, exasperado.
—¿De
veras? ¿Estás segura?
—Ya me
tienes vigilando las decisiones de los Vulturis, el regreso de Victoria y todos
y cada uno de los pasos de Bella —respondió Alice con frialdad—, ¿quieres
añadir otra cosa? ¿Quieres que vele por Charlie? ¿O también he de atender la
habitación de Bella, y la casa, y por qué no toda la calle? Edward, enseguida
se me va escapar algo, se crearán fisuras si intento abarcarlo todo.
—Da la
impresión de que eso ya ha sucedido —le espetó Edward.
—No había
nada que ver porque ella jamás ha estado en peligro
—Si
estabas vigilando lo que ocurre en Italia, ¿por qué no les has visto enviar...?
—Dudo que
sean ellos —porfió Alice—. Lo habría visto.
—¿Quién
más habría dejado vivo a Charlie? Me estremecí.
—No lo sé
—admitió Alice.
—Muy útil.
—Para ya,
Edward —le pedí con un hilo de voz.
Se volvió
hacia mí con el rostro aún lívido y los dientes apretados. Me lanzó una mirada
envenenada, y luego, de pronto, espiró. Abrió los ojos y relajó la mandíbula.
—Tienes
razón, Bella. Lo siento —miró a Alice—. Perdóname. No está bien que haya
descargado mi frustración en ti.
—Lo
entiendo —le aseguró—. A mí tampoco me hace feliz esta situación.
Edward
respiró hondo.
—Vale,
examinemos esto desde un punto de vista lógico. ¿Cuáles son las alternativas?
Todos
parecieron relajarse al mismo tiempo. Alice se calmó y se reclinó contra el
respaldo del sofá. Carlisle se acercó a ella con paso lento y la mirada
ausente. Esme se sentó en el sofá y flexionó las piernas para ponerlas encima.
Sólo Rosalíe permaneció inmóvil y de espaldas a nosotros mientras miraba por el
muro de cristal.
Edward me
arrastró hacia el sofá, donde me senté junto a Esme, que cambió de postura para
rodearme con un brazo. Me apretó una mano con fuerza entre las suyas.
—¿Puede
ser Victoria? —inquirió Carlisle.
—No. No
conozco ese efluvio —Edward sacudió la cabeza—. Quizá sea un enviado de los
Vulturis, alguien a quien no conocemos...
Ahora fue
Alice quien meneó la cabeza.
—Aro aún
no le ha pedido a nadie que la busque. Eso sí lo veré. Lo estoy esperando.
Edward
volvió la cabeza de inmediato.
—Vigilas
una orden oficial.
—¿Crees
que se trata de alguien actuando por cuenta propia? ¿Por qué?
—Quizá sea
una idea de Cayo —sugirió Edward, con el rostro tenso de nuevo.
—O de Jane
—apostilló Alice—. Ambos disponen de recursos para enviar a un desconocido...
—... y la
motivación —Edward torció el gesto.
—Aun así,
carece de sentido —repuso Esme—. Alice habría visto a quienquiera que sea si
pretendiera ir a por Bella. Él, o ella, no tiene intención de herirla; ni a
ella ni a Charlie, de hecho.
Me encogí
al oír el nombre de mi padre.
—Todo va a
acabar bien, Bella —me aseguró Esme mientras me alisaba el cabello.
—Entonces,
¿qué propósito persigue? —meditó Carlisle en voz alta.
—¿Verificar
si aún soy humana? —aventuré.
—Es una
opción —repuso Carlisle.
Rosalie
profirió un suspiro lo bastante fuerte como para que yo lo oyera. Continuaba
inmóvil y con el rostro vuelto hacia la cocina con expectación. Por su parte,
Edward parecía desanimado.
En ese
momento, Emmett atravesó la puerta de la cocina con Jasper pisándole los
talones.
—Se marchó
hace varias horas, demasiadas —anunció Emmett, decepcionado—. El rastro
conducía al este y luego al sur. Desaparecía en un arcén donde le esperaba un
coche.
—¡Qué mala
suerte! —murmuró Edward—. Habría sido estupendo que se hubiera dirigido al
oeste. Esos perros habrían sido útiles por una vez.
Esme me
frotó el hombro al notar mis temblores.
|asper
miró a Carlisle.
—Ninguno
de nosotros le identificamos, pero toma —le tendió algo verde y arrugado que
Carlisle sostuvo delante de su cara. Mientras cambiaba de manos, vi que se
trataba de una fronda de helécho—. Quizá conozcas el olor.
—No, no me
resulta familiar —repuso el interpelado—. No es nadie que yo recuerde.
—Quizá nos
equivoquemos y se trate de una simple coincidencia... —empezó Esme, pero se
detuvo cuando vio las expresiones de incredulidad en los rostros de todos los
demás—. No pretendo decir que sea casualidad el hecho de que un forastero elija
visitar la casa de Bella al azar, pero sí que tal vez sea solamente un curioso.
El lugar está impregnado por nuestras fragancias. ¿No se pudo preguntar qué nos
arrastraba hasta allí?
—En tal
caso, si sólo era un fisgón, ¿por qué no se limitó a venir aquí? —inquirió
Emmett.
—Tú lo
harías —repuso Esme con una sonrisa de afecto—. La mayoría de nosotros no
siempre actúa de forma directa. Nuestra familia es muy grande, él o ella podría
asustarse, pero Charlie no ha resultado herido. No tiene por qué ser un
enemigo.
Un simple
curioso. ¿Igual que James o Victoria? Al principio, sólo fueron unos cotillas.
El simple recuerdo de Victoria me hizo estremecer, aunque en lo único que
coincidían todos era en que no se trataba de ella. No en esta ocasión. Victoria
se aferraba a su modelo obsesivo. Este invitado seguía otro patrón diferente;
era otro, un forastero.
De forma
paulatina empezaba a darme cuenta de la mayor implicación de los vampiros en
este mundo, superior a lo que había llegado a pensar. ¿Cuántas veces se
cruzaban sus caminos con los de los ciudadanos normales, totalmente ajenos a la
realidad? ¿Cuántas muertes, calificadas como crímenes y accidentes, se debían a
su sed? ¿Estaría muy concurrido aquel nuevo mundo cuando, al final, yo pasara a
formar parte de él?
La
perspectiva de mi nebuloso futuro me provocó un escalofrío en la espalda.
Los Cullen
ponderaron las palabras de Esme con diferentes expresiones. Tuve claro que
Edward no aceptaba esa teoría y que Carlisle quería aceptarla a toda costa.
—No lo veo
así —Alice frunció los labios—. La sincronización fue demasiado precisa... El
visitante se esforzó en no establecer contacto, casi como si supiera lo que yo
iba a ver...
—Pudo
tener otros motivos para evitar la comunicación —le recordó Esme.
—¿Importa
quién sea en realidad? —pregunté—. ¿No basta la posibilidad de que alguien me
esté buscando? No deberíamos esperar a la graduación.
—No, Bella
—saltó Edward—. La cosa no pinta tan mal. Nos enteraremos si llegas a estar en
verdadero peligro.
—Piensa en
Charlie —me recordó Carlisle—. Imagina lo mucho que le afectaría tu
desaparición.
—¡Estoy
pensando en él! ¡Él es quien me preocupa! ¿Qué habría sucedido si mi huésped de
la pasada noche hubiera tenido sed? En cuanto estoy cerca de mi padre, él también
se convierte en un objetivo. Si algo le ocurre, la culpa será mía y sólo mía.
—Ni mucho
menos, Bella—intervino Esme, acariciándome el brazo de nuevo—. Y nada le va a
suceder a Charlie. Debemos proceder con más cuidado, sólo eso.
—¿Con más
cuidado? —repliqué, incrédula.
—Todo va a
acabar bien —me aseguró Alice.
Edward me
estrechó la mano con fuerza. Al estudiar todos aquellos hermosos semblantes,
uno por uno, supe que nada de lo que yo dijera iba a hacerles cambiar de idea.
Hicimos en
silencio el trayecto de vuelta a casa. Estaba frustrada. Continuaba siendo
humana a pesar de que yo sabía que eso era un error.
—No vas a
estar sola ni un segundo —me prometió Edward mientras me conducía al hogar de
Charlie—. Siempre habrá alguien cerca, Emmett, Alice, Jasper...
Suspiré.
—Eso es
ridículo. Van a aburrirse tanto que tendrán que matarme ellos mismos, aunque
sólo sea por hacer algo.
El me
dedicó una mirada envenenada.
—¡Qué
graciosa, Bella!
Cuando
regresamos, Charlie se puso de un humor excelente al ver, y malinterpretar, la
tensión existente entre nosotros dos. Me vio improvisar cualquier cosa para
darle de cenar muy pagado de sí mismo. Edward se había disculpado durante unos
minutos para lo que supuse que sería alguna tarea de vigilancia, pero él espero
su regreso para entregarme los mensajes.
—Jacob ha
vuelto a llamar —dijo mi padre en cuanto Edwaid entró de la estancia. Mantuve
el gesto inexpresivo mientras depositaba el plato delante de él.
—¿De
verdad?
Charlie
frunció el ceño.
—Sé un
poco comprensiva, Bella. Parecía bastante deprimido.
—¿Te paga
Jacob para que seas su relaciones públicas o te has presentado voluntario?
Mi padre
refunfuñó de forma incoherente hasta que la comida silenció sus ininteligibles
quejas, pero aunque no se diera cuenta, había dado en el blanco.
En aquel
preciso momento, yo tenía la sensación de que mi vida era como una partida de
dados. ¿En qué tirada me saldrían un par de unos? ¿Qué pasaría si me ocurriera
algo a mí? Eso parecía peor que la falta leve de dejar a Jacob sintiendo remordimientos
por sus palabras.
En todo
caso, no quería hablar con él mientras Charlie merodeara por allí cerca para
vigilar cada una de mis palabras con el fin de que no cometiera ningún desliz.
Pensar en esto me hizo envidiar la relación existente entre Jacob y Billy. ¡Qué
fácil debe de ser no tener secretos para la persona con la que vives!
Por todo
ello, iba a esperar al día siguiente. Al fin y al cabo, era poco probable que
fuera a morirme esa noche y otras doce horas de culpabilidad no le iban a venir
nada mal. Quizás incluso le convinieran.
Cuando
Edward se marchó oficialmente por la noche, me pregunté quién estaría montando
guardia bajo la tromba de agua que caía, vigilándonos a Charlie y a mí. Me
sentí culpable por Alice o quienquiera que fuera, pero aun así sentí cierto
consuelo. Debía admitir lo agradable que era saber que no estaba sola, y Edward
regresó a hurtadillas en un tiempo récord.
Volvió a
canturrear hasta que concilié el sueño y, consciente de su presencia incluso en
la inconsciencia, dormí sin pesadillas.
A la
mañana siguiente, mi padre salió a pescar con Mark, su ayudante en la
comisaría, antes de que me hubiera levantado. Resolví pasar ese tiempo de
libertad para ponerme guapa.
—Voy a
perdonar a Jacob —avisé a Edward después del desayuno.
—Estaba
seguro de que lo harías —contestó con una sonrisa fácil—. Guardarle rencor a
alguien no figura entre tus muchos tálenlos.
Puse los
ojos en blanco, pero estaba encantada de comprobar que realmente había dado por
concluida toda la campaña contra los hombres lobo.
No miré la
hora en el reloj hasta después de marcar el número, era temprano para llamar y
me preocupó la posibilidad de despertar a Billy y a Jake, pero alguien descolgó
antes del segundo pitido, por lo que no podía estar demasiado lejos del
teléfono.
—¿Diga?
—contestó una voz apagada.
—¿Jacob?
—¡Bella,
oh, Bella, cuánto lo siento! —exclamó a tanta velocidad que se trabucaba de la
prisa que tenía por hablar—. Te juro que no quería decir eso. Me comporté como
un necio. Estaba enfadado, pero eso no es excusa. Es lo más estúpido que he
dicho en mi vida, y lo siento mucho. No te enfades conmigo, ¿vale? Por favor.
Estoy dispuesto a una vida de servidumbre, a hacer todo lo que quieras, a
cambio de tu perdón.
—No estoy
enfadada. Te perdono.
—Gracias
—resopló—. No puedo creerme que cometiera semejante estupidez.
—No te
preocupes por eso. Estoy acostumbrada.
El se rió
a carcajadas, eufórico de alivio.
—Baja a
verme —imploró—. Quiero compensarte.
Torcí el
gesto.
—¿Cómo?
—Como tú
quieras. Podemos hacer salto de acantilado —sugirió mientras reía de nuevo.
—Vaya, qué
idea tan brillante.
—Te
mantendré a salvo —prometió—. No me importa lo que quieras hacer.
Un vistazo
al rostro de Edward me bastó para saber que no era el momento adecuado, a pesar
de la calma de su expresión.
—Ahora
mismo, no.
—A él no
le caigo muy bien, ¿verdad? —por una vez, su voz reflejaba más bochorno que
resquemor.
—Ese no es
el problema. Hay... Bueno, en este momento, tengo otro problema más preocupante
que un exasperante licántropo adolescente.
Intenté
mantener un tono jocoso, pero no le engañé, ya que inquirió:
—¿Qué
ocurre?
—Esto...
No estaba
segura de si debía decírselo. Edward alargó la mano para tomar el auricular.
Estudié su rostro con cuidado. Parecía bastante tranquilo.
—¿Bella?
—me preguntó Jacob.
Edward
suspiró y acercó aún más la mano tendida.
—¿Te
importaría conversar con Edward? —le pregunté con cierta aprehensión—. Quiere
hablar contigo.
Se produjo
una larga pausa.
—De
acuerdo —aceptó Jacob al final del intervalo—. Esto promete ser interesante.
Le
entregué el teléfono a Edward con la esperanza de que interpretara
correctamente mi mirada de advertencia.
—Hola,
Jacob —empezó él con impecable amabilidad. Se hizo el silencio. Me mordí el
labio, intentando adivinar la posible contestación de Jacob—. Alguien ha estado
aquí, alguien cuyo olor desconozco —le explicó Edward— ¿Se ha encontrado tu
manada con algo nuevo?
Hubo otra
pausa mientras Edward asentía para sí mismo, sin sorprenderse.
—He ahí el
quid de la cuestión, Jacob. No voy a perder de vista a Bella hasta que no me
haya ocupado de esto. No es nada personal…
Entonces,
Jacob le interrumpió. Pude oír el zumbido de su voz a través del receptor.
Fueran cuales fueran sus palabras, era más intensa que antes. Intenté
descifrarlas sin éxito.
—Quizás
estés en lo cierto —comenzó Edward, pero Jacob siguió expresando su punto de
vista. Al menos, ninguno de los dos parecia enfadado.
—Es una
sugerencia interesante y estamos bien predispuestos a negociar si Sam se hace
responsable.
Jacob bajó
el volumen de la voz. Empecé a morderme el pulgar mientras pretendía descifrar
la expresión de Edward, cuya contestación fue:
—Gracias.
Entonces,
Jacob añadió algo más que provocó un gesto de sorpresa en el rostro de Edward,
quien respondió a la inesperada propuesta.
—De hecho,
había planeado ir solo y dejarla con los demás.
Mi amigo
alzó un punto la voz. Me dio la impresión de que intentaba ser persuasivo.
—Voy a
considerarlo con objetividad —le aseguró Edward—, con toda la objetividad.de la
que sea capaz.
Esta vez
el intervalo de mutismo fue más breve.
—Eso no es
ninguna mala idea. ¿Cuándo...? No, está bien. De todos modos, me gustaría tener
la ocasión de rastrear la pista personalmente. Diez minutos... Pues claro
—contestó Edward antes de ofrecerme el auricular—. ¿Bella?
Tomé el
teléfono despacio, sintiéndome algo confusa.
—¿De qué
va todo esto? —le pregunté a Jacob, un poco picada. Sabía que era una niñería,
pero me sentía excluida.
—Creo que
es una tregua. Eh, hazme un favor —me propuso Jacob—, procura convencer a tu
chupasangres de que el lugar más seguro para ti, sobre todo en sus ausencias,
es la reserva. Nosotros seremos capaces de enfrentarnos a cualquier cosa.
—¿Vas a
intentar venderle esa moto?
—Sí. Tiene
sentido. Además, lo mejor sería que Charlie estuviera fuera de allí también
tanto como pueda.
—Mete
también a Billy en esa cuenta —admití. Odiaba poner a mi padre en el punto de
mira que siempre había parecido centrado en mí—. ¿Qué más?
—Hemos
hablado de un simple reajuste de fronteras para poder atrapar a cualquiera que
merodee demasiado cerca de Forks. No sé si Sam tragará, pero hasta que esté por
aquí, me mantendré ojo avizor.
—¿Qué
quieres decir con eso de que vas a estar «ojo avizor»?
—Que no
dispares si ves a un lobo rondar cerca de tu casa.
—Por
descontado que no, aunque tú no vas a hacer nada... arriesgado...
Resopló.
—No seas
tonta. Sé cuidar de mí mismo.
Suspiré.
—También
he intentado convencerle de que te deje visitarme. Tiene prejuicios. No dejes
que te suelte ninguna chorrada sobre la seguridad. Sabes igual que yo que aquí
vas a estar a salvo.
—Lo tendré
en cuenta.
—Nos vemos
en breve —repuso Jacob.
—¿Vas a
subir hasta aquí?
—Aja. Voy
a intentar percibir el olor de vuestro visitante para poderle rastrear por si
acaso regresase.
—Jake, no
me agrada nada la perspectiva de que te pongas a seguir la pista de...
—Vamos,
Bella, por favor —me interrumpió. Jacob se rió y luego colgó.
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