—Ha
debido de ser la fiesta más larga de la historia universal —me quejé de camino
a casa.
Edward
no parecía estar en desacuerdo.
—Venga,
ya ha terminado —me animó mientras me acariciaba el brazo con dulzura...
...ya
que ahora era la única que necesitaba mimos. Edward estaba bien, así como toda
su familia.
Todos
me habían tranquilizado. Alice se había acercado para darme unas palmadas de
afecto mientras lanzaba una mirada elocuente a Jasper, y éste no paró hasta que
sentí un flujo de paz a mi alrededor, Esme me besó en la frente y me prometió
que todo iba a ir bien, Emmett se echó a reír escandalosamente y se quejó de
que yo fuera la única a la que me permitieran pelear con hombres lobo... La
solución de Jacob los había dejado a todos relajados, casi eufóricos después de
las interminables semanas de tensión. La confianza había reemplazado a la duda
y la fiesta había concluido con un toque de verdadera celebración...
...salvo
para mí.
Ya
era bastante malo que los Cullen pelearan por mi causa. Me costaba mucho
aceptarlo. Era más de lo que podía soportar, pero...
...¿también
Jacob? No, ni él ni los tontorrones de sus hermanos, la mayoría más jóvenes que
yo. No eran más que descomunales niños muy cachas que se metían en líos como
quien va de excursión a la playa. Mi seguridad no podía ponerles en peligro
también a ellos. Estaba desquiciada de los nervios y se notaba. No sabía cuánto
tiempo iba a resistir la tentación de empezar a gritar.
—Esta
noche vas a llevarme contigo —susurré para mantener mi voz bajo control.
—Estás
agotada, Bella.
—¿Crees
que seré capaz de dormir?
Frunció
el ceño.
—Esto
va a ser una prueba. No estoy seguro de que la cooperación... sea posible. No
quiero que te pongas en medio.
Como
si eso no me fuera a preocupar aún más...
—Recurriré
a Jacob si tú no me llevas.
Entrecerró
los ojos. Aquello era un golpe bajo y yo lo sabía, pero no iba a aceptar de
modo alguno que me dejara atrás.
Siguió
sin responder cuando llegamos a mi casa. Las luces del cuarto de estar estaban
encendidas.
—Te
veo arriba —murmuré.
Entré
de puntillas por la puerta principal y me fui al cuarto de estar, donde dormía
Charlie, despatarrado encima del sofá demasiado pequeño. Roncaba con una
intensidad equiparable a la de una motosierra.
Le
sacudí el hombro enérgicamente.
—¡Papá!
¡Charlie! —él refunfuñó sin abrir los ojos todavía—. Ya he vuelto. Te vas a
hacer daño en la espalda como sigas durmiendo en esa postura. Vamos, es hora de
moverse.
Mi
padre siguió sin despegar los párpados aun después de que le sacudiera varias
veces, pero al fin me las arreglé para que se levantara. Le ayudé a llegar a su
cama, donde se derrumbó encima de las mantas y, sin desvestirse, comenzó a
roncar otra vez.
En
esas condiciones, no era probable que se pusiera a buscarme demasiado pronto.
Edward
esperó en mi habitación a que me lavara la cara y cambiara la ropa de la fiesta
por unos vaqueros y una blusa de franela. Me observó con gesto mohíno desde la
mecedora mientras colgaba en una percha del armario el jersey que me había
regalado Alice.
Tomé
su mano y le dije:
—Ven
aquí.
Luego,
le atraje a la cama y le empujé encima de ella antes de acurrucarme junto a su
pecho. Quizás él estaba en lo cierto y yo estaba tan hecha polvo que me
dormiría enseguida, pero no permitiría que se escabullera sin mí.
Me
arropó con el edredón y me sujetó con fuerza.
—Relájate,
por favor.
—Claro.
—Esto
va a salir bien, Bella, lo presiento.
Apreté
los dientes con fuerza.
Edward
seguía irradiando alivio. A nadie, salvo a mí, le preocupaba que resultaran
heridos Jacob y sus amigos, y menos aún a los Cullen.
El
sabía que estaba a punto de dormirme.
—Escúchame,
Bella, esto va a ser fácil. Vamos a pillar por sorpresa a los neófitos, que no
tienen ni idea de la presencia de los licántropos. He visto cómo actúan en
grupo, según recuerda Jasper, y de veras creo que las técnicas de caza de los
lobos van a funcionar con mucha limpieza. Una vez que estén divididos y
sorprendidos, ya no van a ser rival para el resto de nosotros. Alguno, incluso,
podría quedarse fuera. No sería necesario que participáramos todos —añadió para
quitarle hierro.
—Claro,
va a ser coser y cantar —murmuré en tono apagado.
—Calla,
ya verás como sí —me acarició la mejilla—. No te preocupes ahora.
Comenzó
a tararear mi nana pero, por una vez, no me calmó.
Iban
a resultar heridas personas a quienes yo quería, bueno, en realidad, eran
vampiros y licántropos, pero aun así los quería. Y aquello sería por mi causa.
Otra vez. Deseé poder fijar mi mala suerte con algo más de precisión. Sentía
ganas de salir y gritar al cielo: «Soy yo a quien queréis, aquí, aquí. Sólo a
mí».
Me
devané los sesos para hallar un camino en el que pudiera hacer eso: obligar a
que mi mala suerte se centrara exclusivamente en mi persona. No iba a ser fácil
y tendría que aguardar el momento oportuno.
No
logré conciliar el sueño. Los minutos transcurrieron con rapidez y, para mi
sorpresa, seguía en tensión y despierta cuando Edward nos incorporó a los dos
para que estuviéramos sentados.
—¿Estás
segura de que no prefieres quedarte a dormir?
Le
dirigí una mirada envenenada.
Suspiró
y me alzó en brazos antes de salir por la ventana de un salto.
Echó
a trotar por el silencioso bosque en sombras conmigo a su espalda y enseguida
sentí su júbilo. Corría igual que cuando lo hacía sólo para nuestra propia
diversión, nada más que para sentir el soplo del viento en el pelo. Era el tipo
de actividad que me hubiera hecho feliz en tiempos menos angustiosos.
Su
familia ya le aguardaba cuando llegamos al gran claro. Hablaban con
despreocupación y tranquilidad. El retumbo de la risa de Emmett resonaba de
forma ocasional por el espacio abierto. Edward me dejó en el suelo y caminamos
hacia ellos cogidos de la mano.
Era
una oscura noche sin luna, oculta detrás de las nubes, por lo que pasó más de
un minuto antes de que me diera cuenta de que estábamos en el claro donde los
Cullen jugaban al béisbol. Fue en aquel mismo paraje donde hacía más de un año
James y su aquelarre habían interrumpido la primera de aquellas desenfadadas
veladas. Se me hacía raro volver allí, como si aquella reunión estuviera
incompleta hasta que estuvieran con nosotros James, Laurent y Victoria. Aquella
secuencia de acontecimientos no iba a repetirse. Quizá todo se había alterado
ahora que James y Laurent no iban a volver. Sí, alguien había cambiado su forma
de actuar. ¿Era posible que los Vulturis hubieran alterado sus tradicionales
procedimientos de intervención?
Yo
albergaba serias dudas.
Victoria
siempre me había parecido una fuerza de la naturaleza. Se asemejaba a un
huracán que avanzaba hacia la costa en línea recta, implacable e inevitable,
pero predecible. Quizá fuera un error considerarla una criatura tan limitada;
lo más probable es que fuera capaz de adaptarse.
—¿Sabes
lo que pienso? —le pregunté a Edward.
Él
se rió.
—No
—contestó. Estuve a punto de sonreír—. ¿Qué piensas?
—Todos
los cabos están anudados entre sí, no sólo dos, sino los tres.
—No
te sigo.
—Han
pasado tres cosas malas desde tu regreso —las enfaticé enumerándolas con los
dedos—. Los neófitos de Seattle, el desconocido de mi cuarto y la primera de
todas: Victoria vino a por mí.
Entrecerró
los ojos. Daba la impresión de haber pensado en ello.
—¿Qué
te hace pensar eso?
—Porque
estoy de acuerdo con Jasper, los Vulturis adoran sus reglas y, además, de todos
modos, habrían hecho un trabajo más fino —y porque ya habría muerto si ése
hubiera sido su deseo, añadi en mi fuero interno—. ¿Recuerdas cuando rastreaste
a Victoria el año pasado?
—Sí
—frunció el ceño—. No se me dio demasiado bien.
—Alice
me dijo que estuviste en Seattle. ¿La seguiste hasta allí?
Frunció
las cejas hasta el punto de que ambas se rozaron.
—Sí.
Um...
—Ahí
lo tienes. Se le pudo ocurrir la idea en esa ciudad, pero ella no sabe
realmente cómo hacerlo de modo correcto, por eso los neófitos están fuera de
control.
Edward
sacudió la cabeza.
—Sólo
Aro conoce con exactitud el funcionamiento de la presciencia de Alice.
—Aro
es quien mejor lo sabe, pero ¿acaso no la conocen bastante bien Tanya, Irina y
el resto de vuestros amigos de Denali? Laurent vivió con ellas durante mucho
tiempo, y si mantuvo con Victoria una relación en términos lo bastante
cordiales como para hacerle favores, ¿por qué no le iba a contar cuanto sabía?
Edward
mantuvo el ceño fruncido.
—No
fue ella quien entró en tu cuarto.
—¿Y
no ha podido trabar nuevas amistades? Piensa en ello, si es Victoria quien se
encuentra detrás del asunto de Seattle, está haciendo un montón de nuevos
amigos, los está creando.
Su
frente se pobló de arrugas que delataban la concentración con que sopesaba mis
palabras.
—Um...
Es posible —contestó al fin—. Sigo creyendo más viable la hipótesis de los
Vulturis, pero tu teoría tiene un punto a su favor: la personalidad de
Victoria. Tu conjetura encaja a la perfección con su forma de ser. Ha
demostrado un notable instinto de supervivencia desde el principio. Quizá sea
un talento natural. En cualquier caso, con este plan, ella no tendría que
arriesgarse ante ninguno de nosotros, permanecería en la retaguardia y dejaría
que los neófitos causaran estragos aquí. Tampoco correría grave peligro frente
a los Vulturis. Es posible incluso que cuente con nuestra participación. Aunque
su tropa ganase, no lo haría sin sufrir graves pérdidas, con lo cual
sobrevivirían pocos neófitos en condiciones de testificar contra ella. De hecho
—continuó pensando para sí mismo—, apuesto a que ella ha planeado eliminar a
los posibles supervivientes... Aun así, ha de tener algún amiguito un poco más
maduro, no un converso reciente, capaz de dejar con vida a tu padre...
Examinó
el lugar con el ceño torcido y luego, de pronto, salió de su ensueño y me
sonrió.
—No
hay duda de que es perfectamente posible, pero hemos de estar preparados para
cualquier contingencia hasta estar seguros. Hoy estás de lo más perspicaz
—añadió—. Es impresionante.
Suspiró.
—Quizá
sea una simple reacción refleja a este lugar. Tengo la sensación de tenerla tan
cerca que creo que me está mirando en este mismo momento.
La
idea le hizo apretar los dientes.
—Jamás
te tocará, Bella.
A
pesar de sus palabras, recorrió atentamente con la mirada los oscuros árboles
del bosque. Una extraña expresión pobló su rostro mientras escrutaba las sombras.
Retiró los labios hasta dejar los dientes al descubierto y en sus ojos ardió
una luz extraña, algo similar a una fiera e indómita esperanza.
—Aun
así, no les daré ocasión de estar tan cerca —murmuró— ni a Victoria ni a
quienquiera que pretenda hacerte daño. Tendrán que pasar por encima de mi
cadáver. Esta vez acabaré con ella personalmente.
La
vehemente ferocidad de su voz me hizo estremecer y estreché sus dedos con los
míos aún con más energía deseando tener suficiente fuerza para mantener
enlazadas nuestras manos para siempre.
Nos
encontrábamos muy cerca de su familia ya, y fue entonces cuando me percaté por
vez primera de que Alice no parecía compartir el optimismo de los demás.
Permanecía en un aparte, mirando a Jasper, que la estrechaba entre sus brazos,
como si le necesitara para entrar en calor. Fruncía los labios en un mohín de
contrariedad.
—¿Qué
le pasa a Alice? —pregunté con un hilo de voz.
Edward
volvió a reír para sí entre dientes.
—No
puede ver nada ahora que los licántropos están de camino. Esa «ceguera» le
produce malestar.
A
pesar de ser el miembro de los Cullen más alejado de nosotros, ella oyó su
cuchicheo, alzó los ojos y le sacó la lengua. Edward se rió otra vez.
—Hola,
Edward —le saludó Emmett—; hola, Bella, ¿te va a dejar participar en las
prácticas?
Mi
novio regañó a su hermano.
—Emmett,
por favor, no le des ideas.
—¿Cuándo
llegan nuestros invitados? —le preguntó Carlisle a Edward.
Éste
se concentró durante unos instantes y suspiró.
—Estarán
aquí dentro de minuto y medio, pero voy a tener que oficiar de traductor, ya
que no confían en nosotros lo bastante como para usar su forma humana.
Carlisle
asintió.
—Resulta
duro para ellos. Les agradezco que vengan.
Miré
a Edward con ojos entrecerrados.
—¿Vienen
como lobos?
El
asintió, mostrándose cauto ante mi reacción. Tragué saliva al recordar las dos
veces en que había visto a Jacob en su forma lobuna. La primera fue en el
prado, con Laurent, y la segunda en el sendero del bosque cuando Paul se había
enfadado conmigo... Ambos recuerdos eran aterradores.
Los
ojos de Edward centellearon de un modo anómalo, como si se le acabara de
ocurrir algo que tampoco fuera placentero. No tuve tiempo de estudiarlo a
fondo, ya que se volvió a toda prisa hacia Carlisle y los demás.
—Preparados,
estarán a la que salta.
—¿A
qué te refieres? —quiso saber Alice.
—Silencio
—le advirtió; luego, la miró de pasada cuando dirigía la vista en dirección a
la oscuridad.
De
pronto, el círculo informal de los Cullen se estiró hasta forma una línea
flexible en cuya punta estaban Jasper y Emmett. Supe que a Edward le habría
gustado acompañarlos por la forma en que permanecía inclinado a mi lado.
Estreché su mano con más íuerza.
Entrecerré
los ojos para estudiar el bosque, pero no vi nada.
—Maldita
sea —masculló Emmett en voz baja—, ¿habíais visto algo así?
Esme
y Rosalie intercambiaron una mirada. Ambas tenían los ojos desorbitados por la
sorpresa.
—¿Qué
pasa? —susurré lo más bajito posible—. No veo nada.
—La
manada ha crecido —me susurró Edward al oído.
¿Por
qué se sorprendían? ¿Acaso no les había dicho yo que Quil se había unido al
grupo? Agucé la vista para distinguir a los seis lobos en la penumbra.
Finalmente, algo titiló en la oscuridad, y eran sus ojos, aunque a mayor altura
de lo esperado. Había olvidado su talla. Eran altos como caballos, sin un gramo
de grasa, todo pelaje y músculo, y unos dientes como cuchillas, imposibles de
pasar por alto.
Sólo
lograba verles los ojos. Mientras escrutaba las sombras en un intento de
distinguirlos mejor, caí en la cuenta de que había más de seis pares de ojos
delante de nosotros. Uno, dos, tres... Conté mentalmente los pares de pupilas a
toda prisa. Dos veces.
Eran
diez.
—Fascinante
—murmuró Edward en un susurro apenas audible.
Carlisle
avanzó un paso con deliberada lentitud. Fue un gesto lleno de cautela,
destinado a insuflar tranquilidad.
—Bienvenidos
—saludó a los lobos, aún invisibles.
—Gracias
—contestó Edward con un tono extraño y sin gracia. Entonces, comprendí de
inmediato que las palabras procedían de Sam.
Estudié
los ojos relucientes situados en el centro de la línea de pupilas; brillaban a
mayor altura que el resto. Seguía siendo imposible distinguir la figura negra
del lobo gigante en la oscuridad.
Edward
volvió a hablar con la misma voz distante, reproduciendo las palabras de Sam.
—Venimos
a oír y escuchar, pero nada más. Nuestro autodominio no nos permite rebasar ese
límite.
—Es
más que suficiente —respondió Carlisle—. Mi hijo Jasper goza de experiencia en
este asunto —prosiguió, haciendo un gesto hacia la posición de Jasper, que
estaba tenso y alerta—. El nos va a enseñar cómo luchar, cómo derrotarlos.
Estoy seguro de que podréis aplicar esos conocimientos a vuestro propio estilo
de caza.
—Los
atacantes... ¿son diferentes a vosotros? —preguntó Sam por mediación de Edward.
Carlisle
asintió.
—Todos
ellos han sido transformados hace poco, apenas llevan unos meses en esta nueva
vida. En cierto modo, son niños. Carecen de habilidad y estrategia, sólo tienen
fuerza bruta. Esta noche son veinte, diez para vosotros y otros diez para
nosotros. No debería ser difícil. Quizá disminuya su número. Los neófitos
suelen luchar entre ellos.
Un
ruido sordo recorrió la imprecisa línea lobuna. Era un gruñido bajo, un
refunfuño, pero lograba transmitir una sensación de euforia.
—Estamos
dispuestos a encargarnos de más de los que nos corresponden si fuera necesario
—tradujo Edward, en esta ocasión habló con tono menos indiferente.
Carlisle
sonrió.
—Ya
veremos cómo se da la cosa.
—¿Sabéis
el lugar y el momento de su llegada?
—Cruzarán
las montañas dentro de cuatro días, a última hora de la mañana. Alice nos
ayudará a interceptarlos cuando se aproximen.
—Gracias
por la información. Estaremos atentos.
Resonó
un suspiro antes de que los ojos de la línea descendieran hasta el nivel del
suelo casi al mismo tiempo.
Se
hizo el silencio durante dos latidos de corazón, y luego Jasper se adentró un
paso en el espacio vacío entre los vampiros y los lobos. No me resultó difícil
verle, ya que su piel refulgía en la oscuridad como los ojos de los
licántropos. Jasper lanzó una mirada de desconfianza a Edward, quien asintió.
Entonces, les dio la espalda y suspiró con manifiesta incomodidad.
—Carlisle
tiene razón —empezó Jasper, dirigiéndose sólo a nosotros. Daba la impresión de
que intentaba ignorar a la audiencia ubicada a sus espaldas—. Van a luchar como
niños. Las dos cosas básicas que jamás debéis olvidar son: primera, no dejéis
que os atrapen entre sus brazos, y segunda, no busquéis matarlos de frente,
pues eso es algo para lo que todos están preparados. En cuanto vayáis a por
ellos de costado y en continuo movimiento, van a quedar demasiado confusos para
dar una réplica efectiva. ¿Emmett?
El
interpelado se adelantó un paso de la línea formada por los Cullen con una
ancha sonrisa.
Jasper
retrocedió hacia el extremo norte de la brecha entre los enemigos, ahora
aliados. Hizo una señal a su hermano para que se adelantara.
—De
acuerdo, que sea Emmett el primero. Es el mejor ejemplo de ataque de un
neófito.
Emmett
entornó los ojos y murmuró:
—Procuraré
no romper nada.
Jasper
esbozó una ancha sonrisa.
—Con
ello quiero decir que él confía en su fuerza. Su ataque es muy directo. Los
neófitos tampoco van a intentar ninguna sutileza. Procuran matar por la vía
rápida.
Jasper
retrocedió otros pocos pasos con el cuerpo en tensión.
—Vale,
Emmett... Intenta atraparme.
No
conseguí ver a Jasper. Se convirtió en un borrón cuando Emmett cargó contra él
como un oso, sonriente y sin dejar de gruñir. Era también muy rápido, por
supuesto, pero no tanto como Jasper, que parecía tener menos sustancia que un
fantasma y se escurría de entre los dedos de su hermano cada vez que las
manazas de Emmett estaban a punto de atraparle. A mi lado, Edward se inclinaba
hacia delante con la mirada fija en ellos y en el desarrollo de la pelea.
Entonces,
Emmett se quedó helado. Jasper le había atrapado por detrás y tenía los
colmillos a una pulgada de su garganta.
Emmett
empezó a maldecir.
Se
levantó un apagado murmullo de reconocimiento entre los lobos, que no perdían
detalle.
—Otra
vez —insistió Emmett, que había perdido su sonrisa.
—Eh,
ahora me toca a mí —protestó Edward. Le agarré con más fuerza.
—Aguarda
un minuto —Jasper sonrió mientras retrocedía—. Antes quiero demostrarle algo a
Bella —le observé con ansiedad cuando le pidió por señas a Alice que se
adelantara—. Sé que te preocupas por ella —me explicó mientras Alice entraba en
el círculo con sus despreocupados andares de bailarina—. Deseo mostrarte por
qué no es necesario.
Aunque
sabía que Jasper jamás permitiría que le sucediera nada malo a su compañera,
seguía siendo duro mirar mientras él retrocedía antes de acuclillarse delante
de ella. Alice permaneció inmóvil. Parecía minúscula como una muñeca en
comparación con Emmett. Sonrió para sí misma. Jasper se adelantó primero para
luego deslizarse con sigilo hacia la izquierda.
Ella
cerró los ojos.
El
corazón me latió desbocado cuando vi a Jasper acechar la posición de Alice.
El
saltó y desapareció. De pronto, apareció junto a Alice, que parecía no haberse
movido.
Jasper
dio media vuelta y se lanzó de nuevo contra ella, sólo para caer en un ovillo
detrás de Alice, igual que la primera vez. Ella permaneció con los ojos
cerrados y sin perder la sonrisa.
Entonces,
la observé con mayor cuidado.
Alice
sí que se movía. Los ataques de Jasper me habían despistado y yo lo había
pasado por alto. Ella se adelantaba un pasito en el momento exacto en que el
cuerpo de Jasper salía disparado hacia la anterior posición de Alice, que daba
otro paso más mientras las manos engarriadas del atacante silbaban al pasar por
donde antes había estado su cintura.
Él
la acosaba de cerca y ella comenzó a moverse más deprisa. ¡Estaba bailando! Se
movía en espiral, se retorcía y se curvaba sobre sí misma. Mientras arremetía y
la buscaba entre sus gráciles acrobacias, sin llegar a tocarla nunca, él se
convertía en su pareja de baile, en una danza donde cada movimiento estaba
coreografiado. Al final, Alice se rió...
...apareció
de la nada y se subió a la espalda de su compañero, con los labios pegados a su
cuello.
—Te
pillé —dijo ella antes de besar a Jasper en la garganta.
Él
rió entre dientes al tiempo que meneaba la cabeza.
—Eres
un monstruito aterrador, de veras.
Los
lobos farfullaron de nuevo. Esta vez el sonido reflejaba cautela.
—Les
vendrá muy bien aprender un poco de respeto —murmuró Edward, divertido. Luego,
en voz más alta, dijo—: Mi turno.
Me
apretó la mano antes de marcharse. Alice acudió para ocupar su lugar a mi lado.
—Hace
frío, ¿eh? —me preguntó con una expresión engreída después de su exhibición.
—Mucho
—admití sin apartar la vista de Edward, que se deslizaba sin hacer ruido hacia
Jasper con movimientos felinos y atentos, como los de un gato de los pantanos.
—No
te quito el ojo de encima, Bella —me susurró de repente tan bajito que la oí a
duras penas a pesar de tener los labios pegados a mi oído. Mi mirada osciló de
su rostro a Edward, que estaba absorto contemplando a Jasper. Ambos estaban
haciendo amagos a medida que se acortaba la distancia entre ellos. Las
facciones de Alice tenían un tono de reproche—. Avisaré a Edward si decides
llevar a la práctica tus planes —me amenazó—. Que te pongas en peligro no va a
ayudar a nadie. ¿Acaso crees que algún neófito daría media vuelta si murieras?
La lucha no cesaría ni por su parte ni por la nuestra. No puedes cambiar nada,
así que pórtate bien, ¿vale?
Hice
una mueca e intenté ignorarla.
—Te
tengo vigilada —insistió.
Para
ese momento, los dos contendientes se habían acercado el uno al otro y la lucha
parecía ser más reñida que las anteriores. Jasper contaba a su favor con la
referencia de un siglo de combate y aunque intentaba actuar ciñéndose sólo a
los distados del instinto, el aprendizaje le guiaba una fracción antes de
actuar. Edward era ligeramente más rápido, pero no estaba familiarizado con los
movimientos de Jasper. Proferían de modo constante instintivos gruñidos y se
acercaban una y otra vez sin que ninguno fuera capaz de obtener una posición
ventajosa. Como se movían demasiado deprisa para comprender lo que estaban
haciendo, resultaba difícil de ver e imposible apartar la mirada. Los
penetrantes ojos de los lobos atraían mi atención de vez en cuando. Tenía el
presentimiento de que ellos se pispaban de todo aquello bastante más que yo,
quizá más de lo conveniente.
Al
final, Carlisle se aclaró la garganta. Jasper se echó a reír y Edward se
irguió, sonriéndole.
—Dejémoslo
en empate —admitió Jasper— y volvamos al trabajo.
Todos
actuaron por turnos ‑Carlisle, Rosalie, Esme y luego Emmett de nuevo‑.
Entrecerré los ojos y me mantuve encogida cuando Jasper atacó a Esme, cuyo
enfrentamiento resultó ser el más difícil de ver. Después de cada uno, él
ralentizaba sus movimientos, aunque no lo bastante para que yo los
comprendiera, y daba nuevas instrucciones.
—¿Veis
lo que estoy haciendo aquí? —preguntaba—. Eso es, justo así —los animaba—. Los
costados, concentraos en los costados. No olvidéis cuál va a ser su objetivo.
No dejéis de moveros.
Edward
no se descuidaba ni un segundo en la vigilancia y escucha de aquello que los
demás no podían ver.
Se
me hizo difícil seguir la instrucción conforme los párpados me empezaron a
pesar más y más. Las últimas noches no había dormido bien y, de todos modos,
casi llevaba veinticuatro horas seguidas sin pegar ojo. Me apoyé sobre el
costado de Edward y cerré los ojos.
—Estamos
a punto de acabar —me avisó en un susurro.
Jasper
lo confirmó cuando se volvió hacia los lobos, por vez primera, con una
expresión llena de incomodidad.
—Mañana
seguiremos con la instrucción. Por favor, os invitamos a volver a venir para
observar.
—Sí—respondió
Edward con la fría voz de Sam—, aquí estaremos.
Entonces,
Edward suspiró, me palmeó el brazo y se alejó de mí para volverse hacia su
familia.
—La
manada considera que les ayudaría el familiarizarse con nuestros efluvios para
no cometer errores luego. Les sería más fácil si nos quedáramos quietos.
—No
faltaría más —contestó Carlisle a Sam—. Lo que necesitéis.
Los
lobos emitieron un gañido gutural y fúnebre mientras se incorporaban.
Olvidé
la fatiga y abrí unos ojos como platos.
La
intensa negrura de la noche empezaba a aclararse. El sol se escondía al otro
lado de las montañas y todavía no alumbraba la línea del horizonte, pero ya
iluminaba las nubes. Y de pronto, gracias a esa luminosidad, fue posible
distinguir las formas y el color de las pelambreras cuando se acercaron los
lobos.
Sam
iba a la cabeza, por supuesto. Era increíblemente grande y negro como el
carbón, un monstruo surgido de mis pesadillas en su sentido más literal.
Después de que le viera a él y a los demás lobos en el prado, la camada había protagonizado
algunos de mis peores delirios.
Era
posible cuadrar aquella enormidad física con sus ojos ahora que podía verlos a
todos, y parecían más de diez. La manada ofrecía un aspecto sobrecogedor.
Vi
por el rabillo del ojo a Edward, que no me perdía de vista y evaluaba con
atención mi reacción.
Sam
se acercó a la posición de Carlisle, al frente de su familia, con el resto del
grupo pegado a su cola. Jasper se envaró, pero Emmett, que estaba al otro lado
de Carlisle, permanecía sonriente y relajado.
Sam
olfateó a Carlisle. Me dio la impresión de que arrugaba el morro al hacerlo.
Luego, se dirigió hacia Jasper.
Recorrí
las dos hileras de lobos con la mirada, convencida de poder identificar a los
nuevos miembros de la manada. Había uno de color gris claro, mucho más pequeño
que el resto, que tenía el pelaje del lomo erizado como muestra de disgusto. La
pelambrera de otro era del color de la arena del desierto, tenía aspecto
desgarbado y andares torpes en comparación con los del resto. Gimoteó por lo
bajo cuando el avance de Sam le dejó solo entre Carlisle y Jasper.
Posé
los ojos en el lobo que iba detrás del líder. Tenía un pelaje marrón rojizo y
era más grande que los demás, y en comparación, también más peludo. Era casi
tan alto como Sam, el segundo de mayor tamaño del grupo. Su posición era
despreocupada, con un descuido manifiesto, a diferencia del resto, que
consideraban aquella experiencia toda una prueba.
El
gran lobo de pelaje rojizo se percató de mi mirada y alzó los ojos para
observarme con sus conocidos ojos negros.
Le
devolví la mirada mientras intentaba asumir lo que ya sabía. Noté que mi rostro
dejaba traslucir los sentimientos de fascinación y maravilla.
El
hocico de la criatura se abrió, dejando entrever los dientes. Habría sido una
expresión aterradora de no ser por la lengua que colgaba a un lado, esbozando
una sonrisa lobuna.
Solté
una risilla.
La
sonrisa de Jacob se ensanchó, mostrando sus dientes afilados. Abandonó su lugar
en la fila sin prestar atención a las miradas de la manada y pasó trotando
junto a Edward y Alice para detenerse a poco más de medio metro de mi posición.
Permaneció allí quieto y lanzó una rápida mirada a Edward, que se mantenía
inmóvil como una estatua y evaluaba mi reacción.
La
criatura bajó las patas delanteras y agachó la cabeza a fin de que su cara no
estuviera a mayor altura que la mía y poder mirarme a los ojos, sopesando mi
respuesta de un modo muy similar al de Edward.
—¿Jacob?
—pregunté, sin aliento.
La
réplica fue un sonido sordo y profundo, muy parecido a una risa desvergonzada.
Los
dedos me temblaron levemente cuando extendí la mano para tocar el pelaje marrón
de un lado de su cara. Jacob cerró los ojos e inclinó su enorme cabeza en mi
mano. Emitió un zumbido monocorde desde el fondo de la garganta.
La
pelambrera era suave y áspera al mismo tiempo, y cálida al tacto. Me picó la
curiosidad y hundí en ella los dedos para saber cómo era la textura,
acariciando el cuello allí donde se oscurecía el color. No reparé en lo mucho
que me había acercado hasta que de pronto, y sin aviso previo, me pasó la
lengua por toda la cara, desde la barbilla hasta el nacimiento del cabello.
—¡Eh,
Jacob, bruto! —me quejé al tiempo que retrocedía de un salto y le propinaba un
manotazo, tal y como hubiera hecho si hubiera estado en su forma humana.
Mientras
se alejaba, soltó entre dientes un aullido ahogado; se estaba riendo de nuevo.
Fue
en ese momento cuando me percaté de que nos estaban mirando todos, los
licántropos y los vampiros. Los Cullen parecían perplejos y en algunos casos incluso
disgustados. Resultaba difícil descifrar los rostros de los lobos, pero me dio
la impresión de que el de Sam reflejaba descontento.
Y
cuestión aparte era Edward, que estaba con los nervios de punta y claramente
decepcionado. Advertí que él había esperado una reacción diferente por mi
parte, como que saliera huyendo o que me pusiera a chillar.
Jacob
profirió otra vez esa risa descarada.
El
resto de la manada había empezado a retroceder sin perder de vista a los
Cullen. Jacob remoloneó a mi lado mientras observaba cómo se iban sus
compañeros, hasta que los perdimos de vista en las profundidades del bosque.
Sólo dos de ellos se rezagaron junto a los árboles, mirando a Jacob. Adoptaron
una postura que irradiaba ansiedad.
Edward
suspiró, ignoró a Jacob y se acercó a mí para tomarme de la mano.
—¿Estás
lista? —me preguntó.
Antes
de que yo pudiera contestar, Edward se volvió hacia Jacob y le habló.
—Todavía
no he averiguado todos los detalles —respondió a la pregunta que el lobo le
había formulado en su mente.
Jacob
refunfuñó con resentimiento.
—Es
más complicado que todo eso —contestó Edward—. No te preocupes, me encargaré de
que esté a salvo.
—¿De
qué estáis hablando? —exigí saber.
—Sólo
estamos discutiendo sobre estrategias.
Jacob
hizo oscilar su cabeza para mirarnos a Edward y a mí antes de saltar de repente
en dirección al bosque. Mientras corría, veloz como una flecha, me percaté por
vez primera del trozo de tela negra que llevaba en la pata trasera.
—¡Espera!
—le llamé a voz en grito.
Extendí
una mano para alcanzarle sin pensar, pero él se perdió entre los árboles en
cuestión de segundos seguido por los otros dos lobos.
—¿Por
qué se va? —le pregunté, molesta.
—Va
a volver —repuso Edward, resignado—. Desea poder hablar por sí mismo.
Observé
la linde del bosque por la que había desaparecido el lobo mientras me apoyaba
en el costado de Edward. Estaba al borde del colapso, pero seguí luchando por
mantenerme en pie.
Jacob
acudió al trote, pero esta vez no a cuatro patas, sino a dos piernas. Iba con
el pecho desnudo y llevaba la melena enmarañada y alborotada. No vestía más
atuendo que los pantalones cortos de color negro. Corría sobre el suelo helado
con los pies descalzos y ahora acudía solo, aunque sospeché que sus amigos se
mantenían ocultos entre los árboles.
Los
Cullen se habían situado en corrillo y hablaban en cuchicheos entre ellos.
Aunque rehuyó a los vampiros, no tardó mucho en cruzar el campo.
—Vale,
chupasangres —dijo Jacob cuando se plantó a un metro escaso de nosotros; era
obvio que retomaba la conversación que yo me había perdido—. ¿Por qué es tan
complicado?
—He
de sopesar todas las posibilidades —replicó Edward, sin inmutarse—. ¿Qué ocurre
si te atrapan?
Jacob
resopló ante esa idea.
—Vale,
entonces, ¿por qué no la dejamos a cubierto? De todos modos, Collin y Brady van
a quedarse en retaguardia; estará a salvo con ellos.
Torcí
el gesto.
—¿Habláis
de mí?
—Sólo
quiero saber qué planea hacer contigo durante la lucha —explicó Jacob.
—¿Hacer
conmigo?
—No
puedes quedarte en Forks, Bella —me explicó Edward con voz apaciguadora—.
Conocen tu paradero. ¿Qué ocurriría si .alguno llegara a escabullirse?
Sentí
un retortijón en el estómago y la sangre me huyó del rostro.
—¿Charlie?
—dije casi sin aliento.
—Estará
con Billy —me aseguró Jacob enseguida—. Si mi padre ha de cometer un asesinato
para conseguir que vaya a la reserva, lo hará. Probablemente, no tendrá que
llegar a eso. Será el sábado, ¿no? Hay partido.
—¿Este
sábado? —pregunté mientras la cabeza me daba vueltas. Me hallaba demasiado
aturdida para controlar mis pensamientos desbocados. Miré a Edward y le dediqué
un mohín—. ¡Mierda! Acabas de perderte tu regalo de graduación.
El
se rió.
—Lo
que vale es la intención —me recordó—. Puedes darle las entradas a quien
quieras.
Enseguida
se me ocurrió la solución.
—Angela
y Ben —decidí de inmediato—. De ese modo, al menos estarán fuera del pueblo.
Edward
me acarició la mejilla.
—No
puedes evacuar a todos —repuso con voz gentil—. Ocultarte es una simple
precaución, te lo aseguro. Ahora ya no tenemos problema. No son suficientes
para mantenernos ocupados.
—¿Y
qué ocurre con el plan de protegerla en La Push? —le interrumpió Jacob con
impaciencia.
—Ha
ido y venido de allí demasiadas veces —explicó Edward—. El lugar está lleno de
su rastro. Mi hermana sólo ha visto venir de caza a neófitos muy recientes,
pero alguien más experimentado ha tenido que crearlos. Todo esto podría ser una
maniobra de distracción por parte de quienquiera que sea, él... —Edward hizo
una pausa para mirarme— o ella. Y aunque Alice lo verá si decide venir a echar
un vistazo por sí mismo, quizás en ese momento estemos demasiado ocupados. No
puedo dejarla en ningún lugar que haya frecuentado. Ha de ser difícil de
localizar, aunque sólo sea por si acaso. La posibilidad es remota, pero no voy
a correr riesgos.
No
aparté los ojos de Edward mientras se explicaba. Fruncí el ceño cada vez más.
Me dio unas palmadas en el brazo.
—Me
estoy pasando de precavido —me prometió.
Jacob
señaló al fondo del bosque, al este de nuestra posición, a la vasta extensión
de las montañas Olympic.
—Bueno,
ocúltala ahí —sugirió—. Hay un millón de escondrijos posibles y cualquiera de
nosotros puede acudir en cuestión de minutos si fuera necesario.
Edward
negó con la cabeza.
—El
aroma de Bella es demasiado fuerte y el de nosotros dos juntos deja una pista
inconfundible, y sería así incluso aunque yo la llevara en volandas. Nuestro
rastro ya destaca entre los demás efluvios, y en conjunción con el de Bella,
siempre llamaría la atención de los neófitos. No estamos seguros del camino exacto
que van a seguir, ya que ni ellos mismos lo saben aún. Si hallan su olor antes
de que nos encontremos con ellos...
Ambos
hicieron una mueca de disgusto y fruncieron el ceño al mismo tiempo.
—Ya
ves las dificultades.
—Tiene
que haber una forma eficaz —murmuró Jacob, que apretó los labios mientras
contemplaba el bosque.
Di
una cabezada y me incliné hacia delante. Edward rodeó mi cintura con un brazo y
me acercó a él para soportar mi peso.
—He
de llevarte a casa... Estás agotada, y Charlie va a despertarse enseguida
—Espera
un momento —pidió Jacob mientras se volvía hacia nosotros—. Mi olor os
disgusta, ¿no?
Le
relucían los ojos.
—No
es mala idea —Edward se adelantó dos pasos—. Es factible —se volvió hacia su
familia y dijo a voz en grito—: ¿Qué te parece, Jasper?
El
interpelado alzó los ojos con curiosidad y retrocedió medio paso junto a Alice,
que volvía a estar descontenta.
—De
acuerdo, Jacob —Edward hizo un asentimiento de cabeza.
Jacob
se volvió hacia mí con una extraña mezcolanza de emociones en el rostro. Estaba
claro que le entusiasmaba su nuevo plan, con independencia de en qué
consistiera, pero seguía incómodo por la cercanía de sus aliados y al mismo
tiempo enemigos. Luego, cuando él extendió los brazos hacia mí, me llegó el
momento de preocuparme.
Edward
respiró hondo.
—Vamos
a ver si mi efluvio basta para ocultar tu aroma —explicó Jacob.
Observé
sus brazos extendidos con gesto de sospecha.
—Vas
a tener que dejar que te lleve, Bella —me dijo Edward. Habló con calma, pero
había una inconfundible nota soterrada de malestar en su voz.
Puse
cara de pocos amigos.
Jacob
puso los ojos en blanco, se impacientó y se acercó para tomarme en brazos.
—No
seas niña —murmuró mientras lo hacía.
Empero,
y al igual que yo, lanzó una mirada a Edward, que permanecía sereno y seguro de
sí mismo. Entonces, le habló a su hermano Jasper.
—El
olor de Bella es mucho más fuerte que el mío... Se me ha ocurrido que
tendríamos más posibilidades sí lo intentaba alguien más.
Jacob
se alejó de ellos y se encaminó con paso veloz hacia el interior del bosque. Me
mantuve en silencio cuando nos envolvió la oscuridad. Hice una mueca, pues me
sentía incómoda en los brazos de Jacob. Había demasiada intimidad entre
nosotros. Seguramente, no era necesario que me sujetara con tanta fuerza, y no
podía dejar de preguntarme qué significado tenía para él un abrazo que me hacía
recordar mi última tarde en La Push, algo en lo que prefería no pensar. Me
crucé de brazos, enfadada, cuando el cabestrillo de mi mano acentuó aquel
recuerdo.
No
nos alejamos demasiado. Describió un amplio círculo desde nuestro punto de
partida, quizá la mitad de la longitud de un campo de fútbol, antes de regresar
al claro desde una dirección diferente. Jacob se dirigió hacia la posición
donde nos esperaba Edward, que ahora estaba solo.
—Bájame.
—No
quiero darte la ocasión de estropear el experimento —aminoró el paso y me
sujetó con más fuerza.
—Eres
un verdadero fastidio —me quejé entre dientes.
—Gracias.
Jasper
y Alice surgieron de la nada y se situaron junto a Edward. Jacob dio un paso
más y me dejó en el suelo a dos metros escasos de mi novio. Caminé hacia él y
le tomé de la mano sin volver la vista hacia Jacob.
—¿Y
bien? —quise saber.
—Siempre
y cuando no toques nada, Bella, no imagino a nadie husmeando lo bastante cerca
de esta pista como para distinguir tu aroma —respondió Jasper, con una mueca—,
que queda manifiestamente oculto.
—Un
éxito concluyente —admitió Alice sin dejar de arrugar la nariz.
—Eso
me ha dado una idea...
—...que
va a funcionar —apostilló Alice con confianza.
—Bien
pensado —coincidió Edward.
—¿Cómo
soportas esto? —me preguntó Jacob con un hilo de voz.
Edward
ignoró al licántropo y me miró mientras me explicaba la idea.
—Vamos
a dejar, bueno, tú vas a dejar una pista falsa hacia el claro. Los neófitos
vienen de caza. Se entusiasmarán al captar tu esencia y haremos que vayan
exactamente a donde nos interesa a nosotros. De ese modo, no tendremos que
preocuparnos del tema. Alice ya ha visto que el truco funciona. Se dividirán en
dos grupos en cuanto descubran nuestro aroma en un intento de atraparnos entre
dos fuegos. La mitad cruzará el bosque, allí es donde la visión cesa de
pronto...
—¡Sí!
—siseó Jacob.
Edward
le dedicó una sonrisa de sincera camaradería.
Me
sentí fatal. ¿Cómo podían estar tan ansiosos? ¿Cómo iba a soportar que los dos
se pusieran en peligro?
No
podía...
...y
no lo iba a hacer.
—Eso,
ni se te ocurra —repuso de pronto Edward, disgustado.
Di
un brinco, preocupada porque, de algún modo, hubiera conseguido enterarse de mi
resolución, pero Edward no apartaba la vista de Jasper.
—Lo
sé, lo sé —se apresuró a responder éste—. En realidad, ni siquiera lo había
considerado de verdad —Alice le pisó el pie—. Bella los haría enloquecer si se
quedara en el claro como cebo —le explicó a su compañera—. No serían capaces de
concentrarse en otra cosa que no fuera ella, y eso nos daría la ocasión de
barrerlos del mapa... —Edward le lanzó una mirada envenenada que le hizo
desdecirse—. No podemos hacerlo, claro, es una de esas ideas peregrinas que se
me ocurren: resultaría demasiado peligroso para ella —añadió enseguida, pero me
miró por el rabillo del ojo, y su expresión era de lástima por la oportunidad
desperdiciada.
—No
podemos —zanjó Edward de modo terminante.
—Tienes
razón —admitió Jasper. Tomó la mano de Alice y se volvió hacia los demás—. ¿Al
mejor de tres? —oí cómo le preguntaba a ella cuando se iban para continuar
practicando.
Jacob
le contempló irse con gesto de repugnancia.
—Jasper
considera cada movimiento desde una perspectiva puramente militar —dijo Edward
en voz baja, saliendo en defensa de su hermano—. Sopesa todas las opciones...
Es perfeccionismo, no crueldad.
El
hombre lobo bufó.
Se
había ensimismado tanto en urdir el plan que no se había percatado de lo mucho
que se había acercado a Edward, situado ahora a un metro de él. Yo estaba entre
ambos y era capaz de sentir en el aire la tensión, similar a la estática; una
carga muy incómoda.
Edward
retomó el hilo del asunto.
—La
traeré aquí el viernes por la tarde para dejar la pista falsa. Después, puedes
reunirte con nosotros y conducirla a un lugar que conozco. Está totalmente
apartado y es fácil de defender, da igual quién ataque. Yo llegaré allí
siguiendo otra ruta alternativa.
—¿Y
entonces, qué? ¿La dejamos allí con un móvil? —saltó Jacob con tono de desaprobación.
—¿Se
te ocurre algo mejor?
De
pronto, Jacob adoptó un gesto petulante.
—Lo
cierto es que sí.
—Vaya...
Bueno, perro, la verdad es que tu idea no está nada mal.
Jacob
se volvió hacia mí enseguida, como si estuviera dispuesto a representar el papel
de chico bueno y mantenerme al tanto de la conversación.
—Estamos
intentando convencer a Seth a fin de que se quede con los dos más jóvenes. Él
también lo es, pero se muestra tozudo. Se me ha ocurrido una nueva tarea para
él: hacerse cargo del móvil.
Intenté
aparentar que le entendía, pero no engañé a nadie.
—Seth
Clearwater estará en contacto con la manada mientras permanezca en forma
lobuna, pero ¿no será la distancia un problema? —preguntó Edward, volviéndose
hacia Jacob.
—En
absoluto.
—¿Cuatrocientos
ochenta kilómetros? —inquirió Edward, tras leerle la mente—. Es impresionante.
Jacob
volvió a desempeñar su papel de chico bueno.
—Es
lo más lejos que hemos llegado a probar —me explicó—.
Asentí
distraídamente, ocupada en digerir que el joven Seth Clearwater ya se había
convertido también en hombre lobo, una perspectiva que me impedía concentrarme.
Aún veía su deslumbrante sonrisa, tan parecida a la de un Jacob más joven.
Tendría quince años a lo sumo, si es que los había cumplido. Su entusiasmo ante
la fogata en la sesión del Consejo adquiría ahora un nuevo significado...
—Es
una buena idea —Edward parecía reacio a admitir las bondades de la misma—. Me
sentiría mucho más tranquilo con Seth allí, aun cuando no fuera posible la
comunicación inmediata. No sé si hubiera sido capaz de dejar sola a Bella,
aunque pensar que hemos tenido que llegar a esto... ¡Confiar en licántropos!
—...o
luchar con vampiros en vez de contra ellos —replicó Jacob, remedando el mismo
tono de repulsión.
—Bueno,
al menos vas a luchar contra algunos —repuso Edward.
Jacob
sonrió.
—¿Por
qué te crees que estamos aquí?
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