El sol
estaba tan oculto entre las nubes que no había forma de decir si se había
puesto o no. Me encontraba bastante desorientada después de un vuelo tan largo,
como si fuéramos hacia el oeste, a la caza del sol, que a pesar de todo parecía
inmóvil en el cielo; por extraño que pudiera parecer, el tiempo estaba
inestable. Me tomó por sorpresa el momento en que el bosque cedió paso a los
primeros edificios, señal de que ya estábamos cerca de casa.
—Llevas
mucho tiempo callada —observó Edward—. ¿Te has mareado en el avión?
—No, me
encuentro bien.
—¿Te ha
entristecido la despedida?
—Creo que
estoy más aliviada que triste.
Alzó una
ceja. Sabía que era inútil e innecesario, por mucho que odiara admitirlo,
pedirle que mantuviera los ojos fijos en la carretera.
—Renée es
bastante más... perceptiva que Charlie en muchos sentidos. Me estaba poniendo
nerviosa.
Edward se
rió.
—Tu madre
tiene una mente muy interesante: casi infantil, pero muy perspicaz. Ve las
cosas de modo diferente a los demás.
Perspicaz.
Era una buena definición de mi madre, al menos cuando prestaba atención a las
cosas. La mayor parte del tiempo Renée estaba tan apabullada por lo que sucedía
en su propia vida que apenas se daba cuenta de mucho más, pero este fin de
semana me había dedicado toda su atención.
Phil
estaba ocupado, ya que el equipo de béisbol del instituto que entrenaba había
llegado a las rondas finales y el estar a solas con Edward y conmigo había
intensificado el interés de Renée. Comenzó a observar tan pronto como nos
abrazó y se pasaron los grititos de alegría; y mientras observaba, sus grandes
ojos azules primero habían mostrado perplejidad, y luego interés.
Esa mañana
nos habíamos ido a dar un paseo por la playa. Quería enseñarme todas las cosas
bonitas del lugar donde se encontraba su nuevo hogar, aún con la esperanza de
que el sol consiguiera atraerme fuera de Forks. También quería hablar conmigo a
solas y esto le facilitaba las cosas. Edward se había inventado un trabajo del
instituto para tener una excusa que le permitiera quedarse dentro de la casa
durante el día.
Reviví la
conversación en mi mente...
Renée y yo
deambulamos por la acera, procurando mantenernos al amparo de las sombras de
las escasas palmeras. Aunque era temprano el calor resultaba abrasador. El aire
estaba tan impregnado de humedad que el simple hecho de inspirar y exhalar el
aire estaba suponiendo un esfuerzo para mis pulmones.
—¿Bella?
—me preguntó mi madre, mirando a lo lejos, sobre la arena, a las olas que
rompían suavemente mientras hablaba.
—¿Qué pasa, mamá?
Ella
suspiró al tiempo que evitaba mi mirada.
—Me
preocupa...
—¿Qué es
lo que va mal? —pregunté, repentinamente ansiosa—. ¿En qué puedo ayudarte?
—No soy yo
—sacudió la cabeza—. Me preocupáis tú... y Edward.
Renée me
miró por fin, con una expresión de disculpa en el rostro.
—Oh
—susurré, fijando los ojos en una pareja que corría y que nos sobrepasó en ese
momento, empapados en sudor.
Vais mucho
más en serio de lo que pensaba —continuó ella.
Fruncí el
ceño, revisando con rapidez en mi mente los dos últimos días. Edward y yo
apenas nos habíamos tocado, al menos delante de ella. Me pregunté si Renée
también me iba soltar un sermón sobre la responsabilidad. No me importaba que
fuera del mismo modo que con Charlie, porque no me avergonzaba hablar del tema
con mi madre. Después de todo, había sido yo la que le había soltado a ella el
mismo sermón una y otra vez durante los últimos diez años.
—Hay
algo... extraño en cómo estáis juntos —murmuró ella, con la frente fruncida
sobre sus ojos preocupados—. Te mira de una manera... tan... protectora. Es
como si estuviera dispuesto a interponerse delante de una bala para salvarte o
algo parecido.
Me reí, aunque
aún no me sentía capaz de enfrentarme a su mirada.
—¿Y eso es
algo malo?
—No —ella
volvió a fruncir el ceño mientras luchaba para encontrar las palabras
apropiadas—. Simplemente es diferente. Él siente algo muy intenso por ti... y
muy delicado. Me da la impresión de no comprender del todo vuestra relación. Es
como si me perdiera algún secreto.
—Creo que
estás imaginando cosas, mamá —respondí con rapidez, luchando por hablarle con
total naturalidad a pesar de que se me había revuelto el estómago. Había
olvidado cuántas cosas era capaz de ver mi madre. Había algo en su comprensión
sencilla del mundo que prescindía de todo lo accesorio para ir directa a la
verdad. Antes, esto no había sido nunca un problema.
Hasta
ahora, no había existido jamás un secreto que no pudiera contarle.
—Y no es
sólo él —apretó los labios en un ademán defensivo—. Me gustaría que vieras la
manera en que te mueves a su alrededor.
—¿Qué
quieres decir?
—La manera
en que andas, como si él fuera el centro del mundo para ti y ni siquiera te
dieras cuenta. Cuando él se desplaza, aunque sea sólo un poco, tú ajustas
automáticamente tu posición a la suya. Es como si fuerais imanes, o la fuerza
de la gravedad. Eres su satélite... o algo así. Nunca había visto nada igual.
Cerró la
boca y miró hacia el suelo.
—No me lo
digas —le contesté en broma, forzando una sonrisa—. Estás leyendo novelas de
misterio otra vez, ¿a que sí? ¿O es ciencia-ficción esta vez?
Renée
enrojeció adquiriendo un delicado color rosado.
—Eso no
tiene nada que ver.
—¿Has encontrado
algún título bueno?
—Bueno,
sí, había uno, pero eso no importa ahora. En realidad, estamos hablando de ti.
—No
deberías salirte de la novela romántica, mamá. Ya sabes que enseguida te pones
a flipar.
Las
comisuras de sus labios se elevaron.
—Estoy
diciendo tonterías, ¿verdad?
No pude
contestarle durante menos de un segundo. Renée era tan influenciable. Algunas
veces eso estaba bien, porque no todas sus ideas eran prácticas, pero me dolía
ver lo rápidamente que se había visto arrastrada por mi contemporización, sobre
todo teniendo en cuenta que esta vez tenía más razón que un santo.
Levantó la
mirada y yo controlé mi expresión.
—Quizá no
sean tonterías, tal vez sea porque soy madre —se echó a reír e hizo un gesto
que abarcaba las arenas blancas y el agua azul—. ¿Y todo esto no basta para
conseguir que vuelvas con la tonta de tu madre?
Me pasé la
mano con dramatismo por la frente y después fingí retorcerme el pelo para
escurrir el sudor.
—Terminas
acostumbrándote a la humedad —me prometió.
—También a
la lluvia —contraataqué.
Me dio un
codazo juguetón y me cogió la mano mientras regresábamos a su coche.
Dejando a
un lado su preocupación por mí, parecía bastante feliz. Contenta. Todavía
miraba a Phil con ojos enamorados y eso me consolaba. Seguramente su vida era
plena y satisfactoria. Seguramente no me echaba tanto de menos, incluso
ahora...
Los dedos
helados de Edward se deslizaron por mi mejilla. Le devolví la mirada,
parpadeando de vuelta al presente. Se inclinó sobre mí y me besó la frente.
—Hemos
llegado a casa, Bella Durmiente. Hora de despertarse.
Nos
habíamos parado delante de la casa de Charlie, que había aparcado el coche
patrulla en la entrada y mantenía encendida la luz. del porche. Mientras
observaba la entrada, vi cómo se alzaba la cortina en la ventana del salón,
proyectando una línea de luz amarilla sobre el oscuro césped.
Suspiré.
Sin duda, Charlie estaba esperando para abalanzarse sobre mí.
Edward
debía de estar pensando lo mismo, porque su expresión se había vuelto rígida y
sus ojos parecían lejanos cuando me abrió la puerta.
—¿Pinta
mal la cosa?
—Charlie
no se va a poner difícil —me prometió Edward con voz neutra, sin mostrar el más
ligero atisbo de humor—. Te ha echado de menos.
Entorné
los ojos, llenos de dudas. Si ése era el caso, ¿por qué Edward estaba en
tensión, como si se aproximara una batalla?
Mi bolsa
era pequeña, pero él insistió en llevarla hasta dentro. Papá nos abrió la
puerta.
—¡Bienvenida
a casa, hija! —gritó Charlie como si realmente lo pensara—. ¿Qué tal te ha ido por
Jacksonville?
—Húmedo. Y
lleno de bichos.
—¿Y no te
ha vendido Renée las excelencias de la Universidad de Florida?
—Lo ha
intentado, pero francamente, prefiero beber agua antes que respirarla.
Los ojos
de Charlie se deslizaron de hito en hito hacia Edward.
—¿Te lo
has pasado bien?
—Sí
—contestó con voz serena—. Renée ha sido muy hospitalaria.
—Esto...,
hum, vale. Me alegro de que te divirtieras —Charlie apartó la mirada de Edward
y me abrazó de forma inesperada.
—Impresionante
—le susurré al oído.
Rompió a
reír con una risa sorda.
—Realmente
te he echado de menos, Bella. Cuando no estás, la comida es asquerosa.
—Ahora lo
pillo —le contesté mientras soltaba su abrazo.
—¿Podrías
llamar a Jacob lo primero de todo? Lleva fastidiándome cada cinco minutos desde
las seis de la mañana. Le he prometido que haría que le llamaras antes de que
te pusieras a deshacer la maleta.
No tuve
que mirar a Edward para advertir la rigidez de su postura o la frialdad de su
expresión. Así que ésta era la causa de su tensión.
—¿Jacob
desea hablar conmigo?
—Con toda
su alma, diría yo. No ha querido decirme de qué iba la cosa, sólo me ha dicho
que es importante.
El
teléfono volvió a sonar, estridente y acuciante.
—Será él
otra vez, me apuesto la próxima paga —murmuró Charlie.
—Ya lo
cojo yo —dije mientras me apresuraba hacia la cocina.
Edward me
siguió mientras Charlie desaparecía en el salón.
Agarré el
auricular en mitad de un pitido y me volví para permanecer de cara a la pared.
—¿Diga?
—Has
regresado —dijo Jacob.
Su áspera
voz familiar me hizo sentir una intensa añoranza. Mil recuerdo asaltaron mi
mente, mezclándose entre sí: una playa rocosa sembrada de maderas que flotaban
a la deriva, un garaje fabricado con plásticos, refrescos calientes en una
bolsa de papel, una habitación diminuta con un raído canapé, igualmente
pequeño. El júbilo brillando en sus oscuros ojos hundidos, el calor febril de
su mano grande en torno a la mía, el relampagueo de sus dientes blancos contra
su piel oscura, su rostro distendiéndose en esa amplia sonrisa que había sido
siempre como la llave de una puerta secreta, donde sólo tienen acceso los
espíritus afines.
Sentí una
especie de anhelo por la persona y el lugar que me habían protegido a lo largo
de mi noche más oscura.
Me aclaré
el nudo que tenía en la garganta.
—Sí
—contesté.
—¿Por qué
no me has llamado? —exigió Jacob.
Su tono
malhumorado me enfadó al instante.
—Porque
llevo en casa exactamente cuatro segundos y tu llamada interrumpió el momento
en que Charlie me estaba diciendo que habías telefoneado.
—Oh. Lo
siento.
—Ya. Y
dime, ¿por qué agobias a mi padre?
—Necesito
hablar contigo.
—Seguro,
pero eso ya lo tengo claro. Sigue.
Hubo una
corta pausa.
—¿Vas a ir
a clase mañana?
Torcí el
gesto, incapaz de ver adonde quería ir a parar.
—Claro que
iré, ¿por qué no iba a hacerlo?
—Ni idea.
Sólo era curiosidad.
Otra
pausa.
—¿Y de qué
quieres hablar, Jake?
Él dudó.
—Supongo
que de nada especial. Sólo... quería oír tu voz.
—Sí..., lo
entiendo... Me alegra tanto que me hayas llamado, Jake. Yo... —pero no sabía
qué más decir. Me gustaría haberle dicho que me iba de camino a La Push en ese
momento, pero no podía.
—He de
irme —soltó de pronto.
—¿Qué?
—Te
llamaré pronto, ¿vale?
—Pero
Jake...
Ya había
colgado. Escuché el tono de escucha con incredulidad.
—Qué cortante
—murmuré.
—¿Va todo
bien? —preguntó Edward con voz baja y cautelosa.
Me volví
lentamente para encararle. Su expresión era totalmente tranquila e
inescrutable.
—No lo sé.
Me pregunto de qué va esto —no tenía sentido que Jacob hubiera estado
incordiando a Charlie todo el día sólo para preguntarme si iba a ir a la
escuela. Y si quería escuchar mi voz, ¿por qué había colgado tan pronto?
—Tú tienes
más probabilidades de acertar en esto que yo —comentó Edward, con la sombra de
una sonrisa tirando de la comisura de su labio.
—Aja
—susurré. Era cierto. Conocía a Jake a fondo. Seguro que sus razones no serían
tan complicadas de entender.
Con mis
pensamientos a kilómetros de distancia ‑como a unos veintitrés kilómetros
siguiendo la carretera hacia La Push‑, comencé a reunir los ingredientes
necesarios en el frigorífico para prepararle la cena a Charlie. Edward se
retrepó contra la encimera y yo era apenas consciente de cómo clavaba los ojos
en mi rostro, pero estaba demasiado inquieta para preocuparme también por lo
que pudiera ver en ellos.
Lo del
instituto tenía pinta de ser la clave del asunto. Eso era en realidad lo único
que Jake había preguntado. Y él debía de estar buscando una respuesta a algo, o
no habría molestado a Charlie de forma tan persistente.
Sin embargo,
¿por qué le iba a preocupar mi asistencia a clase? Intenté abordar el tema de
una manera lógica. Así que, si yo hubiera faltado al día siguiente al
instituto, ¿qué problema hubiera supuesto eso desde el punto de vista de Jacob?
Charlie se había mostrado molesto porque yo perdiera un día de clase tan cerca
de los finales, pero le había convencido de que un viernes no iba a suponer un
estorbo en mis estudios. A Jake eso le daba exactamente igual. Mi cerebro no
parecía estar dispuesto a colaborar con ninguna aportación especialmente
brillante. Quizás era que pasaba por alto alguna pieza vital de información.
¿Qué
podría haber ocurrido en los últimos tres días que fuera tan importante como
para que Jacob interrumpiera su negativa a contestar a mis llamadas y le
hiciera ponerse en contacto conmigo? ¿Qué diferencia habían supuesto esos tres
días?
Me quedé
helada en mitad de la cocina. El paquete de hamburguesas congeladas que llevaba
se deslizó entre mis manos aturdidas. Tardé un largo segundo en evitar el golpe
que se hubieran dado contra el suelo.
Edward lo
cogió y lo arrojó a la encimera. Sus brazos me rodearon rápidamente y pegó los
labios a mi oído.
—¿Qué es
lo que va mal?
Sacudí la
cabeza., aturdida.
Tres días
podrían cambiarlo todo.
¿No había
estado yo pensando acerca de la imposibilidad de acudir al instituto por no
poder estar cerca de la gente después de haber atravesado los dolorosos tres
días de la conversión? Esos tres días me liberarían de la mortalidad, de modo
que podría compartir la eternidad con Edward, una conversión que me haría
prisionera definitivamente de mi propia sed.
¿Le había
dicho Charlie a Billy que había desaparecido durante tres días? ¿Había Billy
llegado por sí mismo a la conclusión evidente? ¿Lo que me había estado
preguntando Jacob realmente era si todavía continuaba siendo humana? ¿Estaba
asegurándose, en realidad, de que el tratado con los hombres lobo no se hubiera
roto, y de que ninguno de los Cullen se hubiera atrevido a morder a un
humano...? Morder, no matar...
Pero ¿es que
él creía honradamente que yo volvería a casa si ése fuera el caso?
Edward me
sacudió.
—¿Bella?
—me preguntó, ahora lleno de auténtica ansiedad.
—Creo...
creo que simplemente estaba haciendo una comprobación —mascullé entre dientes—.
Quería asegurarse de que sigo siendo humana, a eso se refería.
Edward se
puso rígido y un siseo ronco resonó en mi oído.
—Tendremos
que irnos —susurré—. Antes. De ese modo no se romperá el tratado. Y nunca más
podremos regresar.
Sus brazos
se endurecieron a mi alrededor.
—Ya lo sé.
—Ejem
—Charlie se aclaró la garganta ruidosamente a nuestras espaldas.
Yo pegué
un salto y después me liberé de los brazos de Edward, enrojeciendo. Edward se
reclinó contra la encimera. Tenía los ojos entornados y pude ver reflejada en
ellos la preocupación y la ira.
—Si no
quieres hacer la cena, puedo llamar y pedir una pizza —insinuó Charlie.
—No, está
bien, ya he empezado.
—Vale
—comentó él. Se acomodó contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Suspiré y
me puse a trabajar, intentando ignorar a mi audiencia.
—Si te
pido que hagas algo, ¿confiarás en mí? —me preguntó Edward, con un deje afilado
en su voz aterciopelada.
Casi
habíamos llegado al instituto. Él había estado relajado y bromeando hasta hacía
apenas un momento; ahora, de pronto, tenía las manos aferradas al volante e
intentaba controlar la fuerza para no romperlo en pedazos.
Clavé la
mirada en su expresión llena de ansiedad, con los ojos distantes como si
escuchara voces lejanas.
Mi pulso
se desbocó en respuesta a su tensión, pero contesté con cuidado.
—Eso
depende.
Metió el
coche en el aparcamiento del instituto.
—Ya me
temía que dirías eso.
—¿Qué
deseas que haga, Edward?
—Quiero
que te quedes en el coche —aparcó en su sitio habitual y apagó el motor
mientras hablaba—. Quiero que esperes aquí hasta que regrese a por ti.
—Pero,
¿por qué?
Fue
entonces cuando le vi. Habría sido difícil no distinguirle sobresaliendo como
lo hacía sobre el resto de los estudiantes, incluso aunque no hubiera estado
reclinado contra su moto negra, aparcada de forma ilegal en la acera.
—Oh.
El rostro
de Jacob era la máscara tranquila que yo conocía tan bien. Era la cara que
solía poner cuando estaba decidido a mantener sus emociones bajo control. Le
hacía parecerse a Sam, el mayor de los licántropos, el líder de la manada de
los quileute, pero Jacob nunca podría imitar la serenidad perfecta de Sam.
Había
olvidado cuánto me molestaba ese rostro. Había llegado a conocer a Sam bastante
bien antes de que regresaran los Cullen, incluso me gustaba, aunque nunca
conseguía sacudirme el resentimiento que experimentaba cuando Jacob imitaba la
expresión de Sam. No era mi Jacob cuando la llevaba puesta. Era la cara de un
extraño.
—Anoche te
precipitaste en llegar a una conclusión equivocada —murmuró Edward—. Te preguntó
por el instituto porque sabía que yo estaría donde tú estuvieras. Buscaba un
lugar seguro para hablar conmigo. Un escenario con testigos.
Así que yo
había malinterpretado las razones de Jacob para llamarme. El problema radicaba
en la información faltante, por ejemplo por qué demonios querría Jacob hablar
con Edward.
—No me voy
a quedar en el coche —repuse.
Edward
gruñó bajo.
—Claro que
no. Bien, acabemos con esto de una vez.
El rostro
de Jacob se endureció conforme avanzábamos hacia él, con las manos unidas.
Noté
también otros rostros, los de mis compañeros de clase. Me di cuenta de cómo sus
ojos se dilataban al posarse sobre los dos metros del corpachón de Jacob, cuya
complexión musculosa era impropia de un chico de poco más de diecisiete años.
Vi cómo aquellos ojos recorrían su ajustada camiseta negra de manga corta
aunque el día era frío a pesar de la estación, sus vaqueros rasgados y
manchados de grasa y la moto lacada en negro sobre la que se apoyaba. Las
miradas no se detenían en su rostro, ya que había algo en su expresión que les
hacía retirarlas con rapidez. También constaté la distancia que mantenían con
él, una burbuja de espacio que nadie se atrevía a cruzar.
Con cierta
sorpresa, me di cuenta de que Jacob les parecía peligroso. Qué raro.
Edward se
detuvo a unos cuantos metros de Jacob. Tenía bien claro lo incómodo que le
resultaba tenerme tan cerca de un licantropo. Retrasó ligeramente la mano y me
echó hacia atrás para ocultarme a medias con su cuerpo.
—Podrías
habernos llamado —comenzó Edward con una voz dura como el acero.
—Lo siento
—-contestó Jacob, torciendo el gesto con desprecio—. No tengo sanguijuelas en
mi agenda.
—También
podríamos haber hablado cerca de casa de Bella —la mandíbula de Jacob se
contrajo y frunció el ceño sin contestar—. Este no es el sitio apropiado,
Jacob. ¿Podríamos discutirlo luego?
—Vale,
vale. Me pasaré por tu cripta cuando terminen las clases —bufó Jacob—. ¿Qué
tiene de malo hablar ahora?
Edward
miró alrededor con intención y posó la mirada en aquellos testigos que se
hallaban a distancia suficiente como para escuchar la conversación. Unos pocos
remoloneaban en la acera con los ojos brillantes de expectación, exactamente
igual que si esperasen una pelea que aliviara el tedio de otro lunes por la
mañana. Vi cómo Tyler Crowley le daba un ligero codazo a Austin Marks y ambos
interrumpían su camino hacia el aula.
—Ya sé lo
que has venido a decir —le recordó Edward a Jacob en una voz tan baja que
apenas pude oírle—-. Mensaje entregado. Considéranos advertidos.
Edward me
miró durante un fugaz segundo con ojos preocupados.
—¿Avisados?
—le pregunté sin comprender—. ¿De qué estás hablando?
—¿No se ló
has dicho a ella? —inquirió Jacob, con los ojos dilatados por la sorpresa—.
¿Qué?, ¿acaso temes que se ponga de nuestra parte?
—Por
favor, déjalo ya, Jacob —intervino Edward, con voz calmada.
—¿Por qué?
—le desafió Jacob.
Fruncí el
ceño, confundida.
—¿Qué es
lo que no sé, Edward?
Él se
limitó a seguir mirando a Jacob como si no me hubiera escuchado.
—¿Jake?
Jacob alzó
una ceja en mi dirección.
—¿No te ha
dicho que ese... hermano gigante que tiene cruzó la línea el sábado por la
noche? —preguntó, con un tono lleno de sarcasmo. Entonces, fijó la vista en
Edward—. Paul estaba totalmente en su derecho de...
—¡Era
tierra de nadie! —masculló Edward.
—¡No es
así!
Jacob
estaba claramente echando humo. Le temblaban las manos. Sacudió la cabeza, e
hizo dos inspiraciones profundas de aire.
—¿Emmett y
Paul? —susurré. Paul era el camarada más inestable de la manada de Jacob. Él
fue quien perdió el control aquel día en el bosque y el recuerdo de ese lobo
gris gruñendo revivió repentinamente en mi mente—. ¿Qué pasó? ¿Es que se han
enfrentado? —mi voz se alzó con una nota de pánico—. ¿Por qué? ¿Está herido
Paul?
—No hubo
lucha —aclaró Edward con tranquilidad, sólo para mí—. Nadie salió herido. No te
inquietes.
Jacob nos
miraba con gesto de incredulidad.
—No le has
contado nada en absoluto, ¿a que no? ¿Ese es el modo en que la mantienes
apartada? Por eso ella no sabe...
—Vete ya
—Edward le cortó a mitad de la frase y su rostro se volvió de repente
amedrentador, realmente terrorífico. Durante un segundo pareció un... un
vampiro. Miró a Jacob con una aversión abierta y sanguinaria.
Jacob
enarcó las cejas, pero no hizo ningún otro movimiento.
—¿Por qué
no se lo has dicho?
Se
enfrentaron el uno al otro en silencio durante un buen rato comenzaron a
reunirse más estudiantes con Tyler y Austin. Vi a Mike al lado de Ben, y el
primero tenía una mano apoyada en el hombro de Ben, como si estuviera
reteniéndole.
En aquel
silencio mortal, todos los detalles encajaron súbitamente en un ramalazo de
intuición. Algo que Edward no quería que supiera. Algo que Jacob no me hubiera
ocultado. Algo que había hecho que los Cullen y los licántropos anduvieran
juntos por los bosques en una proximidad peligrosa.
Algo que
había hecho que Edward insistiera en que cruzara el país en avión.
Algo que
Alice había visto en una visión la semana pasada, una visión sobre la que
Edward me había mentido. Algo que yo había estado esperando de todos modos.
Algo que yo sabía que volvería a ocurrir, aunque deseara con todas mis fuerzas
que no fuera así. ¿Es que nunca jamás se iba a terminar?
Escuché el
rápido jadeo entrecortado del aire saliendo entre mis labios, pero no pude
evitarlo. Parecía como si el edificio del instituto temblara, como si hubiera
un terremoto, pero yo sabía que era sólo mi propio temblor el que causaba la
ilusión.
—Ella ha
vuelto a por mí —resollé con voz estrangulada.
Victoria
nunca iba a rendirse hasta que yo estuviera muerta. Repetiría el mismo patrón
una y otra vez ‑fintar y escapar, fintar y escapar‑ hasta que encontrara una
brecha entre mis defensores.
Quizá
tuviera suerte. Quizá los Vulturis vinieran primero a por mí, ya que ellos me
matarían más rápido, por lo menos.
Edward me
apretó contra su costado, posicionando su cuerpo de modo que él seguía estando
entre Jacob y yo, y me acarició la cara con manos ansiosas.
—No pasa
nada —me susurró—. No pasa nada. Nunca dejaré que se te acerque, no pasa nada.
Luego, se
volvió y miró a Jacob.
—¿Contesta
esto a tu pregunta, chucho?
—¿No crees
que Bella tiene derecho a saberlo? —le retó Jacob—. Es su vida.
Edward
mantuvo su voz muy baja. Incluso Tyler, que intentaba acercarse paso a paso,
fue incapaz de oírle.
—¿Por qué
debe tener miedo si nunca ha estado en peligro?
—Mejor
asustada que ignorante.
Intenté
recobrar la compostura, pero mis ojos estaban anegados de lágrimas. Podía
imaginarla detrás de mis párpados, podía ver el rostro de Victoria, sus labios
retraídos sobre los dientes, sus ojos carmesíes brillando con la obsesión de la
venganza; ella responsabilizaba a Edward de la muerte de su amor, James, y no
pararía hasta quitarle a él también el suyo.
Edward
restañó las lágrimas de mi mejilla con las yemas de los dedos.
—¿Realmente
crees que herirla es mejor que protegerla? —murmuró.
—Ella es
más fuerte de lo que crees —repuso Jacob—. Y lo ha pasado bastante peor.
De repente
el rostro de Jacob cambió y fijó la mirada en Edward una expresión extraña,
calculadora. Entornó los ojos como si estuviera intentando resolver un difícil
problema de matemáticas en su mente.
Sentí que
Edward se encogía. Alcé los ojos para verle las faciones, que se crisparon con
un sentimiento que sólo podía ser dolor. Por un momento espantoso, recordé una
tarde en Italia, en aquella macabra habitación de la torre de los Vulturis,
donde Jane había torturado a Edward con aquel maligno don que poseía,
quemándole simplemente con el poder de su mente...
Ell
recuerdo me ayudó a recuperarme de mi inminente ataque de histeria y puso las
cosas en perspectiva, ya que prefería que Victoria me matase cien veces antes
que verle sufrir de ese modo otra vez.
—Qué
divertido —comentó Jacob, carcajeándose mientras observaba el rostro de
Edward...
...que
hizo otro gesto de dolor, pero consiguió suavizar su expresión con un pequeño
esfuerzo, aunque no podía ocultar la agonía de sus ojos.
Miré
fijamente, con los ojos bien abiertos, primero la mueca de Edward y luego el
aire despectivo de Jacob.
—¿Qué le
estás haciendo? —inquirí.
—No es nada,
Bella —me aseguró Edward en voz baja—. Sólo que Jacob tiene muy buena memoria,
eso es todo.
El aludido
esbozó una gran sonrisa y Edward se estremeció de nuevo.
—¡Para ya!
Sea lo que sea que estés haciendo.
—Vale, si
tú quieres —Jacob se encogió de hombros—. Aunque es culpa suya si no le gustan
mis recuerdos.
Le miré
fijamente y él me devolvió una sonrisa despiadada, como un chiquillo pillado en
falta haciendo algo que sabe que no debe hacer por alguien que sabe que no le
castigará.
—El
director viene de camino a echar a los merodeadores de la propiedad del
instituto —me murmuró Edward—. Vete a clase de Lengua, Bella, no quiero que te
veas implicada.
—Es un
poco sobreprotector, ¿a que sí? —comentó Jacob, dirigiéndose sólo a mí—. Algo
de agitación hace que la vida sea divertida. Déjame adivinar, ¿a que no tienes
permiso para divertirte?
Edward le
fulminó con la mirada y sus labios se retrajeron levemente sobre sus dientes.
—Cierra el
pico, Jacob —le dije.
El se echó
a reír.
—Eso suena
a negativa. Oye, si alguna vez quieres volver a vivir la vida, ven a verme.
Todavía tengo tu moto en mi garaje.
Esta
noticia me distrajo.
—Se supone
que deberías haberla vendido. Le prometiste a Charlie que lo harías.
Le
supliqué a mi padre que se vendiera en atención a Jacob. Después de todo, él
había invertido semanas de trabajo en ambas motos y merecía algún tipo de
compensación, ya que si hubiera sido por Charlie, habría tirado la moto a un
contenedor. Y probablemente después le habría prendido fuego.
—Ah, sí,
claro. Como si yo pudiera hacer eso. Es tuya, no mía. De cualquier modo, la
conservaré hasta que quieras que te la devuelva.
Un pequeño
atisbo de la sonrisa que yo recordaba jugueteó con ligereza en las comisuras de
sus labios.
—Jake...
Se inclinó
hacia delante, con el rostro de repente lleno de interés, sin apenas sarcasmo.
Creo que
lo he estado haciendo mal hasta ahora, ya sabes, acerca de no volver a vernos
como amigos. Quizá podríamos apañarnos, al menos por mi parte. Ven a visitarme
algún día.
Me sentía
plenamente consciente de Edward, con sus brazos todavia en torno a mi cuerpo,
protegiéndome, e inmóvil como una piedra. Le lancé una mirada al rostro, que
aún seguía tranquilo, paciente.
—Esto,
yo... no sé, Jake.
Jacob
abandonó su fachada hostil por completo. Era casi como Inibiera olvidado de que
Edward estaba allí, o al menos como estuviera decidido a actuar así.
—Te echo
de menos todos los días, Bella. Las cosas no son lo mismo sin ti.
—Ya lo sé
y lo siento, Jake, yo sólo...
Él sacudió
la cabeza y suspiró.
—Lo sé. Después
de todo, no importa, ¿verdad? Supongo que sobreviviré o lo que sea. ¿A quién le
hacen falta amigos? —hizo una mueca de dolor, intentando disimularla bajo un
ligero barniz bravucón.
EI
sufrimiento de Jacob siempre había disparado mi lado protector. No era racional
del todo, ya que él difícilmente necesitaba el tipo de protección física que yo
le pudiera proporcionar, pero mis brazos, atrapados con firmeza bajo los de
Edward, ansiaban alcanzarle, para enredarse en torno a su cintura grande y
cálida en una silenciosa promesa de aceptación y consuelo.
Los brazos
protectores de Edward se habían convertido en un encierro.
—Venga, a
clase —una voz severa resonó a nuestras espaldas—. Póngase en marcha, señor
Crowley.
—Vete al
colegio, Jake —susurré, nerviosa, en el momento en que reconocí la voz del
director. Jacob iba a la escuela de los quileute, pero podría verse envuelto en
problemas por allanamiento de propiedad o algo así.
Edward me
soltó, aunque me cogió la mano y continuó interponiendo su cuerpo entre
nosotros.
El señor
Greene avanzó a través del círculo de espectadores, con las cejas protuberantes
como nubes ominosas de tormenta sobre sus ojos pequeños.
—¡He dicho
que ya! —amenazó—. Castigaré a todo el que me encuentre aquí mirando cuando me
dé la vuelta.
La
concurrencia se disolvió antes de que hubiera terminado la frase.
—Ah, señor
Cullen. ¿Qué ocurre aquí? ¿Algún problema?
—Ninguno,
señor Greene. íbamos ya de camino a clase.
—Excelente.
Creo que no conozco a su amigo —el director volvió su mirada fulminante a
Jacob—. ¿Es usted un estudiante del centro?
Los ojos
del señor Greene examinaron a Jacob y vi cómo llegaba a la misma conclusión que
todo el mundo: peligroso. Un chaval problemático.
—No
—repuso Jacob, con una sonrisita de suficiencia en sus gruesos labios.
—Entonces
le sugiero que se marche de la propiedad de la escuela rápido, jovencito, antes
de que llame a la policía.
La
sonrisita de Jacob se convirtió en una sonrisa en toda regla y supe que se
estaba imaginando a Charlie deteniéndole, pero su expresión era demasiado
amarga, demasiado llena de burla para satisfacerme. Ésa no era la sonrisa que
yo esperaba ver.
Jacob
respondió: «Sí, señor», y esbozó un saludo militar antes de montarse en su moto
y patear el pedal de arranque en la misma acera. El motor rugió y luego las
ruedas chirriaron cuando las hizo dar un giro cerrado. Jacob se perdió de vista
en cuestión de segundos.
El señor
Greene rechinó los dientes mientras observaba la escena. Señor Cullen, espero
que hable con su amigo para que no vuelva a invadir la propiedad privada.
—No es
amigo mío, señor Greene, pero le haré llegar la advertencia.
El señor
Greene apretó los labios. El expediente académico intachable de Edward y su
trayectoria impecable jugaban claramente a su favor en la valoración del
director respecto al incidente. Ya veo. Si tiene algún problema, estaré
encantado de...
—No hay de
qué preocuparse, señor Greene. No hay ningún gobierna.
—Espero
que sea así. Bien, entonces, a clase. Usted también, señorita Swan.
Edward
asintió y me empujó con rapidez hacia el edificio donde estaba el aula de
Lengua.
—¿Te
sientes bien como para ir a clase? —me susurró cuando dejamos atrás al
director.
—Sí
—murmuré en respuesta, aunque no estaba del todo segura de estar diciendo la
verdad.
Aunque si
me sentía o no bien, no era el tema más importante. Necesitaba hablar con
Edward cuanto antes y la clase de Lengua no era el sitio ideal para la
conversación que tenía en mente.
Pero no
había muchas otras opciones mientras tuviéramos al señor Greene justo detrás de
nosotros.
Llegamos
al aula un poco tarde y nos sentamos rápidamente en nuestros sitios. El señor
Berty estaba recitando un poema de Frost. Hizo caso omiso a nuestra entrada,
con el fin de que no se rompiera el ritmo de la declamación.
Arranqué
una página en blanco de mi libreta y comencé a escribir, con una caligrafía más
ilegible de lo normal debido a mi nerviosismo.
¿Que es lo
que ha pasado? Y no me vengas con el rollo protector, por favor.
Le pasé la
nota a Edgard. Él suspiró y comenzó a escribir. Le llevó menos tiempo que a mí,
aunque rellenó un párrafo entero con su caligrafía personal antes de deslizarme
el papel de vuelta.
Alice vio
regresar a Victoria. Te saque de la ciudad como simple precaución, aunque nunca
hubo oportunidad de que se acercara a ti de ningún modo. Emmett y Jasper
estuvieron a pundo de atraparla, pero ella tiene un gran instinto para huír. Se
escapó justo por la línea que marca la frontera con los licántropos de un modo
tan preciso como si la hubiera visto en un mapa. Tampoco ayudó que las
capacidades de Alice se vieran anuladas por la implicación de los quileute.
Para ser justo he de admitir que los quileute podían haberla atrapado también
si no hubiéramos estado nosotros de por medio. El lobo gris grande pensó que Emmett
había traspasado la línea y se puso a la defensiva. Desde luego, Rosalie entró
en acción y todo el mundo abandonó la casa para defender a sus compañeros.
Carlisle y
Jasper consiguieron calmar la situación antes de que se nos fuera de las manos.
Pero para entonces, Victoria se había escapado. Eso es todo.
Fruncí el
entrecejo ante lo que había escrito en la página. Todos ellos habían
participado en el asutno, Emmett, Jasper, Alice, Rosalie y Carlisle. Quizás
incluso haste Esme, aunque él no la había mencionada. Y además, Paul y el resto
de la manda de los quileute. No hubiera sido difícil convertir aquello en una
lucha encarnizada, que hubiera enfrentado a mi futura familia con mis viejos
amigos. Y cualquiera de ellos podría haber salído herido. Supuse que los lobos
habrían corrido más peligro, pero imaginarme a la pequeña Alica al lado de
alguno de aquellos gigantes licántropos, luchando...
Me
estremecí.
Cuidadosamente,
borré todo el párrafo con la goma y entonces escribí en la parte superior:
¿Y qué
pasa con Charlie? Victoria podria haber ido a por él.
Edward
estaba negando con la cabeza antes incluso de que terminara; resultaba obvio
que intentaba quitar importancia al peligro que Charlie podría haber corrido.
Levantó una mano, pero yo lo ignoré y continué escribiendo:
No puedes
saber qué pasa por la mente de Victoria, sencillamente porque no estabas aquí.
Florida fue una mala idea.
Me
arrebató el papel de las manos:
No iba a
dejarte marchar sola. Con la suerte que tienes, no habrían encontrado ni la
caja negra.
Eso no era
lo que yo quería decir en absoluto. Ni siquiera se me había ocurrido irme sin
él. Me refería a que habría sido mejor que nos hubiéramos quedado aquí los dos.
Pero su respuesta me distrajo y me molestó un poco. Como si yo no pudiera volar
a través del país sin provocar un accidente de avión. Muy divertido, claro.
Digamos
que mi mala suerte hiciera caer el avión. ¿Qué es exactamente lo que tú
hubieras podido hacer al respecto?
¿Por qué
tendría que estrellarse?
Ahora
intentaba disimular una sonrisa.
Los
pilotos podrían estar borrachos.
Facil.
Pilotaría el avión.
Claro.
Apreté los labios y lo intenté de nuevo.
Explotar
los dos motores y caemos en una espiral mortal hacia el suelo.
Esperaría
hasta que estuviéramos lo bastante cerca del suelo, te agarraría bien fuerte,
le daría una patada a la pared y saltaría. Luego, correría de nuevo hacia la
escena del accidente y nos tambalearíamos como los dos afortunados
supervivientes de la historia.
Le miré
sin palabras.
—¿Qué?
—susurró. Sacudí la cabeza, intimidada.
—Nada
—articulé las palabras sin pronunciarlas en voz alta. Di por terminada la
desconcertante conversación y escribí sólo una línea más.
La próxima
vez me lo contarás.
Sabía que
habría otra vez. El esquema se repetiría hasta que alguien perdiera.
Edward me
miró a los ojos durante un largo rato. Me pregunté qué aspecto tendría mi cara,
ya que la sentía fría, como si la sangre no hubiera regresado a mis mejillas.
Todavía tenía las pestañas mojadas.
Suspiró y
asintió sólo una vez.
Gracias.
El papel
desapareció de mis manos. Levanté la mirada, parpadeando por la sorpresa, para
encontrarme al señor Berty viniendo por el pasillo.
—¿Tiene
algo ahí que tenga que darme, señor Cullen?
Edward
alzó una mirada inocente y puso la hoja de papel encima de su carpeta.
—¿Mis
notas? —preguntó, con un tono lleno de confusión.
EI señor
Berty observó las anotaciones: una perfecta trascripcion de su lección, sin
duda, y se marchó con el ceño fruncido.
Más tarde,
en clase de Cálculo, la única en la que no estaba con Edward, escuché el
cotilleo.
—Apuesto a
favor del indio grandote —decía alguien.
Miré a
hurtadillas y vi a Tyler, Mike, Austin y Ben con las cabezas inclinadas y
juntas, conversando muy interesados.
—Vale
—susurró Mike— ¿Habéis visto el tamaño de ese chico, el tal Jacob? Creo que
habría podido con Cullen —Mike parecía encantado con la idea.
—No lo
creo —disintió Ben—. Edward tiene algo. Siempre está tan... seguro de sí mismo.
Me da la sensación de que más vale cuidarse de él.
—Estoy con
Ben —admitió Tyler—. Además, si alguien se metiera con Edward, ya sabéis que
aparecerían esos hermanos enormes que tiene...
—¿Habéis
ido por La Push últimamente? —preguntó Mike—. Lauren y yo fuimos a la playa
hace un par de semanas y creedme, los amigos de Jacob son todos tan
descomunales como él.
—Uf
—intervino Tyler—. Menos mal que esto ha terminado sin que la sangre llegara al
río. Ojalá no averigüemos cómo podría haber acabado la cosa.
—Pues si
hubiera leña, a mí no me importaría echar una ojeada —dijo Austin—. Quizá deberíamos
ir a ver.
Mike
esbozó una amplia sonrisa.
—¿Alguien
está de humor para apostar?
—Diez por
Jacob —propuso Austin rápidamente.
—Diez a
Cullen —replicó Tyler.
—Diez a
Edward —imitió Ben.
—Apuesto
por Jacob —intervino Mike.
—Bueno,
chicos, ¿y alguien sabe de qué iba el asunto? —se preguntó Austin—. Eso podría
afectar a las probabilidades.
—Puedo
hacerme una idea —apuntó Mike, y entonces lanzó una mirada en mi dirección al
mismo tiempo que Ben y Tyler.
Colegí de
sus expresiones que ninguno se había dado cuenta de que estaba a una distancia
en la que era fácil oírles. Todos apartaron la mirada con rapidez, removiendo
los papeles en los pupitres.
—Mantengo
mi apuesta por Jacob —musitó Mike entre dientes.
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