Rosalie
vaciló en la entrada con la indecisión escrita en aquellos rasgos arrebatadores.
—Por
supuesto —repliqué. Mi voz fue una octava más alta de la cuenta a causa de la
sorpresa—. Entra.
Me
incorporé y me deslicé a un extremo del sofá para hacerle sitio. Sentí un
retortijón en el estómago cuando el único miembro de la familia Cullen al que
no le gustaba se acercó en silencio para sentarse en el espacio libre que le
había dejado. Intenté imaginar la razón por la que quería verme, pero no tenía
la menor idea.
—¿Te
importa que hablemos un par de minutos? —me premunió—. No te habré despertado
ni nada por el estilo, ¿verdad? Su mirada fue de la cama, despojada del
cobertor y la almohada, a mi sofá.
—No,
estaba despierta. Claro que podemos hablar —me pregunté si sería capaz de
advertir la nota de alarma de mi voz con la misma claridad que yo.
Rió con
despreocupación. Sus carcajadas repicaron como un coro de campanas.
—Edward no
suele dejarte sola —dijo—, y he pensado que haria bien en aprovechar la
ocasión.
¿Qué
querría contarme para que no pudiera decirlo delante de su hermano? Enrosqué y
desenrosqué las manos en el extremo del cobertor.
—Por
favor, no pienses que interfiero por crueldad —imploró ella con voz gentil.
Cruzó los brazos sobre su regazo y clavó la vista en el suelo mientras
hablaba—. Estoy segura de haber herido bastante tus sentimientos en el pasado,
y no quiero hacerlo de nuevo.
—No te
preocupes, Rosalie. Soy fuerte. ¿Qué pasa?
Ella rió
una vez más; parecía extrañamente avergonzada.
—Pretendo
explicarte las razones por las que, en mi opinión, deberías conservar tu
condición humana, y por qué yo intentaria seguir siéndolo si estuviera en tu
lugar.
—Ah.
Sonrió
ante mi sorpresa; luego, suspiró.
—¿Te contó
Edward qué fue lo que me condujo a esto? —pregunto al tiempo que señalaba su
glorioso cuerpo inmortal con un gesto.
Hice un
lento asentimiento. De pronto, me sentí triste.
—Me dijo
que se pareció a lo que estuvo a punto de sucederme aquella vez en Port
Angeles, sólo que no había nadie para salvarte —me estremecí al recordarlo.
—¿De veras
es eso lo que te contó? —inquirió.
—Sí —contesté
perpleja y confusa—. ¿Hay más?
Alzó la
mirada y me sonrió con una expresión dura y amarga, y apabullante a pesar de
todo.
—Sí, sí lo
hay —respondió.
Aguardé
mientras contemplaba el exterior a través de la ventana. Parecía intentar
calmarse.
—¿Te gustaría
oír mi historia, Bella? No tiene un final feliz, pero ¿cuál de nuestras
existencias lo tiene? Estaríamos debajo de una lápida si hubiéramos tenido un
desenlace afortunado.
Asentí,
aunque me aterró el tono amenazante de su voz.
—Yo vivía
en un mundo diferente al tuyo, Bella. Mi sociedad era más sencilla. En 1933, yo
tenía dieciocho años, era guapa y mi vida, perfecta.
Contemplo
las nubles plateadas a través de la ventana con expresión ausente.
—Mi
familia era de clase media. Mi padre tenía un empleo estable en un banco. Ahora
comprendo que estaba muy pagado de si mismo, ya que consideraba su prosperidad
como resultado de su talento y el trabajo duro en vez de admitir el papel
desempeñado por la fortuna. Yo lo tenía todo garantizado en aquel entonces y en
mi casa parecía como si la Gran Depresión no fuera más que un rumor molesto.
Veía a los menesterosos, por supuesto, a los que no eran tan afortunados, pero
me dejaron crecer con la sensación de que ellos mismos se habían buscado sus
problemas.
»La tarea de
mi madre consistía en atender las labores del hogar, a mí misma y a mis dos
hermanos pequeños por ese mismo orden. Resultaba evidente que yo era tanto su
prioridad como la favorita. En aquel entonces no lo comprendía del todo, pero
siempre tuve la vaga noción de que mis padres no estaban satisfechos con lo que
tenían, incluso aunque poseyeran mucho más que los demás. Deseaban más y tenían
aspiraciones sociales... Supongo que podía considerárseles unos arribistas.
Estimaban mi belleza como un regalo en el que veían un potencial mucho mayor
que yo.
»Ellos no
estaban satisfechos, pero yo sí. Me encantaba ser Rosalie Hale y me complacía
que los hombres me miraran a donde quiera que fuera desde que cumplí los doce
años. Me encantaba que mis amigas suspiraran de envidia cada vez que tocaban mi
cabello. Que mi madre se enorgulleciera de mí y a mi padre le gustaba comprarme
vestidos nuevos me hacía feliz.
»Sabía qué
quería de la vida y no parecía existir obstáculo alguno que me impidiera
obtenerlo. Deseaba ser amada, adorada, celebrar una boda por todo lo alto, con
la iglesia llena de flores y caminar por el pasillo central del brazo de mi
padre. Estaba segura de ser la criatura más hermosa del mundo. Necesitaba
despertar admiración tanto o más que respirar, Bella. Era tonta y frivola, pero
estaba satisfecha —sonrió, divertida por su propia afirmación—. La influencia
de mis padres había sido tal que también anhelaba las cosas materiales de la
vida.
»Quería
una gran casa llena de muebles elegantes cuya limpieza estuviera a cargo de
otros y una cocina moderna donde guisaran los demás. Como te he dicho, era una
chica frivola, joven y superficial. Y no veía razón alguna por la que no
debiera conseguir esas cosas.
»De todo
cuanto quería, tenía pocas cosas de verdadera valía pero había una en
particular que sí lo era: mi mejor amiga, una chica llamada Vera, que se casó a
los diecisiete años con un hombre que mis padres jamás habrían considerado
digno de mí: un carpintero. Al año siguiente tuvo un hijo, un hermoso bebé con
hoyuelos y pelo ensortijado. Fue la primera vez en toda mi vida que sentí
verdaderos celos de alguien.
Me lanzó
una mirada insondable.
—Era una
época diferente. Yo tenía los mismos años que tú ahora, pero ya me hallaba
lista para todo eso. Me moría de ganas por tener un hijo propio. Quería mi
propio hogar y un marido que me besara al volver del trabajo, igual que Vera,
sólo que yo tenía en mente otro tipo de casa muy distinta.
Me
resultaba difícil imaginar el mundo que Rosalie había conocido. Su relato me
parecía más propio de un cuento de hadas que de una historia real. Me sorprendí
al percatarme de que ese mundo estaba muy cerca del de Edward cuando éste era
humano, que era la sociedad en que había crecido. Mientras Rosalie permanecía
sentada en silencio, me pregunté si mi siglo le parecía a Edward tan
desconcertante como a mí el de Rosalie.
Mi
acompañante suspiró y continuó hablando, pero esta vez lo hizo con una voz
diferente, sin rastro alguno de nostalgia.
En
Rochester había una familia regia, apellidada, no sin cierta ironia, King.
Royce King era el propietario del banco en el que trabajaba mi padre y de casi
todos los demás negocios realmente rentables del pueblo. Así fue como me vio
por vez primera su hiijo, Royce King II —frunció los labios al pronunciar el
nombre, como si lo soltara entre dientes—. Iba a hacerse cargo del banco, por
lo que comenzó a supervisar los diferentes puestos de trabajo. Dos días
después, a mi madre se le olvidó de modo muy oportuno darle a mi padre el
almuerzo. Recuerdo mi confusión cuando insistió en que llevara mi vestido
blanco de organzay me alisó el cabello sólo para ir al banco.
Rosalie se
rió sin alegría.
—Como todo
el mundo me miraba, no me había fijado especialmente en él, pero esa noche me
envió la primera rosa. Me mandó un ramo de rosas todas las noches de nuestro
noviazgo hasta el punto de que mi cuarto terminó abarrotado de ramilletes y yo
olía a rosas cuando salía de casa.
»Royce era
apuesto, tenía el cabello más rubio que el mío y ojos de color azul claro.
Decía que los míos eran como las violetas, y luego empezó ese show de las rosas
y todo lo demás.
»Mis
padres aprobaron esa relación con gusto, y me quedo corta todo lo que ellos
habían soñado y Royce parecía ser todo lo que yo había soñado. El príncipe de
los cuentos de hadas habia venido para convertirme en una princesa. Era cuanto
quería, y no menos de lo que esperaba. Nos comprometimos antes de que
transcurrieran dos meses de habernos conocido.
»No
pasábamos mucho tiempo a solas el uno con el otro. Royce me explicó que tenía
muchas responsabilidades en el trabajo y cuando estábamos juntos le complacía
ser visto conmigo del brazo, lo cual también me gustaba a mí. Hubo vestidos
preciosos y muchas fiestas y bailes, ya que todas las puertas estaban abiertas
y todas las alfombras rojas se desenrollaban para recibirte cuando eras un
King.
»No fue un
noviazgo largo, pues se adelantaron los planes para la más fastuosa de las
bodas, que iba a ser todo cuanto yo había querido siempre, lo cual me hacía
enormemente dichosa. Ya no me sentía celosa cuando llamaba a Vera. Me imaginaba
a mis hijos, unos niños de pelo rubio, jugando por los enormes prados de la
finca de los King y la compadecía.
Rosalie
enmudeció de pronto y apretó los dientes, lo cual me sacó de la historia y me
indicó que la parte espantosa estaba cerca. No había final feliz, tal y como
ella me había anunciado. Me pregunté si ésa era la razón por la que había mucha
más amargura en ella que en los demás miembros de su familia, porque ella había
tenido al alcance de la mano todo cuanto quería cuando se truncó su vida
humana.
—Esa noche
yo estaba en el hogar de Vera —susurró Rosalie. Su rostro parecía liso como el
mármol, e igual de duro—. El pequeño Henry era realmente adorable, todo
sonrisas y hoyuelos... Empezaba a andar por su propia cuenta. Al marcharme,
Vera que llevaba al niño en brazos, y su esposo me acompañaron hasta la puerta.
El rodeó su cintura con el brazo y la besó en la mejilla cuando pensó que yo no
estaba mirando. Eso me molestó. No se parecía al modo en que Royce me besaba,
él no se mostraba tan dulce. Descarté ese pensamiento. Royce era mi príncipe y
algún día yo sería la reina.
Resultaba
arduo percibirlo a la luz de la luna, pero el rostro de Rosalie, blanco como el
hueso, me pareció aún más pálido.
—Las
farolas ya estaban encendidas, pues las calles estaban a oscuras. No me había
dado cuenta de lo tarde que era —prosiguió un un susurro apenas audible—.
También hacía mucho, mucho frío a pesar de ser finales de abril. Faltaba una
semana para la ceremonia y me preocupaba el tiempo mientras volvía
apresuradamente a casa... Me acuerdo con toda claridad. Recuerdo cada uno de
los detalles de esa noche. Me aferré a ellos... al principio, para no pensar en
nada más. Y ahora también, para tener algo a lo que agarrarme cuando tantos
recuerdos agradables han desaparecido por completo... —suspiró y retomó el hilo
en susurros—. Si, me preocupaba la meteorología porque no quería celebrar la
ceremonia bajo techo.
»Los oí
cuando me hallaba a pocas calles de mi casa. Se trataba de un grupo de hombres
situados debajo de una farola rota que soltaban fuertes risotadas. Estaban
ebrios. Me asaltó el deseo de llamar a mi padre para que me acompañara a casa,
pero me pareció una tontería al encontrarme tan cerca. Entonces, él gritó mi
nombre.
»—¡Rose!
—dijo.
»Los demás
echaron a reír como idiotas.
»No me
había dado cuenta de que los borrachos iban tan bien vestidos. Eran Royce y
varios de sus amigos, hijos de otros adinerados.
»—¡Aquí
está mi Rose! —gritó mi prometido al tiempo que se carcajeaba con los demás, y
parecía igual de necio—. Llegas tarde. Estamos helados, nos has tenido
esperándote demasiado tiempo.
«Nunca
antes le había visto borracho. Había bebido de vez en cuando en los brindis de
las fiestas. Me había comentado que no le gustaba el champán. No había
comprendido que prefería las bebidas mucho más fuertes.
«Tenía un
nuevo amigo, el amigo de un amigo, un tipo llegado desde Atlanta.
»—¿Qué te
dije, John? —se pavoneó al tiempo que me aferraba por el brazo y me acercaba a
ellos—. ¿No es más adorable que todas tus beldades de Georgia?
»El tal
John era un hombre moreno de cabellos negros. Me estudió con la mirada como si
yo fuera un caballo que fuera a comprar.
»—Resulta
difícil decirlo —contestó arrastrando las palabras—. Está totalmente tapada.
»Se
rieron, y Royce con ellos.
»De
pronto, Royce me tomó de los hombros y rasgó la chaqueta, que era un regalo
suyo, haciendo saltar los botones de latón. Se desparramaron todos sobre la
acera.
»—¡Muéstrale
tu aspecto, Rose!
»Se
desternilló otra vez y me quitó el sombrero de la cabeza. Los alfileres estaban
sujetos a mi cabello desde las raíces, por lo que grité de dolor, un sonido que
pareció del agrado de todos.
Rosalie me
miró de pronto, sorprendida, como si se hubiera olvidado de mi presencia. Yo
estaba segura de que las dos teníamos el rostro igual de pálido, a menos que yo
me hubiera puesto verde de puro mareo.
—No voy a
obligarte a escuchar el resto —continuó bajito—. Quedé tirada en la calle y se
marcharon dando tumbos entre carcajadas. Me dieron por muerta. Bromeaban con
Royce, diciéndole que iba a tener que encontrar otra novia. Él se rió y
contestó que antes debía aprender a ser paciente.
«Aguardé
la muerte en la calle. Era tanto el dolor que me sorprendió que me importunara
el frío de la noche. Comenzó a nevar y me pregunté por qué no me moría.
Aguardaba este hecho con impaciencia, para así acabar con el dolor, pero
tardaba demasiado...
»Carlisle
me encontró en ese momento. Olfateó la sangre y acudió a investigar. Recuerdo
vagamente haberme enfadado con él cuando noté cómo trabajaba con mi cuerpo en
su intento de salvarme la vida. Nunca me habían gustado el doctor Cullen, ni su
esposa, ni el hermano de ésta, pues por tal se hacía pasar Edward en aquella
época. Me disgustaba que los tres fueran más apuestos que yo, sobre todo los
hombres, pero ellos no hacían vida social, por lo que sólo los había visto en
un par de ocasiones.
»Pensé que
iba a morir cuando me alzó del suelo y me llevó en volandas. Íbamos tan deprisa
que me dio la impresión de que volábamos. Me horrorizó que el suplicio no
terminara...
»Entonces,
me hallé en una habitación luminosa y caldeada. Me dejé llevar y agradecí que
el dolor empezara a calmarse, pero de inmediato algo punzante me cortó en la
garganta, las muñecas y los tobillos. Aullé de sorpresa, creyendo que el doctor
me traía a la vida para hacerme sufrir más. Luego, una quemazón recorrió mi
cuerpo y ya no me preocupé de nada más. Imploré a Carlisle que me matara e hice
lo mismo cuando Esme y Edward regresaron a la casa. Carlisle se sentó a mi
lado, me tomó la mano y me dijo que lo sentía mientras prometía que aquello iba
a terminar. Me lo contó todo; a veces, le escuchaba. Me dijo qué era él y en
qué me iba a convertir yo. No le creí. Se disculpó cada vez que yo chillaba.
»A Edward
no le hizo ninguna gracia. Recuerdo haberles escuchado discutir sobre mí. A
veces, dejaba de gritar, ya que no me hacia ningún bien.
»—¿En qué
estabas pensando, Carlisle? —espetó Edward—. Rosalie Hale?
Rosalie
imitó a la perfección el tono irritado de Edward.
—No me
gustó la forma en que pronunció mi nombre, como si hubiera algo malo en mí.
»—No podía
dejarla morir —replicó Carlisle en voz baja—. Era demasiado... horrible, un
desperdicio enorme...
»—Lo sé
—respondió.
»Pensé que
le quitaba importancia. Eso me enfadó. Por aquel entonces, yo no sabía que él
era capaz de ver lo que Carlisle estaba contemplado.
»—Era una
pérdida enorme. No podía dejarla allí —repitió Carlisle en voz baja.
»—Por
supuesto que no —aceptó Esme.
»—Todos
los días muere gente —le recordó Edward con acritud—, y ¿no crees que es
demasiado fácil reconocerla? La familia King va a organizar una gran búsqueda
para que nadie sospeche de ese desalmado —refunfuñó.
»Me
complació que estuvieran al tanto de la culpabilidad de Royce.
»No me
percaté de que casi había terminado, de que cobraba nuevas fuerzas y de que por
eso era capaz de concentrarme en su conversación. El dolor empezaba a
desaparecer de mis dedos.
»—¿Qué
vamos a hacer con ella? —inquirió Edward con repulsión, o al menos ésa fue mi
impresión.
»Carlisle
suspiró.
»—Eso
depende de ella, por supuesto. Quizá prefiera seguir su propio camino.
»Yo había
entendido de sus explicaciones lo suficiente para saber que mi vida había
terminado y que no la iba a recuperar. No soportaba la perspectiva de quedarme
sola.
»El dolor
pasó al fin y ellos volvieron a explicarme qué era. En esta ocasión les creí.
Experimenté la sed y noté la dureza de mi piel. Vi mis brillantes ojos rojos.
«Frivola
como era, me sentí mejor al mirarme en el espejo por primera vez. A pesar de
las pupilas, yo era la cosa más hermosa que había visto en la vida —Rosalie se
rió de sí misma por un instante—. Tuvo que pasar algún tiempo antes de que
comenzara a inculpar de mis males a la belleza, una maldición, y desear haber
sido... bueno, fea no, pero sí normal, como Vera. En tal caso, me podría haber
casado con alguien que me amara de verdad y haber criado hijos hermosos, pues
eso era lo que, en realidad, quería desde el principio. Sigo pensando que no es
pedir demasiado.
Permaneció
meditativa durante un momento. Creí que se habia vuelto a olvidar de mi
presencia, pero entonces me sonrió con expresión súbitamente triunfal.
—¿Sabes?
Mi expediente está casi tan limpio como el de Carlisle —me dijo—. Es mejor que
el de Esme y mil veces superior al de Edward. Nunca he probado la sangre humana
—anunció con orgullo.
Comprendió
la perplejidad de mi expresión cuando le pregunte por qué su expediente estaba
«casi tan» limpio.
—Maté a
cinco hombres —admitió, complacida de sí misma— si es que merecen tal nombre,
pero tuve buen cuidado de no derramar su sangre, sabedora de que no sería capaz
de resistirlo. No quería nada de ellos dentro mí, ya ves.
«Reservé a
Royce para el final. Esperaba que se hubiera enterado de las muertes de sus
amigos y comprendiera lo que se le avecinaba. Confiaba en que el miedo
empeorara su muerte. Me parece que dio resultado. Cuando le capturé, se
escondía dentro de una habitación sin ventanas, detrás de una puerta tan gruesa
como una cámara acorazada, custodiada en el exterior por un par de hombres
armados. ¡Uy...! Fueron siete homicidios... —se corrigió a sí misma—. Me había
olvidado de los guardias. Sólo necesité un segundo para deshacerme de ellos.
»Fue
demasiado teatral y lo cierto es que también un poco infantil. Yo lucía un
vestido de novia robado para la ocasión. Chilló al verme. Esa noche gritó
mucho. Dejarle para el final resultó una medida acertada, ya que me facilitó un
mayor autocontrol y pude hacer que su muerte fuera más lenta.
Dejó de
hablar de repente y clavó sus ojos en mí.
—Lo siento
—se disculpó con una nota de disgusto en la voz—. Te he asustado, ¿verdad?
—Estoy
bien —le mentí.
—Me he
dejado llevar.
—No te
preocupes.
—Me
sorprende que Edward no te contara nada a este respecto.
—Le
disgusta hablar de las historias de otras personas. Le parece estar
traicionando su confianza, ya que él se entera de más cosas de las que pretende
cuando «escucha» a los demás.
Ella
sonrió y sacudió la cabeza.
—Probablemente
voy a tener que darle más crédito. Es bastante decente, ¿verdad?
—Eso me
parece.
—Te lo
puedo asegurar —luego, suspiró—. Tampoco he sido muy justa contigo, Bella. ¿Te
lo ha contado o también ha sido reservado?
—Me dijo
que tu actitud se debía a que yo era humana. Me explicó que te resultaba más
difícil que al resto aceptar que alguien de fuera estuviera al tanto de vuestro
secreto.
La musical
risa de Rosalie me interrumpió.
—Ahora me
siento en verdad culpable. Se ha mostrado mucho, mucho más cortés de lo que me
merezco —parecía más cariñosa cuando se reía, como si hubiera bajado una
guardia que hubiera mantenido en mi presencia hasta ese instante—. ¡Qué trolero
es este chico!
Se
carcajeó una vez más.
—¿Me ha
mentido? —inquirí, súbitamente recelosa.
—Bueno,
eso quizá resulte exagerado. No te lo ha contado todo. Lo que te dijo es
cierto, más cierto ahora de lo que lo fue antes. Sin embargo, en su momento...
—enmudeció y rió entre dientes, algo nerviosa—. Es violento. Ya ves, al
principio, yo estaba celosa porque él te quería a ti y no a mí.
Un
estremecimiento de pánico recorrió mi cuerpo al oír sus palabras. Ahí sentada,
bañada por una luz plateada, era más hermosa que cualquier otra cosa que yo
pudiera imaginar. Yo no podía competir con Rosalie.
—Pero tú
amas a Emmett... —farfullé.
Ella
cabeceó adelante y atrás, divertida por la ocurrencia.
—No amo a
Edward de ese modo, Bella, no lo he hecho nunca. Le he querido como a un
hermano, pero me ha irritado desde el primer momento en que le oí hablar,
aunque has de entenderlo... Yo estaba acostumbrada a que la gente me quisiera y
él no se interesaba por mí ni una pizquita. Al principio, me frustró e incluso
me ofendió, pero no tardó mucho en dejar de molestarme al ver que Edward nunca
amaba a nadie. No mostró la menor preferencia ni siquiera la primera vez que
nos encontramos con todas esas mujeres del clan de Tanya en Denali. Y entonces
te conoció a ti.
Me miró
con turbación. Yo sólo le prestaba atención a medias. Pensaba en Edward, en
Tanya y en «todas esas mujeres» y fruncí los labios hasta que formaron un trazo
grueso.
—No es que
no seas guapa, Bella —añadió, malinterpretando mi expresión—, pero te encontró
más hermosa que a mí... Soy más vanidosa de lo que pensaba.
—Pero tú
has dicho «al principio». Ahora ya no te molesta, ¿no? quiero decir, las dos
sabemos que tú eres la más agraciada del planeta.
Me reí al
tener que decirlo. ¡Era tan obvio...! Resultaba extraño que Rosalie necesitase
esas palabras de confirmación. Ella también se unió a mis risas.
—Gracias,
Bella, y no, la verdad es que ya no me molesta. Edward siempre ha sido un
poquito raro —volvió a reírse.
—Pero aún
sigo sin gustarte —susurré.
Su sonrisa
se desvaneció.
—Lo
lamento.
Permanecimos
allí sentadas, en silencio, y ella parecía poco predispuesta a continuar
hablando.
—¿Vas a
decirme la razón? ¿He hecho algo...?
¿Estaba
enfadada por poner en peligro una y otra vez a su familia, a Emmett? Primero
James; ahora, Victoria...
—No, no
has hecho nada —murmuró—. Aún no.
La miré,
perpleja.
—¿No lo
entiendes, Bella? —de pronto, su voz se volvió más apasionada que antes,
incluso que cuando relataba su desdichada historia—. Tú ya lo tienes todo. Te
aguarda una vida por delante..., todo lo que yo quería, y vas a desperdiciarla.
¿No te das cuenta de que yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar? Tú has
efectuado la elección que yo no pude hacer, ¡y has elegido mal!
Me
estremecí y retrocedí ante la ferocidad de su expresión. Apreté los labios con
fuerza cuando me percaté de que me había quedado boquiabierta.
Ella me contempló
fijamente durante un buen rato y el fulgor de sus ojos disminuyó. De pronto, se
avergonzó.
—¡Y yo que
estaba segura de poder hacer esto con calma! —sacudió la cabeza. El torrente de
emociones parecía haberla dejado confusa—. Supongo que sólo es porque ahora
resulta más duro que antes, cuando era una pura cuestión de vanidad.
Contempló
la luna en silencio. Al cabo de unos instantes me atreví a romper su
ensimismamiento.
—¿Te
caería mejor si eligiera continuar siendo humana?
Ella se
volvió hacia mí con los labios curvados en un amago de sonrisa.
—Quizá.
—En todo
caso, tu historia sí tiene algo de final feliz —le recorrdé—. Tienes a Emmett.
—Le tengo
a medias —sonrió—. Sabes que salvé a Emmett de un oso que le había atacado y
herido, y le arrastré hasta el hogar de Carlisle, pero ¿te imaginas por qué
impedí que el oso le devorara? —negué con la cabeza—. Sus rizos negros y los
hoyuelos, visibles incluso a pesar de la mueca de dolor, conferian a sus
facciones una extraña inocencia fuera de lugar en un varón adulto... Me
recordaba a Henry, el pequeño de Vera. No quería que muriera, a pesar de lo
mucho que odiaba esta vida. Fuí lo bastante egoísta para pedirle a Carlisle que
le convirtiera para mí.
»Tuve más
suerte de la que me merecía. Emmett es todo lo que habría pedido si me hubiera
conocido lo bastante bien como para saber de mis carencias. Él es exactamente
la clase de persona adecuada para alguien como yo y, por extraño que pueda
parecer, también él me necesitaba. Esa parte funciona mejor de lo que cabía
esperar, pero sólo vamos a estar nosotros dos, no va a haber nadie más. Jamás
me voy a sentar en el porche, con él a mi lado, y ya con canas, rodeada de mis
nietos.
Ahora su
sonrisa fue amable.
—Quizá te
parezca un poco estrambótico, ¿a que sí? En cierto sentido, tú eres mucho más
madura que yo a los dieciocho, pero por otra parte, hay muchas cosas que no te
has detenido a considerar con detenimiento. Eres demasiado joven para saber qué
vas a desear dentro de diez o quince años, y lo bastante inexperta como para
darlo todo sin pensártelo. No te precipites con aquello que es irreversible,
Bella.
Me palmeó
la cabeza, pero el gesto no era de condescendencia. Suspiré.
—Tú sólo
piénsatelo un poco. No se puede deshacer una vez que esté hecho. Esme va tirando
porque nos usa a nosotros como sucedáneo de los hijos que no tiene y Alice no
recuerda nada de su existencia humana, por lo que no la echa de menos. Sin
embargo, tú sí vas a recordarla. Es mucho a lo que renuncias.
Pero
obtengo más a cambio, pensé, aunque me callé.
—Gracias,
Rosalie. Me alegra conocerte más para comprenderte mejor.
—Te pido
disculpas por haberme portado como un monstruo —esbozó una ancha sonrisa—.
Intentaré comportarme mejor de ahora en adelante.
Le devolví
la sonrisa.
Aún no
éramos amigas, pero estaba segura de que no me iba a odiar tanto.
—Ahora voy
a dejarte para que duermas —lanzó una mirada a la cama y torció la boca—. Sé
que estás descontenta porque te mantenga encerrada de esta manera, pero no le
hagas pasar un mal rato cuando regrese. Te ama más de lo que piensas. Le aterra
alejarse de ti —se levantó sin hacer ruido y se dirigió hacia la puerta
sigilosa como un espectro—. Buenas noches, Bella —susurró mientras la cerraba
al salir.
—Buenas
noches, Rosalie —murmuré un segundo tarde.
Después de
eso, me costó mucho conciliar el sueño...
... y tuve
una pesadilla cuando me dormí. Recorría muy despacio las frías y oscuras
baldosas de una calle desconocida bajo una suave cortina de nieve. Dejaba un
leve rastro sanguinolento detrás de mí mientras un misterioso ángel de largas
vestiduras blancas vigilaba mi avance con gesto resentido.
Aliee me
llevó al colegio a la mañana siguiente mientras yo, malhumorada, miraba
fijamente por el parabrisas. Estaba falta de sueño y eso sólo aumentaba la irritación
que me provocaba mi encierro.
—Esta
noche saldremos a Olympia o algo así —me prometio—. Será divertido, ¿te
parece...?
—¿Por qué
no me encierras en el sótano y te dejas de paños calientes? —le sugerí.
Alice
torció el gesto.
—Va a
pedirme que le devuelva el Porsche por no hacer un buen trabajo. Se suponía que
debías pasártelo bien.
—No es
culpa tuya —murmuré; en mi fuero interno, no podía creer que me sintiera
culpable—. Te veré en el almuerzo.
Anduve
penosamente hasta clase de Lengua. Tenía garantizado que el día iba a ser
insoportable sin la compañía de Edward. Permanecí enfurruñada durante la
primera clase, bien consciente de que mi actitud no ayudaba en nada.
Cuando
sonó la campana, me levanté sin mucho entusiasmo. Mike me esperaba a la salida,
el tiempo que mantenía abierta la puerta.
—¿Se va
Edward de excursión este fin de semana? —me preguntó con afabilidad mientras
caminábamos bajo un fino chirimiri.
—Sí.
—¿Te
apetece hacer algo esta noche?
¿Cómo era
posible que aún albergara esperanzas?
—Imposible,
tengo una fiesta de pijamas —refunfuñé. Me dedicó una mirada extraña mientras
ponderaba mi estado de ánimo.
—¿Quiénes
vais a...?
Detrás de
nosotros, un motor bramó con fuerza en algún punto del aparcamiento. Todos
cuantos estaban en la acera se volvieron para observar con incredulidad cómo
una estruendosa moto negra llegaba hasta el límite de la zona asfaltada sin
aminorar el runrún del motor.
Jacob me
urgió con los brazos.
—¡Corre,
Bella! —gritó por encima del rugido del motor.
Me quedé
allí clavada durante un instante antes de comprender.
Miré a
Mike de inmediato y supe que sólo tenía unos segundos.
¿Hasta
dónde sería capaz de ir Alice para refrenarme en público?
—Di que me
he sentido mal repentinamente y me he ido a casa, ¿de acuerdo? —le dije a Mike,
con la voz llena de repentino entusiasmo.
—Vale
—murmuró él.
Le
pellizqué la mejilla y le dije a voz en grito mientras me alejaba a la carrera:
—Gracias,
Mike. ¡Te debo una!
Jacob
aceleró la moto sin dejar de sonreír. Salté a la parte posterior del asiento,
rodeé su cintura con los brazos y me aferré con fuerza.
Atisbé de
refilón a Alice, petrificada en la entrada de la cafetería, con los ojos
chispeando de furia y los labios fruncidos, dejando entrever los dientes.
Le dirigí
una mirada de súplica.
A
continuación salimos disparados sobre el asfalto tan deprísa que tuve la
impresión de que me dejaba atrás el estómago.
—¡Agárrate
fuerte! —gritó Jacob.
Escondí el
rostro en su espalda mientras él dirigía la moto hacia la carretera. Sabía que
aminoraría la velocidad en cuanto llegásemos a la orilla del territorio
quileute. Lo único que debía hacer hasta ese momento era no soltarme. Rogué en
silencio para que Alice no nos siguiera y que a Charlie no se le ocurriera
pasar a verme...
Fue muy
evidente el momento en que llegamos a zona segura. La motocicleta redujo la
velocidad y Jacob se enderezó y aulló entre risas. Abrí los ojos.
—Lo
logramos —gritó—. Como fuga de la cárcel no está mal, ¿A qué no?
—Bien
pensado, Jake.
—Me acordé
de tus palabras. Esa sanguijuela psíquica era incapaz de predecir lo que yo iba
a hacer. Me alegra que no pensara esto o de lo contrario no te hubiera dejado
venir al instituto.
—No se me
pasó por la cabeza.
Lanzó una
carcajada triunfal.
—;Qué
quieres hacer hoy?
Respondí
con otra risa.
¡Cualquier
cosa!
¡Qué
estupendo era ser libre!
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