—Lo mismo
que te ocurrió a ti en la mano —contestó Jasper con voz serena—, sólo que mil
veces más —soltó una risotada amarga y se frotó el brazo—. La ponzoña de
vampiro es lo único capaz de dejar cicatrices como las mías.
—¿Por qué?
—jadeé horrorizada.
Me sentía
grosera, pero era incapaz de apartar la mirada de su piel, de un aspecto tan
sutil y a la vez tan devastador.
—Yo no he
tenido la misma... crianza que mis hermanos de adopción. Mis comienzos fueron
completamente distintos —su voz se tornó dura cuando terminó de hablar. Me
quedé boquiabierta, apabullada—. Antes de que te cuente mi historia —continuó
Jasper—, debes entender que hay lugares en nuestro mundo, Bella, donde el ciclo
vital de los que nunca envejecen se cuenta por semanas, y no por siglos.
Los otros
ya habían oído antes la historia, por lo que se desentendieron de la misma.
Carlisle y Emmett centraron su atención en la televisión. Alice se movió con
sigilo para sentarse a los pies de Esme.
Edward
permaneció tan absorto como yo; sólo que podía sentir el escrutinio de sus ojos
en mi rostro, leyendo cada estremecimiento provocado por la emoción.
—Si
quieres entender la razón, has de cambiar tu concepción del mundo e imaginarlo
desde la óptica de los poderosos, de los voraces... o de aquellos cuya sed
jamás se sacia.
»Como
sabes, algunos lugares del mundo resultan especialmente deseables para nosotros
porque en ellos podemos pasar desapercibidos sin necesidad de demasiadas
restricciones.
»Hazte una
idea, por ejemplo, del mapa del hemisferio occidental. Imagina un punto rojo
simbolizando cada vida humana. Cuanto mayor es el número de puntos rojos, más
sencillo será alimentarse sin llamar la atención, es decir, para quienes
vivimos de este modo.
Me
estremecí ante la imagen en mi mente y ante la palabra «alimentarse», pero
Jasper no parecía interesado en asustarme ni se mostraba demasiado protector,
como solía hacer siempre Edward. Continuó sin hacer ninguna pausa.
—A los
aquelarres sureños apenas les preocupa ser o no descubiertos por los humanos.
Son los Vulturis quienes los meten en vereda. No temen a nadie más. Ya nos
habrían sacado a la luz de no ser por ellos.
Fruncí el
ceño por el modo en que pronunciaba el nombre, con respeto, casi con gratitud.
Me resultaba muy difícil aceptar la idea de los Vulturis como los buenos de la
película, fuera en el sentido que fuera.
—En
comparación, el norte es mucho más civilizado. Fundamentalmente, aquí somos
nómadas que disfrutamos del día tanto como de la noche, lo que nos permite
interactuar con los humanos sin levantar sospecha alguna. El anonimato es
importante para todos nosotros.
»El sur es
un mundo diferente. Allí, los inmortales pasan el día planeando su siguiente
movimiento o anticipando el de sus enemigos, y sólo salen de noche; y es que
allí ha habido guerra constante durante siglos, sin un solo momento de tregua.
Ios aquelarres apenas son conscientes de la existencia de los humanos, o lo son
igual que los soldados cuando ven una manada de vacas en el camino. El hombre
nada más es comida disponible, de la que se ocultan exclusivamente por temor a
los Vulturis.
—Pero ¿por
qué luchan? —pregunté.
Jasper
sonrió.
—¿Recuerdas
el mapa con los puntos rojos? —esperó a que asintiera—. Luchan por controlar
las áreas donde se acumulan más puntos rojos.
»Verás, en
algún momento, a alguien se le ocurrió que si fuera el único vampiro de la
zona, digamos, por ejemplo, México Distrito Federal, entonces podría
alimentarse cada noche dos o tres veces sin que nadie se diera cuenta, por lo
que planearon formas de deshacerse de la competencia.
»Los demás
no tardaron en imitarlos, unos con tácticas más efectívas que otros.
»Pero la
estrategia más efectiva fue la que puso en marcha un vampiro bastante joven,
llamado Benito. La primera vez que so oyó hablar de él apareció desde algún
lugar al norte de Dallas y masacró los dos pequeños aquelarres que compartían
el área cercana a Houston. Dos noches más tarde, atacó a un clan mucho más
grande de aliados que reclamaban Monterrey, al norte de México, y volvió a
ganar.
—¿Y cómo
lo consiguió? —pregunté con curiosidad y cautela.
—Benito
había creado un ejército de vampiros neófitos. Fue el primero en pensarlo y al
principio, esto hizo de él y los suyos una fuerza imparable. Los vampiros muy
jóvenes son inestables, salvajes y casi imposibles de controlar. A un neófito
se le puede enseñar a que se controle, razonando con él, pero diez o quince
neófitos juntos son una pesadilla. Se vuelven unos contra otros con tanta
rapidez como contra el enemigo. Benito debía estar creando continuamente otros
nuevos conforme aumentaban los enfrentamientos entre ellos y también porque los
aquelarres derrotaos solían diezmar al menos la mitad de sus fuerzas antes de
sucumbir.
"Ya
ves, aunque los conversos son peligrosos, hay todavía posibilidad de
derrotarlos si sabes lo que haces. Tienen un increíble poder físico, al menos
durante el primer año y si se les deja utilizar la fuerza, pueden aplastar a un
vampiro más viejo con facilidad, pero son esclavos de sus instintos, y además,
predecidles. Por lo general, no tienen habilidad para el combate, sólo músculo
y ferocidad. Y en este caso, la fuerza del número.
»Los
vampiros del sur de México previeron lo que se les venía encima e hicieron lo
único que se les ocurrió para contrarrestar Benito, es decir, crearon ejércitos
de neófitos por su cuenta...
»Y
entonces se desató el infierno, y lo digo de un modo más literal de lo que a ti
pueda parecerte. Nosotros, los inmortales, también tenemos nuestras historias,
y esta guerra en particular no debería ser olvidada nunca. Sin duda, no era un
buen momento para ser humano en México.
Me
estremecí.
—Cuando el
recuento de cuerpos alcanzó proporciones epidémicas, la historia oficial habló
de una enfermedad que había afectado a la población más pobre, y entonces fue
cuando intervinieron los Vulturis. Se reunió toda la guardia y peinó el sur de
Norteamérica. Benito se había afianzado en Puebla, donde había erigido de forma
acelerada un ejército dispuesto a la conquista del verdadero premio: la ciudad
de México. Los Vulturis comenzaron por él, pero aniquilaron a todos los demás.
»Ejecutaron
sumariamente a cualquier vampiro que tuviera neófitos, y como casi todo el
mundo los había utilizado en su intento de protegerse de Benito, México quedó
libre de vampiros durante un tiempo.
»Los
Vulturis invirtieron casi un año en dejar limpia la casa. Es otro capítulo de
nuestra historia que no debemos olvidar a pesar de los pocos testigos que
quedaron para describir lo ocurrido. Hablé con uno que había contemplado de
lejos lo que sucedió cuando cayeron sobre Culiacán.
Jasper se
estremeció. Entonces caí en la cuenta de que nunca antes le había visto
temeroso ni horrorizado; aquélla era la primera vez.
—Bastó
para que la fiebre de la conquista sureña no se extendiera y el resto del mundo
permaneció a salvo. Debemos a los Vulturis nuestra actual forma de vida.
»Los
supervivientes no tardaron en reafirmar sus derechos en el sur en cuanto los
Vulturis regresaron a Italia.
»No
transcurrió mucho tiempo antes de que los aquelarres se enzarzaran en nuevas
disputas. Abundaba la mala sangre, si se me permite la expresión, y la vendetta
era moneda corriente. La táctica de los neófitos estaba ahí y algunos cedieron
a la tentación de usarla, aunque los aquelarres meridionales no habían olvidado
a los Vulturis, por lo que actuaron con más cuidado en esta ocasión:
seleccionaron a los humanos y luego los entrenaron y usaron con más cuidado,
por lo que la mayor parte de las veces pasaron desapercibidos. Sus creadores no
dieron motivos para el regreso de los Vulturis.
»Las
reyertas continuaron, pero a menor escala. De vez en cuando, algunos se pasaban
de la raya y daban pie a las especulaciones de la prensa de los humanos;
entonces, los Vulturis reaparecían para exterminarlos, pero quedaban los demás,
los precavidos...
Jasper se
quedó mirando a las musarañas.
—Fueron
esos quienes te convirtieron —conjeturé con un hilo de voz.
—En efecto
—admitió—. Vivía en Houston, Texas, cuando era mortal. Tenía casi diecisiete
años cuando me uní al ejército confederado en 1861. Mentí a los reclutadores
acerca de mi edad, les dije que había cumplido los veinte y se lo tragaron,
pues era lo bastante alto como para que colara.
»Mi
carrera militar fue efímera, pero muy prometedora. Caía bien a la gente y
siemore escuchaban lo que tenía que decir. Mi padre decía que yo tenía carisma.
Por supuesto, ahora sé que había algo más, pero, fuera cual fuera la razón, me
ascendieron rápidamente por encima de hombres de mayor edad y experiencia.
Además por otra parte, el ejército confederado era nuevo y se organizaba como
podía, lo cual daba mayores oportunidades. En la primera batalla de Galveston,
que bueno, en realidad, fue más una escaramuza que una batalla propiamente
dicha, fui el mayor más joven de Texas, y eso sin que se supiera mi verdadera
edad.
»Estaba al
frente de la evacuación de las mujeres y los niños de la ciudad cuando los
morteros de los barcos de la Uniçon llegaron al puerto. Necesité un día para
acondicionarlos antes de enviarlos con la primera columna de civiles que
conducíamos a Houston.
»Recuerdo
perfectamente esa noche
»Había
anochecido cuando alcanzamos la ciudad. Me demoré lo suficiente para asegurarme
de que todo el grupo quedaba a salvo; me procuré una montura de refresco en
cuanto concluí mi cometido y galopé de vuelta a Galveston. No había tiempo para
descansar.
»Me
encontré con tres mujeres a pie a kilómetro y medio de la ciudad. Di por hecho
que se trataba de rezagadas y eché pie a tierra para ofrecerles mi ayuda, pero
me quedé petrificado cuando contemplé sus rostros a la tenue luz de la luna.
Sin lugar a dudas, eran las tres damas más hermosas que había visto en mi vida.
»Recuerdo
lo mucho que me maravilló la extrema palidez de su piel, ya que incluso la
muchacha de pelo negro y de facciones marcadamente mexicanas tenía un rostro de
porcelana bajo la luz lunar. Todas ellas parecían lo bastante jóvenes para ser
consideradas muchachas. Sabía que no eran miembros extraviados de mi grupo,
pues no habría olvidado a esas tres beldades si las hubiera visto antes.
»—Se ha
quedado sin habla —observó la primera. Hablaba con una voz delicada y atiplada,
como las melodías de las campanas de viento. Tenía la cabellera rubia y la piel
nivea.
»La otra
era aún más rubia, pero su tez era de un blanco calcáreo. Tenía rostro de
ángel. Se inclinó hacia mí con ojos entornados e inhaló hondo.
»—¡Um!
—dio un suspiro—. Embriagador.
»La más
pequeña, la morena menudita, le aferró por el brazo y habló apresuradamente. Su
voz era demasiado tenue y musical como para que sonara cortante, pero ése
parecía ser su propósito.
»—Céntrate,
Nettie —la instó.
«Siempre
he tenido intuición a la hora de detectar la jerarquía entre las personas y me
quedó muy claro que era la morena quien llevaba la voz cantante. Si ellas
hubieran estado dentro de un ejército, yo habría dicho que estaba por encima de
las otras dos.
»—Es bien
parecido, joven, fuerte, un oficial... —la morena hizo una pausa que intenté
aprovechar para hablar, pero fue en vano—, y hay algo más... ¿Lo percibís?
—preguntó a sus compañeras—. Es... persuasivo.
»—Sí, sí
—aceptó rápidamente Nettie mientras se inclinaba de nuevo hacia mí.
»—Contente
—le previno la morena—. Deseo conservarle.
»Nettie
frunció el ceño. Parecía irritada.
»—Haces
bien si crees que puede servirte, María —dijo la rubia más alta—. Yo suelo
matar al doble de los que me quedo.
»—Eso haré
—coincidió María—. Éste me gusta de veras. Aparta a Nettie, ¿vale? No me
apetece estar protegiéndome las espaldas mientras me concentro.
»El vello
de la nuca se me puso como escarpias a pesar de que no comprendía ni una sola
de las palabras de aquellas hermosas criaturas. El instinto me decía que me
hallaba en grave peligro y que el ángel no bromeaba al hablar de matar, pero se
impuso el discernimiento al instinto, ya que me habían enseñado a no temer a
las mujeres, sino a protegerlas.
»—Vamos de
caza —aceptó Nettie con entusiasmo mientras alargaba la mano para tomar la de
la otra muchacha.
»Dieron la
vuelta con una gracilidad asombrosa y echaron a correr hacia la ciudad.
Parecían volar e iban tan deprisa que los cabellos flameaban detrás de sus
figuras como si fueran alas. Parpadeé sorprendido mientras las veía
desaparecer.
»Me volví
para observar a María, que me estudiaba con curiosidad.
»Nunca
había sido supersticioso y hasta ese momento no había creído en fantasmas ni en
ninguna otra tontería sobrenatural. De pronto, me sentí inseguro.
»—¿Cómo te
llamas, soldado? —inquirió María.
»—Mayor
Jasper Whitlock, señorita —balbuceé, incapaz de ser grosero con una dama ni
aunque fuera un fantasma.
»—Espero
que sobrevivas, de veras, Jasper —aseguró con voz suave—. Tengo un buen
presentimiento en lo que a ti se refiere.
»Se acercó
un paso más e inclinó la cabeza como si fuera a besarme. Me quedé allí clavado
a pesar de que todos mis instintos clamaban para que huyera.
Jasper
hizo una pausa y permaneció con gesto pensativo hasta que al final agregó:
—A los
pocos días me iniciaron en mi nueva vida.
No supe si
había eliminado de la historia la parte de su conversión como deferencia a mí o
en reacción a la tensión que emanaba de Edward, tan manifiesta que hasta yo
podía sentirla.
—Se
llamaban María, Nettie y Lucy y no llevaban juntas mucho tiempo. María había
reunido a las otras dos, las tres eran supervivientes de una derrota reciente.
María deseaba vengarse y recuperar sus territorios mientras que las otras dos
estaban ansiosas de aumentar lo que podríamos llamar sus «apriscos». Estaban
reuniendo una tropa, pero lo hacían con más cuidado del habitual. Fue idea de
María. Ella quería una fuerza de combate superior, por lo que buscaba hombres
específicos, con potencial, y luego nos prestaba más atención y entrenamiento
del que antes se le hubiera ocurrido a nadie. Nos adiestró en el combate y nos
enseñó a pasar desapercibidos para los humanos. Nos recompensaba cuando lo
hacíamos bien...
Hizo una
pausa para saltarse otra parte.
—Pero
María tenía prisa, sabedora de que la fuerza descomunal de los neófitos
declinaba tras el primer año a contar desde la conversión y pretendía actuar
mientras aún conserváramos esa energía.
ȃramos
seis cuando me incorporé al grupo de María y se nos unieron otros cuatro en el
transcurso de dos semanas. Todos éramos varones, pues ella quería soldados, lo
cual dificultaba aún más que no estallaran peleas entre nosotros. Tuve mis
primeros rifirrafes con mis nuevos camaradas de armas, pero yo era más rápido y
mejor luchador, por lo que ella estaba muy complacida conmigo a pesar de lo
mucho que le molestaba tener que reemplazar a mis víctimas. Me recompensaba a menudo,
por lo cual gané en fortaleza.
»Ella
juzgaba bien a los hombres y no tardó en ponerme al frente de los demás, como
si me hubiera ascendido, lo cual encajaba a la perfección con mi naturaleza.
Las bajas descendieron drásticamente y nuestro número subió hasta rondar la
veintena...
»...una
cifra considerable para los tiempos difíciles que nos tocaba vivir. Mi don para
controlar la atmósfera emocional circundante, a pesar de no estar aún definido,
resultó de una efectividad vital. Pronto, los neófitos comenzamos a trabajar
juntos como no se había hecho antes hasta la fecha. Incluso María, Nettie y
Lucy fueron capaces de cooperar con mayor armonía.
»María se
encariñó conmigo y comenzó a confiar más y más en mí. En cierto modo, yo
adoraba el suelo que pisaba. No sabía que existia otra forma de vida. Ella nos
dijo que así era como funcionaban las cosas y nosotros la creímos.
»Me pidió
que la avisara cuando mis hermanos y yo estuviéramos preparados para la lucha y
yo ardía en deseos de probarme. Al final, conseguí que trabajaran codo con codo
veintitrés vampiros neófitos increíblemente fuertes, disciplinados y de una
destreza sin parangón. María estaba eufórica.
»Nos
acercamos con sigilo a Monterrey, el antiguo hogar de María, donde nos lanzó
contra sus enemigos, que nada más contaba con nueve neófitos en aquel momento y
un par de vampiros veteranos para controlarlos. María apenas podía creer la
facilidad con la que acabamos con ellos, sólo cuatro bajas en el transcurso del
ataque, una victoria sin precedentes.
»Todos
estábamos bien entrenados y realizamos el golpe de mano con la máxima
discreción, de tal modo que la ciudad cambió de dueños sin que los humanos se
dieran cuenta.
»El éxito
la volvió avariciosa y no transcurrió mucho tiempo antes de que María fijara
los ojos en otras ciudades. Ese primer año extendió su control hasta Texas y el
norte de México. Entonces, otros vinieron desde el sur para expulsarla.
Jasper
recorrió con dos dedos el imperceptible contorno de las cicatrices de un brazo.
—Los
combates fueron muy intensos y a muchos les preocupó el probable regreso de los
Vulturis. Tras dieciocho meses, fui el único superviviente de los veintitrés
primeros. Ganamos tantas batallas como perdimos y Nettie y Lucy se revolvieron
contra María, que fue la que prevaleció al final.
»Ella y yo
fuimos capaces de conservar Monterrey. La cosa se calmó un poco, aunque las
guerras no cesaron. Se desvaneció la idea de la conquista y quedó más bien la
de la venganza y las rencillas, pues fueron muchos quienes perdieron a sus
compañeros y eso no es algo que se perdone entre nosotros.
»María y
yo mantuvimos en activo alrededor de una docena de neófitos. Significaban muy
poco para nosotros. Eran títeres, material desechable del que nos deshacíamos
cuando sobrepasaba su tiempo de utilidad. Mi vida continuó por el mismo
sendero, de violencia y de esa guisa pasaron los años. Yo estaba hastiado de
aquello mucho antes de que todo cambiara.
»Unas
décadas después, trabé cierta amistad con un neófito que, contra todo
pronóstico, había sobrevivido a los tres primeros años y seguía siendo útil. Se
llamaba Peter, me caía bien, era... «civilizado»; sí, supongo que ésa es la
palabra adecuada. Le disgustaba la lucha a pesar de que se le daba bien.
»Estaba a
cargo de los neófitos, venía a ser algo así como su canguro. Era un trabajo a
tiempo completo.
»Al final,
llegó el momento de efectuar una nueva purga. Era necesario reemplazar a los
neófitos cada vez que superaban el momento de máximo rendimiento. Se suponía
que Peter me ayudaba a deshacerme de ellos. Los separábamos individualmente.
Siempre se nos hacía la noche muy larga. Aquella vez intentó convencerme de que
algunos de ellos tenían potencial, pero me negué porque María me había dado
órdenes de que me librara de todos.
»Habíamos
realizado la mitad de la tarea cuando me percaté de la gran agitación que
embargaba a Peter. Meditaba la posibilidad de pedirle que se fuera y rematar el
trabajo yo solo mientras llamaba a la siguiente víctima. Para mi sorpresa,
Peter se puso arisco y furioso. Confiaba en ser capaz de dominar cualquier
cambio de humor por su parte... Era un buen luchador, pero jamás fue rival para
mí.
»La
neófita a la que había convocado era una mujer llamada Charlotte que acababa de
cumplir su año. Los sentimientos de Peter cambiaron y se descubrieron cuando
ella apareció. Él le ordenó a gritos que se fuera y salió disparado detrás de
ella. Pude haberlos perseguido, pero no lo hice. Me disgustaba la idea de
matarle.
»María se
enfadó mucho conmigo por aquello... Peter regresó a hurtadillas cinco años
después, y eligió un buen día para llegar.
»María
estaba perpleja por el continuo deterioro de mi estado de ánimo. Ella jamás se
sentía abatida y se preguntaba por qué yo era diferente. Comencé a notar un
cambio en sus emociones cuando estaba cerca de mí; a veces era miedo; otras,
malicia. Fueron los mismos sentimientos que me habían alertado sobre la
traición de Nettie y Lucy. Peter regresó cuando me estaba preparando para
destruir a mi única aliada y el núcleo de toda mi existencia.
»Me habló
de su nueva vida con Charlotte y de un abanico de opciones con las que jamás
había soñado. No habían luchado ni una sola vez en cinco años a pesar de que se
habían encontrado con otros muchos de nuestra especie en el norte; con ellos
era posible una existencia pacífica.
»Me
convenció con una sola conversación. Estaba listo para irme y, en cierto modo,
aliviado por no tener que matar a María. Había sido su compañero durante los
mismos años que Carlisle y Edward estuvieron juntos, aunque el vínculo entre
nosotros no fuera ni por asomo tan fuerte. Cuando se vive para la sangre y el
combate, las relaciones son tenues y se rompen con facilidad. Me marché sin
mirar atrás.
»Viajé en
compañía de Peter y Charlotte durante algunos años mientras le tomaba el pulso
a aquel mundo nuevo y pacífico, pero la tristeza no desaparecía. No comprendía
qué me sucedía hasta que Peter se dio cuenta de que empeoraba después de cada
caza.
»Medité a
ese respecto. Había perdido casi toda mi humanidad después de años de matanzas y
carnicerías. Yo era una pesadilla, un monstruo de la peor especie, sin lugar a
dudas, pero cada vez que me abalanzaba sobre otra víctima humana tenía un
atisbo de aquella otra vida. Mientras las presas abrían los ojos, maravillados
por mi hermosura, recordaba a María y a sus compañeras, y lo que me habían
parecido la última noche que fui Jasper Whitlock. Este recuerdo era más fuerte
que todo lo demás, ya que yo era capaz de saber todo lo que sentía mi presa y
vivía sus emociones mientras la mataba.
»Has sentido
cómo he manipulado las emociones de quienes me rodean, Bella, pero me pregunto
si alguna vez has comprendido cómo me afectan los sentimientos que circulan por
una habitación. Viví en un mundo sediento de venganza y el odio fue mi continuo
compañero durante mi primer siglo de vida. Todo eso disminuyó cuando abandoné a
María, pero aún sentía el pánico y el temor de mi presa.
«Empezó a
resultar insoportable.
»El
abatimiento empeoró y vagabundeé lejos de Peter y Charlotte. Ambos eran
civilizados, pero no sentían la misma aversión que yo. A ellos les bastaba con
librarse de la batalla, mas yo estaba harto de matar, de matar a cualquiera,
incluso a simples humanos.
»Aun así,
debía seguir haciéndolo. ¿Qué otra opción me quedaba? Intenté disminuir la
frecuencia de la caza, pero al final sentía demasiada sed y me rendía. Descubrí
que la autodisciplina era todo un desafío después de un siglo de
gratificaciones inmediatas… Todavía no la he perfeccionado.
Jasper se
hallaba sumido en la historia, al igual que yo. Me sorprendió que su expresión
desolada se suavizara hasta convertirse en una sonrisa pacífica.
—Me
hallaba en Filadelfia y había tormenta. Estaba en el exterior y era de día, una
práctica con la que aún no me encuentro cómodo del todo. Sabía que llamaría la
atención si me quedaba bajo la lluvia, por lo que me escondí en una cafetería
semivacía. Tenía los ojos lo bastante oscuros como para que nadie me
descubriera, pero eso significaba también que tenía sed, lo cual me preocupaba
un poco.
»Ella
estaba sentada en un taburete de la barra. Me esperaba, por supuesto —rió entre
dientes una vez—. Se bajó de un salto en cuanto entré y vino directamente hacia
mí.
»Eso me
sorprendió. No estaba seguro de si pretendía atacarme, esa era la única
interpretación que se me ocurría a tenor de mi pasado, pero me sonreía y las
emociones que emanaban de ella no se parecían a nada que hubiera experimentado
antes.
»—Me has
hecho esperar mucho tiempo —dijo.
No me
había percatado de que Alice había vuelto para quedarse detrás de mí otra vez.
—Y tú
agachaste la cabeza, como buen caballero sureño, y respondiste: «Lo siento,
señorita» —Alice rompió a reír al recordarlo.
Él le
devolvió la sonrisa.
—Tú me
tendiste la mano y yo la tomé sin detenerme a buscarle un significado a mis
actos, pero sentí esperanza por primera vez en casi un siglo.
Jasper
tomó la mano de Alice mientras hablaba y ella esbozó una gran sonrisa.
—Sólo
estaba aliviada. Pensé que no ibas a aparecer jamás.
Se
sonrieron el uno al otro durante un buen rato después del cual él volvió a
mirarme sin perder la expresión relajada.
—Alice me
habló de sus visiones acerca de la familia de Carlisie. Apenas di crédito a que
existiera esa posibilidad, pero ella me insufló optimismo y fuimos a su
encuentro.
—Casi nos
da algo del susto —intervino Edward, que puso los ojos en blanco antes de que
Jasper pudiera explicarme nada más—. Emmett y yo nos habíamos alejado para
cazar y de pronto aparece Jasper, cubierto de cicatrices de combate, llevando
detrás a este monstruito —Edward propinó un codazo muy suave a Alice—, que
saludaba a cada uno por su nombre, lo sabía todo y quería averiguar en qué
habitación podía instalarse.
Alice y
Jasper echaron a reír en armonía, como un dúo de soprano y bajo.
—Cuando
llegué a casa, todas mis cosas estaban en el garaje.
Alice se
encogió de hombros.
—Tu
habitación tenía las mejores vistas.
Ahora los
tres rieron juntos.
—Es una
historia preciosa —comenté. Tres pares de ojos me miraron como si estuviera
loca—. Me refiero a la última parte —me defendí—, al final feliz con Alice.
—Ella
marca la diferencia —coincidió Jasper—. Y sigo disfrutando de la situación.
Pero no
podía durar la momentánea pausa en la tensión del momento.
—Una
tropa... —susurró Alice—, ¿por qué no me lo dijiste?
Todos nos
concentramos de nuevo en el asunto. Todas las miradas se clavaron en Jasper.
—Creí que
había interpretado incorrectamente las señales. ¿Y por qué? ¿Quién iba a crear
un ejército en Seattle? En el norte no hay precedentes ni se estila la
vendetta. La perspectiva de la conquista tampoco tiene sentido, ya que nadie
reclama nada. Los nómadas cruzan las tierras y nadie lucha por ellas ni las
defiende.
—Pero he
visto esto antes y no hay otra explicación. Han organizado una tropa de
neófitos en Seattle. Supongo que no llegan a veinte. La parte ardua es su
escasa capacitación. Quienquiera que los haya creado se limita a dejarlos
sueltos. La situación sólo puede empeorar y los Vulturis van a aparecer por
aquí a no tardar mucho. De hecho, me sorprende que lo hayan dejado llegar tan
lejos.
—¿Qué
podemos hacer? —preguntó Carlisle.
—Destruir
a los neófitos, y además hacerlo pronto, si queremos evitar que se involucren
los Vulturis —el rostro de Jasper era severo. Suponía lo mucho que le
perturbaba aquella decisión ahora que conocía su historia—. Os puedo enseñar
cómo hacerlo, aunque no va a ser fácil en una ciudad. Los jóvenes no se
preocupan de mantener la discreción, pero nosotros debemos hacerlo. Eso nos va
a limitar en cierto modo, y a ellos no. Quizá podamos atraerlos para que salgan
de allí.
—Quizá no
sea necesario —repuso Edward, huraño—. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que la
única posible amenaza para la creación de un ejército en esta zona somos...
nosotros?
Jasper
entornó los ojos mientras que Carlisle los abrió, sorprendido.
—El grupo
de Tanya también está cerca —contestó Esme, poco dispuesta a aceptar las
palabras de Edward.
—Los
neófitos no están arrasando Anchorage, Esme. Me parece que deberíamos sopesar
la posibilidad de que seamos el objetivo.
—Ellos no
vienen a por nosotros —insistió Alice. Hizo una pausa—, o al menos... no lo
saben, todavía no.
—¿Qué
ocurre? —quiso saber Edward, curioso y nervioso al mismo tiempo—. ¿De qué te
has acordado?
—Destellos
—contestó Alice—. No obtengo una imagen nítida cuando intento ver qué ocurre,
nunca es nada concreto, pero sí he atisbado esos extraños fogonazos. No bastan
para poderlos interpretar. Parece como si alguien les hiciera cambiar de
opinión y los llevara de un curso de acción a otro muy deprisa para que yo no
pueda obtener una visión adecuada.
—¿Crees
que están indecisos? —preguntó Jasper con incredulidad.
—No lo
sé...
—Indecisión,
no —masculló Edward—. Conocimiento. Se trata de alguien que sabe que no vas a
poder ver nada hasta que se tome la decisión, alguien que se oculta de nosotros
y juega con los límites de tu presciencia.
—¿Quién
podría saberlo? —susurró Alice.
Los ojos
de Edward fueron duros como el hielo cuando respondió:
—Aro te
conoce mejor que tú misma.
—Pero me
habría enterado si hubieran decidido venir...
—A menos
que no quieran ensuciarse las manos...
—Tal vez
se trate de un favor —sugirió Rosalie, que no había despegado los labios hasta
ese momento—. Quizá sea alguien del sur, alguien que ha tenido problemas con
las reglas, alguien al que le han ofrecido una segunda oportunidad: no le
destruyen a cambio de hacerse cargo de un pequeño problema... Eso explicaría la
pasividad de los Vulturis.
—¿Por qué?
—preguntó Carlisle, aún atónito—. No hay razón para que ellos...
—La hay
—discrepó Edward en voz baja—. Me sorprende que haya salido tan pronto a la
luz, ya que los demás pensamientos eran más fuertes cuando estuve con ellos.
Aro nos quiere a Alice y a mí, cada uno a su lado. El presente y el futuro, la
omnisciencia total. El poder de la idea le embriaga, pero yo había creído que
le iba a costar mucho más tiempo concebir ese plan para lograr lo que tanto
ansia. Y también hay algo sobre ti, Carlisle, sobre tu familia, próspera y en
aumento. Son los celos y el miedo. No tienes más que él, pero sí posees cosas
de su agrado. Procuró no pensar en ello, pero no lo consiguió ocultar del todo.
La idea de erradicar una posible competencia estaba ahí. Además, después del
suyo, nuestro aquelarre es el mayor de cuantos han conocido jamás...
Contemplé
aterrorizada el rostro de Edward. Jamás me había dicho nada de aquello, aunque
suponía la razón. Ahora me imaginaba el sueño de Aro: Edward y Alice llevando
vestiduras negras a su lado, con ojos fríos e inyectados en sangre...
Carlisle
interrumpió mi creciente pesadilla.
—Hay que
tener en cuenta también que se han consagrado a su misión y no quebrantarían
sus propias reglas. Esto iría en contra de todo aquello por lo que luchan.
—Siempre
pueden limpiarlo todo después —refutó Edward con tono siniestro—. Cometen una
doble traición y aquí no ha pasado nada.
Jasper se
inclinó hacia delante sin dejar de sacudir la cabeza.
—No,
Carlisle está en lo cierto. Los Vulturis jamás rompen las reglas. Además, todo
esto es demasiado chapucero. Este... tipo, esta amenaza es... No tienen ni idea
de lo que se traen entre manos. Juraría que es obra de un primerizo. No me creo
que estén involucrados los Vulturis, pero lo estarán. Vendrán.
Nos
miramos todos unos a otros, petrificados por la incertidumbre del momento.
—En ese
caso, vayamos... —rugió Emmett—. ¿A qué estamos esperando?
Carlisle y
Edward intercambiaron una larga mirada de entendimiento. Edward asintió una
vez.
—Vamos a
necesitar que nos enseñes a destruirles, Jasper —expuso Carlisle al fin con
gesto endurecido, pero podía ver la pena en sus ojos mientras pronunciaba esas
palabras. Nadie odiaba la violencia más que él.
Había algo
que me turbaba y no conseguía averiguar de qué se trataba. Estaba petrificada
de miedo, horrorizada, aterrada, y aun así, por debajo de todo eso, tenía la
sensación de que se me escapaba algo importante, algo que tenía sentido dentro
del caos, algo que aportaría una explicación.
—Vamos a
necesitar ayuda —anunció Jasper—. ¿Crees que el aquelarre de Tanya estaría
dispuesto...? Otros cinco vampiros maduros supondrían una diferencia enorme y
sería una gran ventaja contar con Kate y Eleazar a nuestro lado. Con su ayuda,
incluso sería fácil.
—Se lo
pediremos —contestó Carlisle.
Jasper le
tendió un móvil.
—Tenemos
prisa.
Nunca
había visto resquebrajarse la calma innata de Carlisle. Tomó el teléfono y se
dirigió hacia las ventanas. Marcó el número, se llevó el móvil al oído y apoyó
la otra mano sobre el cristal. Permaneció contemplando la neblinosa mañana con
una expresión afligida y ambigua.
Edward me
tomó de la mano y me llevó hasta un sofá. Me senté a su lado sin perder de
vista su rostro mientras él miraba fijamente a Carlisle, que hablaba bajito y
muy deprisa, por lo cual era difícil entenderle. Le escuché saludar a Tanya y
luego se adentró en describir con rapidez la situación, demasiado rápido para
comprender casi nada, aunque deduje que el aquelarre de Alaska no ignoraba lo
que pasaba en Seattle.
Entonces
se produjo un cambio en la voz de Carlisle.
—Vaya
—dijo con voz un poco más aguda a causa de la sorpresa—. No nos habíamos dado
cuenta de que Irina lo veía de ese modo.
Edward
refunfuñó a mi lado y cerró los ojos.
—Maldito,
maldito sea Laurent, que se pudra en el más profundo abismo del infierno al que
pertenece...
—¿Laurent?
—susurré.
La sangre
huyó de mi rostro, pero Edward no me contestó, centrado en leerle los
pensamientos a Carlisle.
No había
olvidado ni por un momento mi encuentro con Laurent a principios de primavera.
No se había borrado de mi mente una sola de las palabras que pronunció antes de
que la manada de Jacob irrumpiera.
«De hecho,
he venido aquí para hacerle un favor a ella».
Victoria.
Laurent había sido su primer movimiento. Le había enviado a observar y
averiguar si era difícil capturarme. No envió ningún informe gracias a que los
lobos acabaron con él.
Aunque
había mantenido los viejos lazos con Victoria a la muerte de James, también
había entablado nuevos vínculos y relaciones, pues había ido a vivir con la
familia de Tanya en Alaska. Tanya, la de la melena de color rubio rojizo, y sus
compañeros eran los mejores amigos que los Cullen tenían en el mundo vampírico,
prácticamente eran familia. Laurent había pasado entre ellos casi un año entero
antes de su muerte.
Carlisle
continuó hablando, pero su voz había perdido esa nota de súplica para fluctuar
entre lo persuasivo y lo amenazador. Entonces, de pronto, triunfó lo segundo
sobre lo primero.
—Eso está
fuera de cuestión —respondió Carlisle con voz grave—. Tenemos un trato. Ni
ellos lo han quebrantado ni nosotros vamos a romperlo. Lamento oír eso... Por
supuesto, haremos cuanto esté en nuestras manos... Solos.
Cerró el
móvil de golpe sin esperar respuesta y continuó contemplando la niebla.
—¿Qué
problema hay? —inquirió Emmett a Edward en voz baja.
—El
vínculo de Irina con nuestro amigo Laurent era más fuerte de lo que pensábamos.
Ella les guarda bastante ojeriza a los lobos por haberle matado para salvar a
Bella. Ella quiere... —hizo una pausa y bajó la mirada en busca de mi rostro.
—Sigue —le
insté con toda la calma que pude aparentar.
—Pretende
vengarse. Quiere aplastar a toda la manada. Nos prestarían su ayuda a cambio de
nuestro permiso.
—¡No!
—exclamé con voz entrecortada.
—No te
preocupes —me tranquilizó con voz monocorde—. Carlisle jamás aceptaría eso
—vaciló y luego suspiró—. Ni yo tampoco. Laurent tuvo lo que se merecía
—continuó, casi con un gruñido— y sigo en deuda con los lobos por eso.
—Esto
pinta mal —dijo Jasper—. Son demasiados incluso para un solo enfrentamiento.
Les ganamos por la mano en habilidad, pero no en número. Triunfaríamos, sí,
pero ¿a qué precio?
Dirigió la
vista al rostro de Alice y la apartó enseguida. Quise gritar cuando entendí a
qué se refería Jasper.
Venceríamos
en caso de que hubiera lucha, pero no sin tener bajas. Algunos no
sobrevivirían.
Recorrí la
vista por la habitación y contemplé las facciones de Jasper, Alice, Emmett,
Rose, Esme, Carlisle, Edward, los rostros de mi familia.
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