Clavé los
ojos en él durante más de un minuto sin saber qué decir. No se me ocurría nada.
La
seriedad abandonó su cara cuando vio mi expresión de estupefacción.
—Vale
—dijo mientras sonreía—. Eso es todo.
—Jake,
yo... —sentí como si algo se me pegara a la garganta. Intenté aclarármela—. Yo
no puedo... Quiero decir, yo no... Debo irme.
Me volví,
pero él me aferró por los hombros y me hizo girar.
—No,
espera. Eso ya lo sé, Bella, pero mira... Respóndeme a esto, ¿vale? ¿Quieres
que me vaya y no volver a verme? Contesta con sinceridad.
Era
difícil concentrarse en esa pregunta, así que me tomé un minuto antes de
responder.
—No, no
quiero eso —admití al fin.
Jacob
esbozó otra gran sonrisa.
—Pero yo
no te quiero cerca de mí por la misma razón que tú a mí —objeté.
—En tal
caso, dime exactamente por qué me quieres a tu alrededor.
Me lo
pensé con cuidado.
—Te echo
de menos cuando no estás. Cuando tú eres feliz —puntualicé—, me haces feliz,
pero podría decir lo mismo de Charlie. Eres como de la familia, y te quiero,
pero no estoy enamorada de ti.
El asintió
sin inmutarse.
—Pero
deseas que no me vaya de tu vida.
—Así es.
Suspiré.
Era inasequible al desaliento.
—Entonces,
me quedaré por ahí.
—Lo tuyo
es masoquismo —refunfuñé.
—Sí
Acarició
mi mejilla derecha con las yemas de los dedos. Aparté su mano de un manotazo.
—¿Crees
que podrías comportarte por lo menos un poquito mejor? —pregunté, irritada.
—No. Tú
decides, Bella. Puedes tenerme como soy, con mi mala conducta incluida, o
nada...
Le miré
fijamente, frustrada.
—Eres
mezquino.
—Y tú
también.
Eso me
detuvo un poco y retrocedí un paso sin querer. Él tenía razón. Si yo no fuera
mezquina ni egoísta, le diría que no quería que fuéramos amigos y que se
alejara. Me equivocaba al intentar mantener la amistad cuando eso iba a
herirle. No sabía qué hacía allí, pero de pronto estuve segura de que mi
presencia no era conveniente.
—Tienes
razón —susurré.
Él se rió.
—Te
perdono. Intenta no enfadarte mucho conmigo. En los últimos tiempos, he
decidido que no voy a arrojar la toalla. Lo cierto es que esto de las causas
perdidas tiene algo irresistible.
—Jacob, lo
amo —miré fijamente a sus ojos en un intento de que me tomara en serio—. Él es
mi vida.
—También
me quieres a mí —me recordó. Alzó la mano cuando empecé a protestar—. Sé que no
de la misma manera, pero él no es toda tu vida, ya no. Quizá lo fue una vez,
pero se marchó, y ahora tiene que enfrentarse a la consecuencia de esa
elección: yo.
Sacudí la
cabeza.
—Eres
imposible.
De pronto,
se puso serio y situó su mano debajo de mi barbilla. La sujetó con firmeza para
que no pudiera evitar su resuelta mirada.
—Estaré
aquí, luchando por ti, hasta que tu corazón deje de latir, Bella —me aseguró—.
No olvides que tienes otras opciones.
—Pero yo
no las quiero —disentí mientras procuraba, sin éxito alguno, liberar mi barbilla—,
y los latidos de mi corazón están contados, Jacob. El tiempo casi se ha
acabado.
Entornó
los ojos.
—Razón de
más para luchar, y luchar duro ahora que aún puedo —susurró.
Todavía
sostuvo con fuerza mi mentón, apretaba con tanta fuerza que me hacía daño.
Entonces, de repente, vi la resolución en sus ojos y quise oponerme, pero ya
era demasiado tarde.
—N...
Estampó
sus labios sobre los míos, silenciando mi protesta, mientras me sujetaba la
nuca con la mano libre, imposibilitando cualquier conato de fuga. Me besó con
ira y violencia. Empujé contra su pecho sin que él pareciera notarlo. A pesar
de la rabia, sus labios eran dulces y se amoldaron a los míos con una nueva
calidez.
Le agarré
por la cara para apartarle, pero fue en vano otra vez. En esta ocasión sí
pareció darse cuenta de mi rechazo, y le exasperó. Sus labios consiguieron
abrirse paso entre los míos y pude sentir su aliento abrasador en la boca.
Actué por
instinto. Dejé caer los brazos a los costados y me quedé inmóvil, con los ojos
abiertos, sin luchar ni sentir, a la espera de que se detuviera.
Funcionó.
Se esfumó la cólera y él se echó hacia atrás para mirarme. Presionó dulcemente
sus labios contra los míos de nuevo, una, dos, tres veces. Fingí ser una
estatua y esperé.
Al final,
soltó mi rostro y se alejó.
—¿Ya has
terminado? —le pregunté con voz inexpresiva.
—Sí.
Suspiró y
cerró los ojos.
Eché el
brazo hacia atrás y tomé impulso para propinarle un puñetazo en la boca con
toda la fuerza de la que era capaz.
Se oyó un
crujido.
—Ay, ay,
ay —chillé mientras saltaba como una posesa con la mano pegada al pecho.
Estaba
segura de que me la había roto.
Jacob me
miró atónito.
—¿Estás
bien?
—No,
caray... ¡Me has roto la mano!
—Bella, tú
te has roto la mano. Ahora, deja de bailotear por ahí y permíteme echar un
vistazo.
—¡No me
toques! ¡Me voy a casa ahora mismo!
—Iré a por
el coche —repuso con calma. Ni siquiera tenía colorada la mandíbula, como
ocurre en las películas. Qué triste.
—No,
gracias —siseé—. Prefiero ir a pie.
Me volví
hacia el camino. Estaba a pocos kilómetros de la divisoria. Alice me vería en
cuanto me alejara de él y enviaría a alguien a recogerme.
—Déjame
llevarte a casa —insistió Jacob.
Increíblemente,
tuvo el descaro dé pasarme el brazo por la cintura.
Me alejé
con brusquedad de él y gruñí:
—Vale,
hazlo. Ardo en deseos de ver qué te hace Edward. Espero que te parta el cuello,
chucho imbécil, prepotente y avasallador.
Jacob puso
los ojos en blanco y caminó conmigo hasta el lado del copiloto para ayudarme a
entrar. Se había puesto a silbar cuando entró por la puerta del conductor.
—Pero...
¿no te he hecho nada de daño? —inquirí, furiosa y sorprendida.
—¿Estás de
guasa? Jamás habría pensado que me habías dado un puñetazo si no te hubieras
puesto a gritar. Quizá no sea de piedra, pero no soy tan blando.
—Te odio,
Jacob Black.
—Eso es
bueno. El odio es un sentimiento ardiente.
—Yo te voy
a dar ardor —repuse con un hilo de voz—. Asesinato, la última pasión del
crimen.
—Venga,
vamos —contestó, todo jubiloso y como si estuviera a punto de ponerse a silbar
de nuevo—. Ha tenido que ser mejor que besar a una piedra.
—Ni a eso
se ha parecido —repuse con frialdad.
Frunció
los labios.
—Eso dices
tú.
—Lo que
es.
Eso
pareció molestarle durante unos instantes, pero enseguida se animó.
—Lo que
pasa es que estás enfadada. No tengo ninguna experiencia en esta clase de
cosas, pero a mí me ha parecido increíble.
—Puaj —me
quejé.
—Esta
noche te vas a acordar. Cuando él crea que duermes, tú vas a estar sopesando
tus opciones.
—Si me
acuerdo de ti esta noche, será sólo porque tenga una pesadilla.
Redujo la
velocidad del coche a un paso de tortuga y se volvió a mirarme con ojos
abiertos y ávidos.
—Piensa en
cómo sería, Bella, sólo eso —me instó con voz dulce y entusiasta—. No tendrías
que cambiar en nada por mi causa, sabes que a Charlie le haría feliz que me
eligieras a mí y yo podría protegerte tan bien como tu vampiro, quizás incluso
mejor... Además, yo te haría feliz, Bella. Hay muchas cosas que él no puede
darte y yo sí. Apuesto a que él ni siquiera puede besar igual que yo por miedo
a herirte, y yo nunca, nunca lo haría, Bella.
Alcé mi
mano rota.
Él
suspiró.
—Eso no es
culpa mía. Deberías haberlo sabido mejor.
—No puedo
ser feliz sin él, Jacob.
—Jamás lo
has intentado —refutó él—. Cuando te dejó, te aferraste a su ausencia en cuerpo
y alma. Podrías ser feliz si lo dejaras. Lo serías conmigo.
—No quiero
ser feliz con nadie que no sea él —insistí.
—Nunca
podrás estar tan segura de él como de mí. Te abandonó una vez y quizá lo haga
de nuevo.
—No lo
hará —repuse entre dientes. El dolor del recuerdo me mordió como un latigazo y
me llevó a querer devolver el golpe—. Tú me dejaste una vez —le recordé con voz
fría. Me refería a las semanas en que se ocultó de mí y en las palabras que me
dijo en los bosques cercanos a su casa.
—No fué
así —replicó con vehemencia—. Ellos me dijeron que no podía decírtelo, que no
era seguro para ti que estuviéramos juntos, pero ¡jamás te dejé, jamás! Solía
merodear por tu casa de noche, igual que ahora, para asegurarme de que estabas
bien.
No estaba
dispuesta a permitir que me hiciera sentir mal por eso en aquel momento.
—Llévame a
casa. Me duele la mano.
Suspiró y
volvió a conducir a velocidad normal, sin perder de vista la carretera.
—Tú sólo
piensa en ello, Bella.
—No
—repuse con obstinación.
—Lo harás
esta noche, y yo estaré pensando en ti igual que tú en mí.
—Como te
dije, sólo si sufro una pesadilla.
Me sonrió
abiertamente.
—Me
devolviste el beso.
Respiré de
forma entrecortada, cerré los puños sin pensar y la mano herida me hizo reaccionar
con un siseo de dolor.
—¿Te
encuentras bien? —preguntó.
—No te
devolví el beso.
—Creo que
soy capaz de establecer la diferencia.
—Es obvio
que no. No te devolví el beso, intenté que me soltaras de una maldita vez,
idiota.
Soltó una
risotada gutural.
—¡Qué
susceptible! Yo diría que estás demasiado a la defensiva.
Respiré
hondo. No tenía sentido discutir con él. Iba a deformar mis palabras. Me
concentré en la mano e intenté estirar los dedos a fin de determinar dónde
estaba la rotura. Sentí en los nudillos fuertes punzadas de dolor. Gemí.
—Lamento
de verdad lo de tu mano —dijo Jacob; casi parecía sincero—. Usa un bate de
béisbol o una palanca de hierro la próxima vez que quieras pegarme, ¿vale?
—No creas
que se me va a olvidar —murmuré.
No
comprendí adonde íbamos hasta que estuvimos en mi calle.
—¿Por qué
me traes aquí?
Me miró
sin comprender.
—Creí que
me habías dicho que te trajera a casa.
—Puaj.
Supongo que no puedes llevarme a casa de Edward, ¿verdad? —le reproché mientras
rechinaba los dientes con frustración.
El dolor
le crispó las facciones. Vi que le afectaba más que cualquier otra cosa que
pudiera decir.
—Ésta es
tu casa, Bella —repuso en voz baja.
—Ya, pero
¿vive aquí algún doctor? —pregunté mientras alzaba la mano otra vez.
—Ah —se
quedó pensando casi un minuto antes de añadir—: Te llevaré al hospital, o lo
puede hacer Charlie.
—No quiero
ir al hospital. Es embarazoso e innecesario.
Dejó que
el vehículo avanzara al ralentí enfrente de la casa sin dejar de pensar, con
gesto de indecisión. El coche patrulla de Charlie estaba aparcado en la
entrada.
Suspiré.
—Vete a
casa, Jacob.
Me bajé
torpemente del Volkswagen para dirigirme a la casa. Detrás de mí, el motor se
apagó y estaba menos sorprendida que enojada cuando descubrí a Jacob otra vez a
mi lado.
—¿Qué vas
a hacer? —preguntó.
—Ponerme
un poco en hielo en la mano, telefonear a Edward para pedirle que venga a
recogerme y me lleve a casa de Carlisle para que me cure la mano. Luego, si
sigues aquí, iré en busca de una palanca.
No
contestó. Abrió la puerta de la entrada y la mantuvo abierta para permitirme
pasar.
Caminamos
en silencio mientras pasábamos delante del cuarto de estar, donde Charlie
estaba repantigado en el sofá.
—Hola,
chicos —saludó, inclinándose hacia delante—. Cuánto me alegra verte por aquí,
Jake.
—Hola,
Charlie —le contestó Jacob con tranquilidad y desparpajo.
Caminé sin
decir ni mu hacia la cocina.
—¿Qué
tripa se le ha roto? —quiso saber mi padre. Escuché cómo Jacob le contestaba:
—Cree que
se ha roto la mano.
Me dirigí
al congelador y saqué una cubitera.
—¿Cómo se
lo ha hecho?
Pensé que
Charlie debería divertirse menos y preocuparse más como padre.
Jacob se
rió.
—Me pegó.
Charlie
también se carcajeó. Torcí el gesto mientras golpeaba la cubitera contra el
borde del fregadero. Los cubitos de hielo se desparramaron dentro de la pila.
Agarré un puñado con la mano sana, los puse sobre la encimera y los envolví con
un paño de cocina.
—¿Por qué
te pegó?
—Por
besarla —admitió Jacob sin avergonzarse.
—Bien
hecho, chaval —le felicitó Charlie.
Apreté los
dientes, me dirigí al teléfono fijo y llamé al móvil de Edward.
—¿Bella?
—respondió a la primera llamada. Parecía más que aliviado, estaba encantado. Oí
de fondo el motor del Volvo, lo cual significaba que ya estaba en el coche.
Estupendo—. Te dejaste aquí el móvil. Lo siento. ¿Te ha llevado Jacob a casa?
—Sí
—refunfuñé—. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
—Voy de
camino —respondió él de inmediato—. ¿Qué ocurre?
—Quiero
que Carlisle me examine la mano. Creo que me la he roto.
Se hizo el
silencio en la habitación contigua. Me pregunté cuánto tardaría Jacob en salir
por pies. Sonreí torvamente al imaginar su inquietud.
—¿Qué ha
ocurrido? —inquirió Edward con voz apagada.
—Aticé a
Jacob —admití.
—Bien
—dijo Edward con voz siniestra—, aunque lamento que te hayas hecho daño.
Solté una
risotada. Él sonaba tan complacido como lo había estado Charlie hacía unos
instantes.
—Desearía
haberle causado algún daño —suspiré, frustrada—. No le hice ni pizca.
—Eso tiene
arreglo —sugirió.
—Esperaba
que contestaras eso.
Hubo una
leve pausa y él, ahora con más precaución, continuó:
—No es
propio de ti. ¿Qué te ha hecho?
—Me besó
—gruñí.
Al otro
lado de la línea sólo se oyó el sonido de un motor al acelerar.
Charlie
volvió a hablar en la otra habitación.
—Quizá
deberías irte, Jake —sugirió.
—Creo que
voy a quedarme por aquí si no te importa.
—Allá tú
—murmuró mi padre.
Finalmente,
Edward habló de nuevo.
—¿Sigue
ahí ese perro?
—Sí.
—Voy a
doblar la esquina —anunció, amenazador, y colgó.
Escuché el
sonido de su coche acelerando por la carretera mientras estaba colgando el
teléfono, sonriente. Los frenos chirriaron con estrépito cuando apareció de
sopetón delante de la casa. Fui hacia la puerta.
—¿Cómo
está tu mano? —preguntó Charlie cuando pasé por delante. Parecía muy violento,
pero Jacob, apoltronado a su lado en el sofá, se hallaba muy a gusto.
Alcé el
paquete con hielo para mostrárselo.
—Se está
hinchando.
—Quizá
deberías elegir rivales de tu propio tamaño —sugirió mi padre.
—Quizá
—admití.
Me acerqué
para abrir la puerta. Edward me estaba esperando.
—Déjame
ver —murmuró.
Examinó mi
mano con tanta delicadeza y cuidado que no me causó daño alguno. Tenía las
manos tan frías como el hielo, y mi piel agradecía ese tacto gélido.
—Me parece
que tienes razón en lo de la fractura —comentó—. Estoy orgulloso de ti. Debes
de haber pegado con mucha fuerza.
—Le eché
los restos, pero no parece haber bastado.
Suspiré.
Me besó la
mano con suavidad.
—Yo me
haré cargo —prometió.
—Jacob
—llamó Edward con voz sosegada y tranquila.
—Vamos,
vamos —avisó Charlie, a quien oí levantarse del sofá.
Jacob
llegó antes al vestíbulo y mucho más silenciosamente, pero Charlie no le anduvo
a la zaga. Y lo hizo con expresión atenta y ansiosa.
—No quiero
ninguna pelea, ¿entendido? —habló mirando sólo a Edward—. Puedo ponerme la
placa si eso consigue hacer que mi petición sea más oficial.
—Eso no va
a ser necesario —replicó Edward con tono contenido.
—¿Por qué
no me arrestas, papá? —sugerí—. Soy yo la que anda dando puñetazos.
Charlie
enarcó la ceja.
—¿Quieres
presentar cargos, Jake?
—No —Jacob
esbozó una ancha sonrisa. Era incorregible—. Ya me lo cobraré en otro momento.
Edward
hizo una mueca.
—¿En qué
lugar de tu cuarto tienes el bate de béisbol, papá? Voy a tomarlo prestado un
minuto.
Charlie me
miró sin alterarse.
—Basta,
Bella.
—Vamos a
ver a Carlisle para que le eche un vistazo a tu mano antes de que acabes en el
calabozo —dijo Edward.
Me rodeó
con el brazo y me condujo hacia la puerta.
—Vale
—contesté.
Ahora que
él me acompañaba ya no estaba enfadada. Me sentí confortada y la mano me
molestaba menos. Caminábamos por la acera cuando oí susurrar a Charlie detrás
de mí.
—¿Qué
haces? ¿Estás loco?
—Dame un
minuto, Charlie —respondió Jacob—. No te preocupes, enseguida vuelvo.
Volví la
vista atrás para descubrir que Jacob hacía ademán de seguirnos. Se detuvo lo
justo para cerrar la puerta en las narices a mi padre, que estaba inquieto y
sorprendido.
Al
principio, Edward le ignoró mientras me llevaba hasta el coche. Me ayudó a
entrar, cerró la puerta y después se encaró con Jacob en la acera.
Me incliné
para sacar el cuerpo por la ventanilla abierta. Podía ver a mi padre mirando a
hurtadillas a través de las cortinas del salón.
La postura
de Jacob era despreocupada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero
apretaba la mandíbula con fuerza.
Edward
habló con voz tan pacífica y amable que confería a sus palabras un tono
extrañamente amenazador.
—No voy a
matarte ahora. Eso disgustaría a Bella.
—Um
—rezongué.
Edward se
giró con ligereza para dedicarme una fugaz sonrisa. Conservaba la calma.
—Mañana te
preocuparía —dijo mientras me acariciaba la mejilla con los dedos; luego, se
volvió hacia Jake—. Pero si alguna vez Bella vuelve con el menor daño, y no
importa de quién sea la culpa, da lo mismo que ella se tropiece y caiga o que
del cielo surja un meteorito y le acierte en la cabeza, vas a tener que correr
el resto de tus días a tres patas. ¿Lo has entendido, chucho?
Jacob puso
los ojos en blanco.
—¿Quién va
a regresar? —musité.
Edward
continuó como si no me hubiera oído.
—Te
romperé la mandíbula si vuelves a besarla —prometió con voz suave,
aterciopelada y muy seria.
—¿Y qué
pasa si es ella quien quiere besarme? —inquirió Jacob arrastrando las palabras
con deje arrogante.
—¡Ja!
—bufé.
—En tal
caso, si es eso lo que quiere, no objetaré nada —Edward se encogió de hombros,
imperturbable—. Quizá convendría que esperaras a que ella lo dijera en vez de
confiar en tu interpretación del lenguaje corporal, pero… tú mismo, es tu cara.
Jacob
esbozó una sonrisa burlona.
—Lo está
deseando —refunfuñé.
—Sí, así
es —murmuró Edward.
—Bueno, ¿y
por qué no te encargas de su mano en vez de estar hurgando en mi cabeza?
—espetó Jacob con irritación.
—Una cosa
más —dijo Edward, hablando despacio—. Yo también voy a luchar por ella. Deberías
saberlo. No doy nada por sentado y pelearé con doble intensidad que tú.
—Bien
—gruñó—, no es bueno batir a alguien que se tumba a la bartola.
—Ella es
mía —afirmó Edward en voz baja, repentinamente sombría, no tan contenida como
antes—, y no dije que fuera a jugar limpio.
—Yo
tampoco.
—Mucha
suerte.
Jacob
asintió.
—Sí, tal
vez gane el mejor hombre.
—Eso suena
bien, cachorrito.
Jacob hizo
una mueca durante unos instantes, pero enseguida recompuso el gesto y se
inclinó esquivando a Edward para sonreírme. Yo le devolví una mirada llena de
ira.
—Espero
que te mejores pronto de la mano. Lamento de veras que estés herida.
De manera
pueril, aparté el rostro.
No volví a
alzar la mirada mientras Edward daba la vuelta al coche y se subía por el lado
del conductor, por lo que no supe si Jacob volvía a la casa o continuaba allí
plantado, mirándome.
—¿Cómo
estás? —preguntó mi novio mientras nos alejábamos.
—Irritada.
Rió entre
dientes.
—Me
refería a la mano.
Me encogí
de hombros.
—La he
tenido peor.
—Cierto
—admitió, y frunció el ceño.
Edward
rodeó la casa para entrar en el garaje, donde estaban Emmett y Rosalie, cuyas
piernas perfectas, inconfundibles a pesar de estar ocultas por unos vaqueros,
sobresalían de debajo del enorme Jeep de Emmett. Él se sentaba a su lado con un
brazo extendido bajo el coche para orientarlo hacia ella. Necesité un momento
para comprender que él desempeñaba las funciones de un gato hidráulico.
Emmett nos
observó con curiosidad cuando Edward me ayudo a salir del coche con mucho
cuidado y concentró la mirada en la mano que yo acunaba contra el pecho. Esbozó
una gran sonrisa
—¿Te has
vuelto a caer, Bella?
Le fulminé
con la mirada.
—No,
Emmett, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.
El
interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Edward me guió,
pero cuando pasamos al lado de ambos, Rosalie habló desde debajo del vehículo.
—Jasper va
a ganar la apuesta —anunció con petulancia.
La risa de
Emmett cesó en el acto y me estudió con ojos calculadores.
—¿Qué
apuesta? —quise saber mientras me detenía.
—Deja que
te lleve junto a Carlisle —me urgió Edward mientras clavaba los ojos en Emmett
y sacudía la cabeza de forma imperceptible.
—¿Qué
apuesta? —me empeciné mientras me encaraba con Edward.
—Gracias,
Rosalie —murmuró mientras me sujetaba con más fuerza alrededor de la cintura y
me conducía hacia la casa.
—Edward...
—me quejé.
—Es
infantil —se escabulló—. Emmett y Jasper siempre están apostando.
—Emmett me
lo dirá.
Intenté
darme la vuelta, pero me sujetó con brazo de hierro.
Suspiré.
—Han
apostado sobre el número de veces que la pifias a lo largo del primer año.
—Vaya
—hice un mohín que intentó ocultar mi repentino pánico al comprender el
significado de la apuesta—. ¿Han apostado para ver a cuántas personas voy a
matar?
—Sí —admitió
él a regañadientes—. Rosalie cree que tu temperamento da más posibilidades a
Jasper.
Me sentí
un poco mejor.
—Jasper
apuesta fuerte.
—Se
sentirá mejor si te cuesta habituarte. Está harto de ser el eslabón débil de la
cadena.
—Claro,
por supuesto que sí. Supongo que podría cometer unos pocos homicidios
adicionales para que Jasper se sintiera mejor. ¿Por qué no? —farfullé con voz
inexpresiva y monótona. En mi mente ya podía ver los titulares de la prensa y
las listas de nombres.
Me dio un
apretón.
—No tienes
que preocuparte de eso ahora. De hecho, no tienes que preocuparte de eso jamás
si así lo deseas.
Proferí un
gemido y Edward, impelido por la creencia de que era el dolor de la mano lo que
me molestaba, me llevó más deprisa hacia la casa.
Tenía la mano
rota, pero la fractura no era seria, sino una diminuta fisura en un nudillo. No
quería que me enyesaran la mano y Carlisle dijo que bastaría un cabestrillo si
prometía no quitármelo. Y así lo hice.
Edward
llegó a creer que estaba inconsciente mientras Carlisle me ajustaba el
cabestrillo a la mano con todo cuidado y expresó su preocupación en voz alta
las pocas veces que sentí dolor, pero yo le aseguré que no se trataba de eso.
Como si no
tuviera que preocuparme por una cosa más después de todo lo que llevaba encima.
Las
historias acerca de vampiros recién convertidos que Jasper nos había contado al
narrarnos su pasado habían calado en mi mente y ahora arrojaban nueva luz con
las noticias de la apuesta de Emmett. Por curiosidad, me detuve a preguntarme
qué se habrían apostado. ¿Qué premio puede interesar a quien ya lo tiene todo?
Siempre
supe que iba a ser diferente. Albergaba la esperanza de convertirme en alguien
fuerte, tal y como me decía Edward. Fuerte, rápida y, por encima de todo,
guapa. Alguien capaz de estar junto a él sin desentonar.
Había
procurado no pensar demasiado en las restantes características que iba a tener.
Salvaje. Sedienta de sangre. Quizá no sería capaz de contenerme a la hora de no
matar gente, desconocidos que jamás me habían hecho daño alguno, como el
creciente número de víctimas de Seattle, personas con familia, amigos y un
futuro, personas con vidas. Y quizá yo fuera el monstruo que iba a
arrebatárselas.
Pero podía
arreglármelas con esa parte, la verdad, pues confiaba en Edward, confiaba en él
ciegamente, estaba segura de que no me dejaría hacer nada de lo que tuviera que
arrepentirme. Sabía que él me llevaría a cazar pingüinos a la Antártida si yo
se lo pedía y que yo haría cualquier cosa para seguir siendo una buena persona,
una «vampira buena». Me hubiera echado a reír como una tonta de no ser por
aquella nueva preocupación.
¿Podía
convertirme yo en algo parecido a los neófitos, a aquellas imágenes de
pesadilla que Jasper había dibujado en mi mente? ¿Y qué sería de todos a cuantos
amaba si lo único que quería era matar gente?
Edward
estaba demasiado obsesionado con que no me perdiera nada mientras era humana.
Aquello solía resultarme bastante estúpido. No me preocupaba desaprovechar
experiencias propias de los hombres. Mientras estuviera con él, ¿qué más podía
pedir?
Contemplé
fijamente su rostro mientras él vigilaba cómo Carlisie me sujetaba el
cabestrillo. No había en este mundo nada a quien yo amara más que a él. ¿Podía
eso cambiar?
¿Había
alguna experiencia humana a la que no estuviera dispuesta a renunciar?
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