—He
visto... —Alice comenzó en tono ominoso. Edward le dio un codazo en las costillas
que ella esquivó limpiamente.
—Vale
—refunfuñó—. Es Edward el que quiere que lo haga, pero intuyo que te
encontrarás en más dificultades si soy yo quien te da la sorpresa.
Caminábamos
hacia el coche después de clase y yo no tenía la menor idea de a qué se
refería.
—¿Y por
qué no me lo dices en cristiano? —requerí.
—No te
comportes como una niña. Sin rabietas, ¿eh?
—Creo que
me estás asustando.
—Tú...,
bueno, todos nosotros, vamos a tener una fiesta de graduación. Nada del otro
mundo ni que deba preocuparte lo más mínimo, pero he visto que te iba a dar un
ataque si intentaba hacer una fiesta sorpresa —ella bailoteó de un lado a otro
mientras Edward intentaba atraparla para despeinarla—. Y Edward ha dicho que te
lo debía decir, pero no será nada, te lo prometo.
Suspiré
profundamente.
—¿Serviría
de algo que intentara discutir?
—En
absoluto.
—De
acuerdo, Alice. Iré, y odiaré cada minuto que esté allí, lo prometo.
—¡Así me
gusta! A propósito, a mí me encanta mi regalo. No debías haberte molestado.
—¡Alice,
pero si no lo tengo!
—Oh, ya lo
sé, pero lo tendrás.
Espoleada
por el pánico, me devané los sesos e intenté recordar si había decidido alguna
vez comprarle algo para la graduación. Debía de haber sido así para que ella lo
hubiera podido ver.
—Sorprendente
—intervino Edward—. ¿Cómo algo tan pequeño puede ser tan insoportable?
Alice se
echó a reír.
—Es un
talento natural.
—¿No
podrías haber esperado unas cuantas semanas para decírmelo? —pregunté
enfurruñada—. Ahora estaré preocupada mucho más tiempo.
Alice me
frunció el ceño.
—Bella
—dijo con lentitud—, ¿tú sabes qué día es hoy?
—¿Lunes?
Puso los
ojos en blanco.
—Sí,
lunes... Estamos a día cuatro.
Me tomó
del codo, me hizo dar media vuelta y me dejó frente a un gran póster amarillo
pegado en la puerta del gimnasio. Allí, en marcadas letras negras, estaba la
fecha de la graduación. Faltaba una semana exacta a contar desde ese día.
—¿Estamos
a cuatro? ¿A cuatro de junio? ¿Estás segura?
Nadie
contestó. Alice sacudió la cabeza con pesar, simulando decepción, y Edward
enarcó las cejas.
—¡No puede
ser! Pero ¿cómo es posible?
Intenté
contar hacia atrás los días en mi cabeza, pero era incapaz de comprender cómo
habían transcurrido tan deprisa.
De pronto,
no sentí las piernas. Parecía que alguien me las hubiera cortado. Sin saber
cómo, en la vorágine de aquellas semanas de tensión y ansiedad, en medio de
toda mi obsesión por el tiempo…, el tiempo había desaparecido. Había perdido mi
momento para revisarlo todo y hacer planes. Se me había pasado el tiempo.
Y no estaba
preparada.
No sabía
cómo hacer frente a todo aquello. No sabía cómo despedirme de Charlie y de
Renée, de Jacob. No sabía cómo afrontar el hecho de dejar de ser humana.
Sabía
exactamente lo que quería, pero de repente, me daba terror conseguirlo.
En teoría,
ansiaba, a veces con entusiasmo, que llegara la ocasión de cambiar la
mortalidad por la inmortalidad. Después de todo, era la clave para permanecer
con Edward para siempre. Por mi parte, estaba el hecho de que enemigos
conocidos y desconocidos pretendían darme caza. Convenía que no me quedara
mirando, indefensa y deliciosa, a la espera de que me capturase cualquiera de
ellos.
En teoría,
todo esto tenía sentido...
... pero
en la práctica, ser humana era toda la experiencia que yo tenía. El futuro que
se extendía a partir del cambio se me antojaba como un enorme abismo oscuro del
cual no sabría nada hasta que saltara dentro de él.
Esté
simple dato, la fecha de ese día, tan obvia que probablemente había estado
reprimiéndola de forma inconsciente, se había convertido en el momento límite
que había estado esperando con impaciencia, pero a la vez, era una cita con el
escuadrón de fusilamiento.
De un modo
lejano, percibí cómo Edward me abría la puerta del coche, cómo Alice parloteaba
desde el asiento trasero y cómo golpeteaba la lluvia contra el cristal
delantero. El pareció darse cuenta de que sólo estaba allí en cuerpo y no
intentó hacerme salir de mi abstracción. O quizá lo hizo y yo no me di cuenta.
Terminamos
en casa al final del trayecto. Edward me condujo al sofá y se sentó junto a mí
mientras yo contemplaba por la ventana la tarde gris de llovizna e intentaba
descubrir cuándo se había esfumado mi resolución. ¿Por qué sentía tanto pánico?
Sabía que la fecha final se acercaba, ¿por qué me asustaba ahora que ya había
llegado?
No sé
cuánto tiempo me dejó mirar hacia la ventana en silencio, pero la lluvia
desaparecía en la oscuridad cuando al final la situación le superó, puso sus
manos frías sobre mis mejillas y fijó sus ojos dorados en los míos.
—¿Quieres hacer
el favor de decirme lo que estás pensando antes de que me vuelva loco? —¿qué le
podía decir, que era una cobarde? Busqué las palabras adecuadas. El insistió—:
Tienes los labios blancos, habla de una vez, Bella.
Exhalé una
gran cantidad de aire. ¿Cuánto tiempo había estado conteniendo la respiración?
—La fecha
me ha pillado con la guardia baja —susurré—. Eso es todo.
El esperó,
con la cara llena de preocupación y escepticismo.
Intenté
explicarme.
—No estoy
segura de qué hacer ni de qué le voy a decir a Charie ni qué... ni cómo... —la
voz se me quebró.
—Entonces,
¿todo esto no es por la fiesta?
Torcí el
rostro.
—No, pero
gracias por recordármelo.
La lluvia
repiqueteaba con más fuerza en el tejado mientras él intentaba leer mi rostro.
—No estás
preparada —murmuró.
—Sí lo
estoy —mentí de manera automática, una reacción refleja. Estaba segura de que
él sabría lo que ocultaba, así que inspiré profundamente y le dije la verdad—.
Debo estarlo.
—No debes
estar de ninguna manera.
Sentí cómo
el pánico ascendía a la superficie de mis ojos mientras musitaba los motivos.
—Victoria,
Jane, Cayo, quienquiera que hubiera estado en mi habitación...
—Razón de
más para esperar.
—¡Eso no
tiene sentido, Edward!
Apretó las
manos con más fuerza contra mi rostro y habló con deliberada lentitud.
—Bella.
Ninguno de nosotros tuvo ninguna oportunidad. Ya has visto lo que ocurrió...,
especialmente a Rosalie. Todos hemos luchado para reconciliarnos con algo que
no podemos controlar. No voy a dejar que suceda del mismo modo en tu caso. Tú
has de tener tu oportunidad de escoger.
—Yo ya he
efectuado mi elección.
—Tú crees
que has de pasar por todo esto porque pende una espada sobre tu cabeza. Ya nos
ocuparemos de los problemas y yo cuidaré de ti —juró—. Cuando haya pasado todo
y no exista nadie que te obligue a hacerlo, entonces podrás decidir si quieres
unirte a mí, si aún lo deseas, pero no por miedo. No permitiré que nada te
fuerce a hacerlo.
—Carlisle
me lo prometió —cuchicheé, llevándole la contraria por costumbre—. Después de
la graduación.
—No hasta
que estés preparada —repuso con voz segura—. Y desde luego, no mientras te
sientas amenazada.
No
contesté. No tenía fuerzas para discutirle; en ese momento, no parecía
encontrar por ningún lado mi resolución.
—Venga,
venga —me besó la frente—. No hay de qué preocuparse.
Me eché a
reír con una risa temblorosa.
—Nada
salvo una sentencia inminente.
—Confía en
mí.
—Ya lo
hago.
Siguió
observando mi cara, esperando que me tranquilizara.
—¿Puedo
preguntarte algo?
—Lo que
quieras.
Me mordí
el labio mientras me lo pensaba y luego le pregunté algo distinto de lo que me
preocupaba.
—¿Qué le
voy a regalar a Alice para su graduación?
Se rió por
lo bajo.
—Según
Alice, parece como si fueses a comprar entradas para un concierto para nosotros
dos.
—¡Eso era!
—me sentí tan aliviada que casi sonreí—. El concierto de Tacoma. Vi un anuncio
en el periódico la semana pasada y pensé que sería algo que le gustaría, ya que
dijiste que era un buen cd.
—Es una
gran idea. Gracias.
—Espero
que no estén agotadas.
—Es la intención
lo que cuenta. Debía de saberlo.
Suspiré.
—Había
algo más que querías preguntarme —continuó él.
Fruncí el
ceño.
—Pues sí
que hilas fino tú.
—Tengo un
montón de práctica leyendo tus expresiones. Pregúntame.
Cerré los
ojos y me recliné contra él, escondiendo mi rostro contra su pecho.
—Tú no
quieres que yo sea vampiro.
—No, no
quiero —repuso con suavidad, y entonces esperó un poco—, pero ésa no es la
cuestión —apuntó después de un momento.
—Bueno, me
preocupaba saber... cómo te sentías respecto a ese asunto.
—¿Estás
preocupada? —resaltó la palabra con sorpresa.
—¿Me dirás
la verdad? La verdad completa, sin tener en cuenta mis sentimientos. Él dudó
durante un minuto.
—Si
respondo a tu pregunta, ¿me explicarás entonces por qué lo preguntas?
Asentí,
con el rostro aún escondido. Inspiró profundamente antes de responder.
—Podrías
hacerlo mucho mejor, Bella. Ya sé que tú crees que tengo alma, pero yo no estoy
del todo convencido, y arriesgar la tuya... —sacudió la cabeza muy despacio—.
Para mí, permitir eso, dejar que te conviertas en lo que yo soy, simplemente
para no perderte nunca, es el acto más egoísta que puedo imaginar. En lo que a
mí se refiere, es lo que más deseo en el mundo, pero deseo mucho más para ti.
Rendirme a eso me hace sentirme como un criminal. Es la cosa más egoísta que
haré nunca, incluso si vivo para siempre.
»Es más,
si hubiera alguna forma de convertirme en humano para estar contigo, no importa
su precio, lo pagaría feliz.
Me quedé
sentada allí, muy quieta, absorbiendo todo eso.
Edward pensaba
que estaba siendo egoísta.
Sentí cómo
la sonrisa se extendía lentamente por mi rostro.
—Así
que... no es que temas que no te guste lo mismo cuando sea diferente, es decir,
cuando no sea suave, cálida y no huela igual. ¿Realmente querrás quedarte conmigo
sin importarte en lo que me convierta?
Él soltó
el aire de un golpe.
—¿Lo que
te preocupa es que no me gustaras luego? —inquirió. Entonces, antes de que
pudiera contestar, empezó a reír—. Bella, para ser una persona bastante
intuitiva, a veces puedes resultar de un obtuso...
Sabía que
él pensaría que era una tontería, pero yo me sentí aliviada. Si él realmente me
quería podría soportar cualquier cosa... de algún modo. De pronto, la palabra
«egoísta» me pareció una palabra hermosa.
—No creo
que te des cuenta de lo fácil que sería para mí, Bella —me dijo con un cierto
eco de humor aún en su voz—, sobre todo porque no tendría que estar concentrado
todo el tiempo para no matarte. Desde luego, habrá cosas que echaré de menos.
Ésta, por ejemplo...
Me miró a
los ojos mientras me acariciaba la mejilla y sentí cómo la sangre se apresuraba
a colorear mi piel. Se rió amablemente.
—Y el
latido de tu corazón —continuó, más serio pero aún sonriendo un poco—. Lo
considero el sonido más maravilloso del mundo. Estoy tan sintonizado con él,
que juraría que puedo oírlo desde kilómetros de distancia. Pero nada de eso
importa. Esto —dijo, tomando mi rostro entre sus manos—. Tú. Eso es lo que yo
quiero. Siempre serás mi Bella, sólo que un poquito más duradera.
Suspiré y
dejé que mis ojos se cerraran satisfechos, descansando allí, entre sus manos.
—Y ahora,
¿me contestarás una pregunta tú a mí? ¿La verdad completa, sin tener en cuenta
mis sentimientos? —preguntó.
—Claro —le
contesté sin dudar, con los ojos bien abiertos por la sorpresa. ¿Qué querría
saber ahora?
Él recitó
las palabras muy despacio.
—No
quieres ser mi esposa.
De pronto,
mi corazón se detuvo; después, rompió a latir desaforadamente. Sentí un sudor
frío en la parte de atrás del cuello y las manos se me quedaron heladas.
Él esperó,
observando y evaluando mi reacción.
—Eso no es
una pregunta —susurré al final.
Él bajó la
mirada, y sus pestañas proyectaron largas sombras sobre sus pómulos. Dejó caer
las manos de mi rostro para cogerme la helada mano izquierda. Jugó con mis
dedos mientras hablaba.
—Me
preocupa cómo te sientes al respecto.
Intenté
tragar saliva.
—De todas
formas, no es una pregunta —insistí.
—Por
favor, Bella.
—¿La
verdad? —inquirí formando las palabras con los labios.
—Claro.
Podré soportarla, sea lo que sea.
Inspiré
muy hondo.
—Te vas a
reír de mí.
Sus ojos
llamearon en mi dirección, sorprendidos.
—¿Reírme?
No puedo imaginar por qué.
—Verás
—murmuré, y después suspiré. Mi cara pasó del blanco al escarlata, ardiendo
repentinamente del disgusto—. ¡Vale, está bien! Estoy segura de que esto te va
a sonar como una especie de chiste, pero ¡es la verdad! Es sólo que... me da...
tanta vergüenza —le confesé y escondí el rostro en su pecho otra vez.
Se hizo
una gran pausa.
—No te
sigo.
Eché la
cabeza hacia atrás y le miré. El pudor me hizo lanzarme, ponerme beligerante.
—No quiero
ser una de esas chicas, Edward. ¡De esas que se casan justo al acabar el
instituto, como una paleta de pueblo que se queda alucinada por su novio!
¿Sabes lo que van a pensar los demás? ¿Te das cuenta de en qué siglo estamos?
¡La gente ya no se casa a los dieciocho! ¡Al menos no la gente lista,
responsable y madura! ¡No quiero ser una chica de esas! Yo no soy así... —la
voz se me apagó y fue perdiendo fuerza.
El rostro
de Edward era imposible de leer mientras pensaba enI mi respuesta.
—¿Eso es
todo? —preguntó finalmente.
Yo
parpadeé.
—¿Es que
te parece poco?
—¿No es
que estés más entusiasmada por ser... inmortal que por mí?
Y
entonces, aunque había predicho que él se reiría de mí, fui; la que tuvo el
ataque de risa histérica.
—¡Edward!
—jadeé entre paroxismos de risitas—. ¡Anda! ¡Yo siempre... pensé... que tú eras
mucho más... listo que yo!
Me cogió
entre sus brazos y sentí que se estaba riendo conmigo.
—Edward
—repetí, haciendo un pequeño esfuerzo para hablar con absoluta claridad—. No
tengo ningún interés en vivir para siempre si no es contigo. No querría ni
siquiera vivir un día más si no es contigo.
—Bueno, es
un alivio —comentó.
—Aunque...
eso no cambia nada.
—Ya, pero
es estupendo saberlo, de todos modos. Y ahora veo tu punto de vista, Bella, ya
lo creo que sí, pero me gustaría mucho que intentaras ver las cosas desde el
mío.
Ya estaba
más tranquila, así que asentí y luché por no fruncir el ceño.
Sus ojos
dorados se volvieron hipnóticos al clavarse en los míos.
—Ya ves,
Bella, yo siempre he sido un chico «de esos»; ya que un hombre en mi mundo. No
iba buscando el amor, qué va, estaba demasiado entusiasmado con la perspectiva
de convertirme en soldado. No pensaba en otra cosa que en esa imagen idealizada
de la gloria de la guerra que nos vendían entonces los eventuales reclutadores,
pero si yo hubiera encontrado... —efectuó una pausa y ladeó la cabeza—. Iba a
decir que si hubiera encontrado a alguien, pero eso no sería cierto, si te hubiera
encontrado a ti, no tengo ninguna duda de lo que hubiera hecho. Yo era de esa
clase de chicos que tan pronto como hubiera descubierto que tú eras lo que yo
buscaba me habría arrodillado ante ti y habría intentado por todos los medios
asegurarme tu mano. Te hubiera querido para toda la eternidad, incluso aunque
la palabra no tuviera entonces las mismas connotaciones que ahora.
Me dedicó
de nuevo su sonrisa torcida.
Le miré
con los ojos abiertos de par en par hasta que se me secarón.
—Respira,
Bella.
Me recordó,
sonriente; y yo tomé aire.
—¿No lo
ves, aunque sea un poquito, desde mi lado?
Y durante
un segundo, pude. Me vi a mí misma con una falda larga y una blusa de cuello
alto anudada con un gran lazo, y el pelo recogido sobre la cabeza. Vi a Edward
vestido de forma muy elegante con un traje y un ramo de margaritas, sentado a
mi lado en el balancín de un porche.
Sacudí la
cabeza y tragué. Estaba sufriendo un flash-back al estilo de Ana de las Tejas
Verdes.
—La cosa
es, Edward —repuse con voz temblorosa, eludiendo la pregunta—, que en mi mente,
matrimonio y eternidad no soní conceptos mutuamente exclusivos ni inclusivos. Y
ya que por el momento estamos viviendo en mi mundo, quizá sea mejor que vayamos
con los tiempos, no sé si sabes lo que quiero decir.
—Pero por
otro lado —contraatacó él—, pronto habrás dejado atras estos tiempos. Así que,
¿por qué deben afectar tanto en tu decisión lo que, al fin y al cabo, son sólo
las costumbres transitorias de una cultura local?
Apreté los
labios.
—¿Te
refieres a Roma?
Se rió de
mí.
—No tienes
que decir sí o no hoy, Bella, pero es bueno entender las dos posturas, ¿no
crees?
—¿Así que
tu condición...?
—Sigue en
pie. Yo comprendo tu punto de vista, Bella, pero si quieres que sea yo quien te
transforme...
—Chan cha
cha chan, chan cha cha chan...
Tarareé la
marcha nupcial entre dientes, aunque a mí me parecía más bien una especie de
canto fúnebre.
El tiempo
fluyó mucho más deprisa de lo previsto.
Pasé en
blanco aquella noche, y de pronto había amanecido y la graduación me miraba a
la cara de tú a tú. Se me había acumulado un montón de material pendiente para
los exámenes finales y sabía que no me daría tiempo de hacer ni la mitad en los
días restantes.
Charlie ya
se había ido cuando bajé a desayunar. Se había dejado el periódico en la mesa,
lo cual me recordó que debía hacer algunas compras. Esperé que el anuncio del
concierto todavía estuviera; necesitaba el número de teléfono para conseguir
aquellas estúpidas entradas. No parecía un regalo fuera de lo común ahora que
ya sabían que iba a hacérselo, aunque claro, intentar sorprender a Alice no
había sido una idea brillante.
Quería
pasar las hojas para irme directamente a la sección de espectáculos, pero un
titular en gruesos caracteres negros captó mi atención. Sentí un estremecimiento
de miedo conforme me inclinaba para leer la historia de primera página.
SEATTLE
ATERRORIZADA POR LOS ASESINATOS
Ha pasado
menos de una década desde que la ciudad de Seattle fuera el territorio de caza
del asesino en serie más prolífico de la historia de los Estados Unidos, Gary
Ridgway, el Asesino de Río Verde, condenado por la muerte de 48 mujeres.
Ahora, una
atribulada Seattle debe enfrentarse a la posibilidad de que podría estar
albergando a un monstruo aún peor.
La policía
no considera la reciente racha de crímenes y desapariciones como obra de un
asesino en serie. Al menos, no todavía. Se muestran reacios a creer que
semejante carnicería sea obra de un solo individuo. Este asesino ‑si es, de
hecho, una sola persona‑ podría ser responsable de 39 homicidios y
desapariciones sólo en los últimos tres meses. En comparación, la orgía de los
48 asesinatos perpetrados por Ridgway se dispersó en un periodo de 21 años. Si
estas muertes fueran atribuidas a un solo hombre, entonces estaríamos hablando
de la más violenta escalada de asesinatos en serie en la historia de América.
La policía
se inclina por la teoría de que se trata de bandas criminales dado el gran
número de víctimas y el hecho de que no parece haber un patrón reconocible en
la elección de las mismas.
Desde Jack
el Destripador a Ted Bundy, los objetivos de los asesinos en serie siempre han
estado conectados entre sí por similitudes en edad, género, raza o una
combinación de los tres elementos. Las víctimas de esta ola de crímenes van
desde los 15 años de la brillante estudiante Amanda Reed, a los 67 del cartero
retirado Ornar Jenks. Las muertes relacionadas incluyen a casi 18 mujeres y 21
hombres. Las víctimas pertenecen a razas diversas: caucasianos, afroamericanos,
hispanos y asiáticos.
La selección
parece efectuada al azar y el motivo no parece otro que el mismo asesinato en
sí.
Entonces,
¿por qué no se descarta aún la idea del asesino en serie?
Hay
suficientes similitudes en el modus operandi de los crímenes como para crear
fundadas sospechas. Cada una de las víctimas fue quemada hasta el punto de ser
necesario un examen dental para realizar las identificaciones. En este tipo de
incendios suele utilizarse algún tipo de sustancia para acelerar el proceso,
como gasolina o alcohol; sin embargo, no se han encontrado restos de ninguna de
estas sustancias en el lugar de los hechos. Además, parece que todos los
cuerpos han sido desechados de cualquier modo, sin intentar ocultarlos.
Aún más
horripilante es el hecho de que, la mayoría de las víctimas, muestran
evidencias de una violencia brutal. Lo más destacable es la aparición de huesos
aplastados, al parecer como resultado de la aplicación de una presión tremenda.
Según los forenses, dicha violencia fue ejercida antes del momento de la
muerte, aunque es difícil estar seguro de estas conclusiones, considerando el
estado de los restos.
Existe
otra similitud que apunta a la posibilidad de un asesino en serie: no ha sido
posible hallar ninguna pista en la investigación de los crímenes. Aparte de los
restos en sí mismos, no se ha encontrado ni una huella ni la marca de un
neumático ni un cabello extraño. No hay testigos ni ningún tipo de sospechoso
en las desapariciones.
Además,
también son dignas de análisis las desapariciones en sí mismas. Ninguna de las víctimas
es lo que se podría haber considerado un objetivo fácil. No eran vagabundos sin
techo, que se desvanecen con facilidad y de los que raramente se denuncian sus
desapariciones. Las víctimas se han esfumado de sus hogares,
Desde la
cuarta planta de un edificio de apartamentos e incluso desde un gimnasio y una
celebración de boda. El caso más sorprendente es el del boxeador aficionado de
30 años Robert Walsh, que entró en el cine para ver una película con la chica
con la que se habia citado; pasados unos cuantos minutos de la sesión, la mujer
se dio cuenta de que no se encontraba en su asiento. Su cuerpo se halló apenas
tres horas más tarde, cuando los bomberos acudieron para apagar un incendio
producido dentro de un contenedor de basuras, a unos treinta kilómetros de
distancia de la sala cinematográfica.
Otro rasgo
común en la serie de asesinatos: todas las víctimas desaparecieron durante la
noche.
¿Y cuál es
la característica más alarmante? La progresión. Seis de los homicidios se
cometieron en el primer mes, once en el segundo. Sólo en los últimos diez días
se han producido ya veintidós asesinatos. Y la policía no se encuentra más
cerca de descubrir al responsable ahora, de lo que lo estaba cuando se halló el
primer cuerpo carbonizado.
Las
evidencias son contradictorias, los hechos espantosos. ¿Se trata de una nueva
banda criminal o de un asesino en serie en estado de actividad salvaje? ¿O
quizás es algo más que la policía no se atreve a imaginar?
Sólo hay
un hecho irrefutable: algo terrible acecha en Seattle.
Me llevó
tres intentos leer la última frase y me di cuenta de que el problema eran mis
manos, que temblaban.
—¿Bella?
Tan
concentrada como estaba, la voz de Edward, aunque tranquila y no del todo
inesperada, me hizo jadear y darme la vuelta.
Permanecía
apoyado en el marco de la puerta, con las cejas alzadas. Y de pronto estaba ya
a mi lado, cogiéndome la mano.
—¿Te he
sobresaltado? Lo siento, tendría que haber llamado.
—No, no
—me apresuré a responder—. ¿Has visto esto? —le señalé el periódico.
Una arruga
le cruzó la frente.
—Todavía
no he leído las noticias de hoy, pero sé que se está poniendo cada vez peor.
Vamos a tener que hacer algo... enseguida.
Aquello no
me gustó ni un pelo. Odiaba que ninguno de ellos asumiera riesgos, y quien o lo
que fuera que se encontraba en Seattle estaba empezando a aterrorizarme de
verdad. Aunque la idea de la llegada de los Vulturis me asustaba casi lo mismo.
—¿Qué dice
Alice?
—Ése es el
problema —su ceño se acentuó—. No puede ver nada..., aunque hemos estado tomando
decisiones una media docena de veces para ver qué pasa. Está perdiendo la
confianza. Siente que se le escapan demasiadas cosas en estos días, que algo va
mal, que quizás esté perdiendo el don de la visión.
Abrí los
ojos de golpe.
—¿Y eso
puede suceder?
—¿Quién
sabe? Nadie ha hecho jamás un estudio, pero la verdad es qué lo dudo. Estas
cosas tienden a intensificarse con el tiempo. Mira a Aro y Jane.
—Entonces,
¿qué es lo que va mal?
—Creo que
la profecía que se cumple por sí misma. Estamos esperando que Alice vea algo
para actuar, y ella no visualiza nada porque no lo haremos en realidad hasta
que ella vea algo. Ése es el motivo por el que no nos ve. Quizá debamos actuar
a ciegas.
Me
estremecí.
—No.
—¿Tienes
muchas ganas hoy de ir a clase? Sólo nos quedan un par de días para los
exámenes finales y dudo que nos vayan a dar nada nuevo.
—Creo que
puedo vivir un día sin el instituto. ¿Qué vamos a hacer?
—Vamos a
hablar con Jasper.
Otra vez
Jasper. Era extraño. En la familia Cullen, Jasper estaba siempre en el límite,
participaba en las cosas sin ser nunca el centro de ellas. Había asumido sin
palabras que en realidad estaba allí sólo por Alice. Tenía la intuición de que
seguiría a Alice a donde fuera, pero que este estilo de vida no había sido
decisión suya. El hecho de que estuviera menos comprometido con ello que los
demás era probablemente la razón por la cual le costaba más asumirlo.
De
cualquier modo, nunca había visto a Edward sentirse dependiente de Jasper. Me
pregunté otra vez qué quería decir cuando se refería a su «pericia». Realmente
no es que supiera mucho sobre la historia de Jasper, salvo que venía de algún
lugar del sur antes de que Alice le encontrara. Por alguna razón, Edward solía
evitar cualquier pregunta sobre su hermano más reciente, y a mí siempre me
había intimidado ese alto vampiro rubio, que tenía el aspecto perturbador de
una estrella de cine, como para preguntarle directamente.
Cuando
llegamos a casa de los Cullen, nos encontramos con Carlisle, Esme y Jasper
viendo las noticias con mucho interés, aunque el sonido era tan bajo que me
pareció casi ininteligible. Alice estaba sentada en el último escalón de las
enormes escaleras, con el rostro entre las manos y aspecto desanimado. Mientras
entrábamos, Emmett asomó por la puerta de la cocina, con un aspecto totalmente
relajado. Nada alteraba jamás a Emmett.
—Hola,
Edward. ¿Qué? ¿Escaqueándote, Bella? —me dedicó su ancha sonrisa.
—Hemos
sido los dos —le recordó Edward.
Emmett se
echó a reír.
—Ya, pero
ella es la primera vez que va al instituto. Quizá se pierda algo.
Edward
puso los ojos en blanco, pero, por lo demás, ignoró a su hermano favorito. Le
entregó el periódico a Carlisle.
—¿Has
visto que ahora están hablando de un asesino en serie? —preguntó.
Carlisle
suspiró.
—Dos
especialistas han debatido esa posibilidad en la CNN durante toda la mañana.
—No
podemos dejar que esto continúe así.
—Pues
vamos ya —intervino Emmett, lleno de entusiasmo repentino—. Me muero de
aburrimiento.
Un siseo
bajó las escaleras desde el piso de arriba.
—Ella
siempre tan pesimista —murmuró Emmett para sí mismo.
Edward
estuvo de acuerdo con él.
—Tendremos
que ir en algún momento.
Rosalie
apareció por la parte superior de las escaleras y bajó despacio. Tenía una
expresión serena, indiferente.
Carlisle
sacudía la cabeza.
—Esto me
preocupa. Nunca nos hemos visto envueltos en este tipo de cosas. No es asunto
nuestro, no somos los Vulturis.
—No quiero
que los Vulturis deban aparecer por aquí —comentó Edward—. Eso nos concede
mucho menos tiempo para actuar.
—Y todos
esos pobres inocentes humanos de Seattle... —susurró Esme—. No está bien
dejarlos morir de ese modo.
—Ya lo sé
—Carlisle suspiró.
—Oh
—intervino Edward de repente, volviendo ligeramente la cabeza para mirar a
Jasper—. No lo había pensado. Claro, tienes razón, ha de ser eso. Bueno, eso lo
cambia todo.
No fui la
única que le miró confundida, pero debí de ser la única que no le miró algo
enojada.
—Creo que
es mejor que se lo expliques a los demás —le dijo Edward a Jasper—. ¿Cuál
podría ser el propósito de todo esto? —Edward comenzó a pasearse de un lado a
otro, mirando el suelo y perdido en sus pensamientos.
Yo no la
había visto levantarse, pero Alice estaba allí, a mi lado.
—¿De qué
habla? —le preguntó a Jasper—. ¿En qué estás pensando?
Jasper no
pareció contento de convertirse en el centro de atención. Dudó, intentando
interpretar cada uno de los rostros que había en el salón, ya que todo el mundo
se había movido para escuchar lo que tuviera que decir y entonces sus ojos se
detuvieron en mí.
—Pareces
confusa —me dijo, con su voz profunda y muy tranquila.
No era una
pregunta. Jasper sabía lo que yo sentía al igual que sabía lo que sentían todos
los demás.
—Todos
estamos confusos —gruñó Emmett.
—Podrías
darte el lujo de ser un poco más paciente —le contestó Jasper—. Ella también
debe entenderlo. Ahora es uno de nosotros.
Sus
palabras me tomaron por sorpresa. Especialmente por el poco contacto que había
tenido con él a partir de que intentara matarme el día de mi cumpleaños. No me
había dado cuenta de que pensara en mí de este modo.
—¿Cuánto
es lo que sabes sobre mí, Bella? —inquirió.
Emmett
suspiró teatralmente y se dejó caer sobre el sofá para esperar con impaciencia
exagerada.
—No mucho
—admití.
Jasper
miró a Edward que levantó la mirada para encontrarse con la suya.
—No —respondió
Edward a sus pensamientos—. Estoy seguro de que entiendes por qué no le he
contado esa historia, pero supongo que debería escucharla ahora.
Jasper
asintió pensativo y después empezó a enrollarse la manga de su jersey de color
marfil sobre el brazo.
Le
observé, curiosa y confusa, intentando entender el significado de sus actos.
Sostuvo la muñeca bajo la lámpara que tenía al lado, muy cerca de la luz de la
bombilla y pasó el dedo por una marca en relieve en forma de luna creciente que
tenía sobre la piel pálida.
Me llevó
un minuto comprender por qué la forma me resultaba tan familiar.
—Oh
—exclamé, respirando hondo cuando me di cuenta—. Jasper, tienes una cicatriz
exactamente igual que la mía.
Alcé la
mano, con la marca en forma de media luna más nítida contra mi piel de color
crema que contra la suya, más parecida al alabastro.
Jasper
sonrió de forma imperceptible.
—Tengo un
montón de cicatrices como la tuya, Bella.
El rostro
de Jasper era impenetrable cuando se arremangó la fina manga del jersey. Al
principio, mis ojos no pudieron entender el sentido de la textura que tenía la
piel allí. Había un montón de medias lunas curvadas que se atravesaban unas con
otras formando un patrón, como si se tratara de plumas, que sólo eran visibles,
al ser todas blancas, gracias a que el brillante resplandor de la lámpara hacía
que destacaran ligeramente al proyectar pequeñas sombras delineando los
contornos. Entonces comprendí que el diseño estaba formado por medias lunas
individuales como la de mi muñeca.
Miré de
nuevo mi pequeña cicatriz solitaria y recordé cómo habia sufrido. Vi de nuevo
la forma de los dientes de James, grabada para siempre en mi piel.
Entonces,
tragué con dificultad el aire, y le miré.
—Jasper,
¿qué fue lo que te pasó?
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